Cultura

Fruslerías de las lenguas

Toscanadas

Las lenguas esconden trampas mínimas que delatan su lógica interna. Números, sonidos y sintaxis desafían la intuición del extranjero. Todo se vuelve natural con el uso.

Bien decía Heródoto que la costumbre dicta las reglas. Lo acostumbrado es lo normal, lo común. Así, para un francés nada tiene de particular que, al contar noventainueve, diga cuatro veinte diecinueve; pero a quien apenas aprende la lengua gala le parece un despropósito… hasta que se acostumbra.

Muchas lenguas cuentan distinto del once al diecinueve, y se normalizan luego del veinte. O sea, no dicen dieciséis, sino seisidiez. Aunque hay que estar atento, que los cambios son caprichosos. El alemán, al contar, pasa del tresiveinte al veinticuatro.

Hay sonidos que no parecen decir lo que dicen. En polaco, sentido del humor suena así: pochuche jumoru; o bien, a la estación no llega el tren, sino el pochongu. El posesivo suele hacerse con la letra a, de modo que la casa de David se convierte al oído en dom Davida y la de Carlos, en dom Carlosa.

La moneda es el zloty. Cuando se tiene uno, se llama złoty, si se tienen de dos a cuatro, se llama złote, de cinco a diecinueve, son złotych, y así tiene uno que llevar la cuenta ad infinitum para saber qué palabra usar.

El alemán a veces guarda el desenlace para el final. Si en español decimos “no te amo”, en alemán hay que decir “yo te amo no”. Ich liebe dich nicht. Hablar lentamente crea falsas expectativas. Algo parecido pasa con el pas francés.

El español tiene pocos sonidos. Por eso se puede entender aunque se pronuncie mal. Si un extranjero nos dice: “Pirdine asté, ¿dindi ostá le vineda Riforma?”, le entendemos perfectamente. Un francés se queda en Bavia con la mitad de eso. Y nosotros nos vemos en aprietos para distinguir entre Laura, la hora y el oro. Laure, l’heure, l’or.

Estas son fruslerías del aprendizaje. Después de un tiempo de vivir en Polonia, Francia, Alemania o donde sea, rige la costumbre. El famoso refrán de “Adonde fueres, haz lo que vieres”, se repite así por costumbre, aunque ya casi nadie usa esas formas verbales. Aun sin rima, podemos decir: “Adonde vayas di lo que oigas”. Cualquiera aprende así un idioma.

Excepto uno: otro español.

Los mexicanos pueden pasar muchos años en España y, por fortuna, ninguno cecea ni vosotrea.

Quienes llegaron hace más de un siglo a Madrid sí se dejaron tentar por la idea de un español castizo y literario. Amado Nervo escribía en sus versos: “Descansad un rato, vuestra es mi morada; os daré mi lecho, mi pan, mi sonrisa”. “Cambiadme la receta”, dijo Juan de Dios Peza. Y Alfonso Reyes siempre escribió en esa segunda del plural que aprendimos en la escuela pero nunca usamos. Celebro que “El sol de Monterrey”, al ser toda en primera persona, dice: “a mí me seguía el sol” y no “a vosotros os seguía el sol”.

Es una lengua española que, “tomad y comed”, suena más bíblica que literaria.

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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