Cultura
  • Una cochera, un triciclo y en la banqueta: la Gen Z reinventa las librerías de barrio

  • Una generación detona librerías en banquetas, mercados y heladerías. Jóvenes libreros reinventan el oficio en los márgenes del mercado editorial. No es nostalgia: es resistencia.
Jóvenes libreros reinventan el oficio en las librerías  |  Portada

DOMINGA.– En lo que fue un puesto de periódicos a pie de calle, sobre la banqueta de un enorme edificio, aparece Diógenes Librería de Barrio. Justo en la esquina de Dr. Carmona y Valle y Dr. J. Navarro, en la colonia Doctores –legendaria por la venta de autopartes robadas–, ofrece en sus estantes portátiles una selección de libros de viejo y novedosos de historia, literatura, poesía y ensayo.

Ahí una antología de cuentos de Franz Kafka de segunda mano cohabita con ejemplares diversos de literatura latinoamericana y publicaciones de prestigiosas editoriales independientes, como Colofón de México, Mansalva de Argentina, Metales pesados de Chile, Galaxia Gutenberg de España, entre otras.

“Buscamos lectores”, dice su cartel con la silueta de un perro sosteniendo una lámpara con el hocico; inspirado en Diógenes, un filósofo griego que reivindicó vivir en la pobreza y deambulaba con una lámpara en busca de hombres honestos.
Una generación detona librerías en banquetas, mercados y heladerías. Jóvenes libreros reinventan el oficio en los márgenes del mercado editorial.
Volcana es una librería y centro social impulsada por diferentes editoriales | Luis Cortés


En un mundo literario dominado por editoriales corporativas, donde avanza el consumo de ebooks o de influencers que reseñan libros en TikTok (ya no hace falta leerlos), emerge una tendencia impulsada por la generación Z y la millennial. Atesoran el libro impreso y buscan acercarlo a su comunidad desde espacios poco convencionales: una heladería en la colonia San Rafael, un carrito bicicletero en Ciudad Nezahualcóyotl, la estancia de una casa en Texcoco, una banqueta en la Doctores.

Al lado del puesto metálico hay una mesa pequeña con cuatro sillas, lugar de socialización y lectura. Ahí reposa La sociedad del cansancio (Heder, 2024), de Byung-Chul Han, que Víctor Villagómez estaba leyendo antes de la entrevista, uno de los dos creadores de esta librería de barrio. A su lado Danka está echada en el suelo, la compañera canina de sus jornadas. El centennial, de 27 años, cuenta que la abrieron en marzo de 2025.

Habla entusiasmado de la recepción de los vecinos y no oculta sobre su baja rentabilidad. “El otro día un amigo de la editorial Matadero me dijo: ‘Le puse así a mi editorial porque sabía que iba a ir al matadero, no tengo dinero’. Nuestra librería me da para mantener mi día a día y el proyecto pero para guardar dinero, no, no. No me da para nada”, dice, quien es egresado de la escuela de cine de la UNAM y que dejó su empleo en la distribución de libros para abrir Diógenes.


—Entonces, ¿es mera pasión por los libros? —le pregunto.
—Sí, sí —lo interrumpe su socio Miguel Aguilar, escritor millennial de 36 años—. Exactamente creo que es un suicidio absoluto, pero pues nos gustan los libros, nos gusta la literatura y ¿por qué no compartir lo que nos gusta?

Michell Pérez-Lobo, poeta y editora millennial, autora de Fantasma y monumento (2024, UANL), desde hace años puso su mirada en el ecosistema de pequeñas librerías barriales para mero disfrute. Observa que emergieron durante la pandemia del covid-19 cuando las grandes editoriales y librerías tuvieron pérdidas importantes: “Estos espacios alternativos surgieron como una respuesta a este mercado no recuperado por completo”.

Enlista La Polilla en la Roma, Liminal en Monterrey, La Meiga en Mérida, La Pessoa en Querétaro y El Entusiasmo en Xalapa, entre otras. Algunas atraen a su público a través de eventos culturales o el consumo de bebidas y alimentos (Winona en Coyoacán), o impulsan un intercambio editorial latinoamericano (Diógenes). Otras irrumpieron en geografías inusitadas como Navegui, librería infantil y juvenil abierta en 2021 en un local del mercado municipal de Ciudad Nezahualcóyotl, Neza, pero que en 2024 pausó por cuestiones económicas.

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El Poeciclo recorre las calles de Neza, en el Estado de México | Luis Cortés


Librería Navegui
, creada por Tania Navarrete y Moisés Vera, una pareja egresada de Letras Hispánicas de la UNAM, terminó siendo financiada con sus ingresos académicos. Navegui formó parte de la Red de Librerías independientes (RELI), conformada en 2018 por la librera Claudia Bautista, que advierte: “Quiero ser honesta: los [jóvenes] libreros tienen que ver la librería no de forma romántica sino como un negocio, tienen que hacerse de una base que les garantice que con comunidad o sin ella van a salir adelante y no van a arriesgar su propio patrimonio”.

Ser librero en la periferia

Las librerías barriales impulsan la descentralización, hacer comunidad y atraer con ingenio a la gente a su oferta literaria. Sin duda la propuesta más transgresora es la de David Martínez, de 27 años, que vive en Neza.

Le gusta pedalear su El Poesciclo, un triciclo de los usados para vender tamales, al que en septiembre acondicionó como minilibrería rodante. Así recorre su barrio, charla con la gente y le regala los libros que le donan a través de las redes sociales. Es un promotor asombroso de la lectura y las librerías. En Instagram tiene 250 mil seguidores. En Facebook, 434 mil.

Un mediodía de octubre sale a rodar en su Poesciclo y se detiene ante una señora que no conoce.


—Señora ¿le gusta la lectura? —acerca su triciclo con las obras nuevas y leídas de poesía, ficción e historia que carga.
—Casi no leo —responde extrañada la señora Yolanda.
—¿Le gustaría aventarse un clavado a la aventura de un libro?
—¿En cuánto los están vendiendo? —pregunta desconcertada.
—¡Son gratis! —el centennial de melena alborotada no deja de sonreír.
—¿En serio? —Yolanda se acerca a El Poesciclo y su conductor le habla con entusiasmo de un libro de poesía de Alex MV Ortega de la editorial Trazo Oscuro.

La señora Yolanda se lo lleva.



Martínez estudió teatro en el Instituto Andrés Soler de la Ciudad de México y hace dos años inició su dinámica con éxito en el Centro Histórico. Decidió trasladarla a su propio vecindario a pesar de que sus seguidores crecieron sin parar. Sus razones: “se me hacía rarísimo no conocer a mis vecinos, ni siquiera su nombre”. Hoy lo hace pedaleando su Poesciclo: “quiero crear comunidad donde vivo y que la gente se de cuenta de que en la periferia hay lectores y se puede hacer contenido”.

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Navegui es una librería infantil, libros ilustrados, cuentos, libro álbum, grafica para niños y niñas | Laura Castellanos


El centennial refiere que vive con sus padres, ministros de una iglesia cristiana de culto. Desde hace dos años comenzó a interactuar en redes sociales y hace ocho meses empezó a monetizar, lo que le genera un promedio de 8 mil 500 pesos al mes. Dice que si bien ha incursionado en temas más virales con los que podría aumentar sus ingresos, como el del fútbol, quiere continuar con los libros: “es un proyecto personal que me gusta, que me apasiona”.

Martínez entrevistó a Sebastián Maldonado en sus redes, un centennial con maestría en Literatura Comparada por la UNAM. Este año renunció a su trabajo en la librería El Desastre y en julio abrió Rehilete en Texcoco, Estado de México, en la sala y cochera de una casa habilitada como local comercial en la colonia La Conchita.

Su librería cuenta con clásicos de la literatura latinoamericana y títulos de editoriales independientes  sobre narrativa, poesía, pensamiento crítico y feminismo. Su espacio es entrañable. Hay una barra de cafetería, un tocadiscos en el que hace sonar sus elepé de acetato entre los que hay uno de Willie Colón. Invita a la gente a llevar los suyos para convivir, da funciones de cineclub, y programó una sesión de corte de cabello y taller de collage con la artista –y novia– Sam Mayer.

Dice que lo motivó la ausencia de una librería independiente en Texcoco, cuyos habitantes tienen que viajar tres horas a la Ciudad de México para adquirir novedades. También quiere reivindicar el casi extinto rol del librero en un mercado monopolizado por cadenas de librerías que “son como supermercados, están hechas para que uno pueda navegar y encontrar lo que busca sin demasiada interacción”.


Quiere hacer de Rehilete un lugar de encuentro. Narra que lo inspira la figura de Sylvia Beach, la legendaria librera y editora de la librería Shakespeare and Company en París, pues “se enfocaba en que la librería, más que vender libros, fuera un espacio donde la gente pudiera coincidir y se sintiera cómoda coincidiendo”. Más su desafío es lograr la rentabilidad: “Hay días en que vendo uno, dos libros, y otros en que son 10 o 15 cuando hay eventos”.

Rehilete, Poesciclo y Diógenes y otras más, como la Librería La Juventud, abierta en junio por Monse Rojas en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, son parte de la tendencia editorial independiente empujada por la Generación Z en 2025.

Entre libros helados y naufragios

Una generación detona librerías en banquetas, mercados y heladerías. Jóvenes libreros reinventan el oficio en los márgenes del mercado editorial.
Daniel Bolívar creador de la librería Glaciar en la colonia Sam Rafael en la Ciudad de México | Luis Cortés


En la oleada de pequeñas librerías barriales surgidas en el contexto de la pandemia, algunas logran permanecer con éxito. La librería-heladería Glaciar Libros Helados funciona desde hace dos años en la colonia San Rafael de la capital mexicana. La concibieron dos de sus residentes millennials, Daniel Bolívar y Alfonso Santiago, dedicados al diseño editorial.

“Helado de Yogurt y libros bonitos”, se lee en la pared de su local en el que hay libros narrativos, de ensayo, diseño e ilustración, y diversos artículos diseñados por ellos mismos. Bolívar expone: “estos espacios, más que seguir las reglas o modelos de otras librerías, como que van inventando las propias y eso es interesante como relevo, sí, como cambio de estructura”.

Según ellos, lo están logrando con provecho: “la verdad estamos contentos porque hemos logrado tener un pequeño negocio que sí es rentable y que a la gente le gusta mucho, eso nos hace muy felices”, agrega Bolívar.

Otras propuestas, como la Librería Navegui, si bien tuvieron aceptación social, naufragaron. Su página aún está activa en internet, con fotos de la pareja que la creó que muestra con orgullo su librería en el mercado de Neza. Tania Navarrete dice que para atraer la atención infantil crearon una ludoteca, dieron talleres, tenían videojuegos pero que, si bien su convocatoria fue exitosa, la gente locataria no compraba libros. “Siendo realistas, había momentos en los que la librería tenía que recibir el socorro de nuestros otros empleos y era difícil sostenerla”.

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David Martínez en su Poeciclo pedaleando por las calles de Neza | Luis Cortés


Claudia Bautista
enfatiza que sostener una librería en un espacio comunitario es un reto. Ha visto cerrar diversas librerías independientes “y es muy doloroso”. La millennial refiere su propio caso: con su esposo abrieron una librería en Xalapa que creció en un momento pero que, por la pandemia y deudas de clientes, llegó a ser insostenible, lo que provocó su separación y que ella se mudara a la capital mexicana.

Sin dar detalles, rememora el caso de la librería La Banda que cerró tras funcionar cuatro años en un pueblo de Hidalgo. “La compañerita cerró hace dos años, me decía: ‘me esforcé muchísimo aquí en mi pueblo. La gente venía y los editores independientes traían sus libros que no les aceptaban en otros lugares, [yo] vendía cosas que la comunidad hacía pero cuando empecé a cerrar, porque ya no me alcanzaba, la comunidad simplemente buscó otro espacio”.


Pasión librera sin miramientos

Las librerías barriales que han logrado consolidarse enfrentan una batalla cotidiana por la permanencia. Volcana Lugar Común, ubicada en una casa antigua de la colonia Santa María La Ribera, es uno de los proyectos más ambiciosos. Abrió en 2021, durante la pandemia, y lleva cuatro años de vida. Fue concebida como una librería con catálogo de pensamiento crítico y un centro social autogestivo.

Volcana es gestionada por Bajo Tierra Ediciones (que creó un colectivo editorial sumando a la española Traficantes de Sueños y la argentina Tinta Limón Ediciones) que tejió sus propias redes de distribución. Gisela Garcíarena está al frente de ambos proyectos. Dice que la librería es autogestiva y está siendo rentable, pero “falta mucho para que el proyecto se sustente a sí mismo”.

Una generación detona librerías en banquetas, mercados y heladerías. Jóvenes libreros reinventan el oficio en los márgenes del mercado editorial.
La Libreria Diogenes en el bario de la Colonia Doctores en la Ciudad de México | Luis Cortés


Detalla: “exige muchísimo esfuerzo y muchísima convicción para seguir adelante porque, digo, tu vida material nunca está resuelta del todo”.

Alejandra López atiende directamente la librería, que es un lugar donde se imparten talleres diversos y es foro para cierto activismo político. Expone que recientemente lo abrieron recientemente a comuneros de Ostula que defienden su territorio, madres de víctimas de feminicidio o desaparición, y “ha habido talleres sobre gentrificación o asambleas en corto para organizar la lucha de los vecinos por la colonia”.

Ser apreciadas como parte de la comunidad no es el único desafío de las librerías barriales. Hay quienes impulsan diversas estrategias de profesionalización. Claudia Bautista, por ejemplo, imparte un diplomado para capacitar a personas en el rol librero apoyado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Dice que ha profesionalizado a más de un centenar de personas.

Dora Navarrete, coordinadora de Casa Tomada, librería y espacio cultural en la colonia Condesa, señala que en el ecosistema editorial son las mujeres las más marginadas y quienes padecen mayor brecha salarial, por tal razón recién impartieron un taller para mujeres distribuidoras de editoriales independientes. Reconoce que si bien la pandemia provocó prácticas individualistas, “en esta época ya nos dimos cuenta que ese no es el camino, sino construir redes y una comunidad sólida que te sostenga para poder continuar”.


Por lo pronto, desde distintos frentes persiste la defensa de las expresiones barriales autónomas: Tania Navarrete se niega a renunciar a Navegui y desea buscar otro mercado en mejores condiciones: “estoy cerca de terminar mi posgrado y quiero abocarme otra vez a abrir canales, queremos mucho el proyecto”, dice.

En tanto, Claudia Bautista, si bien se siente impedida de abrir una librería física, creó su propia librería bicicleta a la que llamó Estridenta, en honor al movimiento estridentista xalapeño, para salir a la calle en busca de lectores. Mientras David Martínez, en su propio pedaleo, quiere crear un círculo de lectura en su vecindario de Neza y Santiago Maldonado continuará emulando a Sylvia Beach para que la gente coincida entre sí y con los libros en Rehilete.

Una generación detona librerías en banquetas, mercados y heladerías. Jóvenes libreros reinventan el oficio en los márgenes del mercado editorial.
La Libreria Diogenes en el bario de la Colonia Doctores en la Ciudad de México | Luis Cortés

Víctor Villagómez reflexiona que el incremento de la dependencia digital y la banalidad de la sociedad han afectado la valoración de los libros como fuente de entendimiento y encuentro en la humanidad. Cita el pensamiento del poeta catalán Rafael Argullol: “Primero perdimos la memoria, luego la concentración y al final la curiosidad y el deseo”.

Puntualiza: “Como hemos perdido todo esto, la urgencia no es tanto la de consolidar un negocio”, expresa en referencia a Diógenes. Entonces su librería barrial más que un suicidio, es una apuesta desesperada por la vida.

GSC


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Laura Castellanos
  • Laura Castellanos
  • Reportea sobre temas insurreccionales, defensa del territorio y violencia organizada. Es autora de 6 libros, entre ellos 'La Marcha del #TerremotoFeminista, Historia ilustrada del patriarcado en México'.
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Dominga es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/dominga
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