Cultura

‘Soy Frankelda’: cuando la animación habla el idioma del arte

Cine

‘Soy Frankelda’ es una apuesta gótica donde la animación se vuelve lenguaje artístico. Un fantasma que escribe tras la muerte cuestiona censura, industria y vocación creadora.

Me parece que fue Guillermo del Toro (o quizás uno de los publicistas de El espinazo del Diablo) quien inventó que un fantasma es “un suceso que se niega a morir”. Freud lo llama repetición. En el espacio simbólico que habitamos, vuelve una y otra vez algo que insiste en que no ha sido escuchado lo suficiente: el trauma. Soy Frankelda se publicita como el primer largometraje mexicano en stop-motion y fue dirigido por los hermanos Arturo y Roy Ambriz para el estudio Cinema Fantasma. Soy Frankelda es el debut de estos directores que llevan la insistencia del fantasma hasta el exceso. Es importante aclarar que la historia no va en sí misma de un espectro, sino de algo un poco más complejo: algo que escribe después de morir. ¿Y por qué? Porque su obra no halló espacio ni en el mundo de los muertos ni en el de los vivos, así que su persistencia, más que venganza, es un recurso metafórico para hablar de la necesidad artística de decir “algo”. La vocación del escritor, supongo, la del director, la del poeta.

¿Qué ocurre cuando la imaginación queda atrapada entre la censura, la industria y la brutalidad de un sistema que exige obediencia estética? Esta es la pregunta que sostiene los ejes narrativos de Soy Frankelda, una obra gótica en el estilo de Mary Shelley transterrada en esta oscura casa de provincias donde reaparece la voz, porque el libro no se cerró, porque la voz fue administrada por manos ajenas y aquí hay mucho de crítica dura hacia un sistema que ve entretenimiento, mercancía, en el arte. Y aquí, además, Soy Frankelda dialoga con el cine entendido como luz y continuidad, luz y movimiento. La forma y el fondo se unifican y el stop-motion deja de ser una técnica más, quizás incluso un capricho porque cada movimiento es negación de la continuidad. He aquí por qué resulta tan interesante esta historia contada justamente de este modo: cada movimiento niega la persistencia, hay algo que se resiste a moverse con el tiempo, el espectro de Frankelda no está en el más allá sino en el aún aquí de cada objeto retratado cuadro por cuadro.

La animación está lejos de ser un género infantil. No es ni siquiera forzadamente lúdico. Es una técnica que aspira a menudo a la resurrección de materia muerta que mediante el stop-motion vuelve al flujo del tiempo. En fin, que la producción en su conjunto sugiere todo un mapa emocional. Los muñecos están lejos de la caricatura estilizada con fines de propiciar ternura. Son esculturas que han absorbido polvo, memoria y, lo más interesante desde el punto de vista visual: textura. Los sets han sido construidos con la obsesión de estos jóvenes animadores que quieren que la materia hable, pero no que engañe: la madera es imperfecta, las telas revelan sus costuras, la luz se derrama como barniz de diferentes texturas. Y la casa donde vive (si es que así se le puede llamar a “eso”) Frankelda es el ejemplo de cómo una película puede situarse en una tradición gótica mexicana que no se contamina del folclor ramplón del cine de horror comercial mexicano. Mucho menos el de animación. La casa de Frankelda sobredimensiona el terror de la vida cotidiana, muy lejos del espectáculo del monito de feria. Es así como los directores consiguen poner en escena un drama en que los personajes, hechos de alambre y resina, vibran, parpadean. Un pequeño giro de cabeza y ahí está: la lucha entre la obediencia y la rebelión. La animación se ha vuelto un idioma del arte.

Soy Frankelda

Dirección: Arturo Ambriz, Rodolfo Ambriz. México. 2025.

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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