Entre un vuelo y otro, en el aeropuerto, camino sin rumbo fijo. Confieso que me intrigan las personas que durante la espera leen algún libro y, con cierta discreción, trato de averiguar el título del volumen que traen entre manos. No siempre lo consigo, pero esta inocente pesquisa me entretiene y me ha hecho pensar en la redacción de un breve catálogo que podría llamarse “Lecturas en la sala de espera”. Sin embargo, lo que ahora llama mi atención es el encabezado de un periódico al que se asoma un joven y que reza así: “Caen integrantes de la Mano con Ojos”, una banda de traficantes que por aquel entonces —mi recuerdo es de hace ya quince años— asolaba los alrededores de la Ciudad de México. Me quedo considerando los inefables trabajos de esa mano al compararlos con otra, la mano del escritor y sus no siempre claros designios. Y es que unos días antes nos hemos reunido tres amigos con una misma intención: fundar una nueva editorial que desde Guadalajara hiciera el mejor uso de los beneficios que ofrece la edición digital para publicar libros de poesía en cortos tirajes. Pero nos faltaba un nombre. Manos del escritor, manos de los editores, manos del azar. En México tenemos un pequeño ritual: cuando se lleva a cabo una rifa —generalmente en el ámbito de cierta intimidad— se invita a una “mano santa”, casi siempre un niño o una niña, para que tome del recipiente el papelito que contiene los datos del ganador. Mano Santa Editores fue el nombre que, con la aprobación de Luis Fernando Ortega y Emmanuel Carballo Villaseñor, mis otros dos cómplices en aquella nueva aventura, elegimos para el naciente proyecto.
Nuestros primeros cinco títulos aparecieron juntos, en noviembre de 2011: Estilo, de Dolores Dorantes, Mecanismos discretos, de Ángel Ortuño, Kilimanjaro, de Maricela Guerrero, Zalagarda, de Rodrigo Flores Sánchez y Las bellas destrucciones, de Víctor Ortiz Partida. Era yo entonces —no he dejado de serlo— un neófito de las redes sociales. Y Luis Fernando, diseñador estrella de Mano Santa y de muchos otros proyectos editoriales que hoy cuentan con su talento, tuvo la idea de crear un sitio donde los virtuales lectores de nuestros libros, en cualquier parte del mundo, pudieran leerlos y descargarlos de manera gratuita. Hasta la fecha todos los autores de Mano Santa han estado de acuerdo con esa generosa iniciativa. Avanzamos sin prisa, dedicando a cada libro toda nuestra atención. Hasta comienzos del año en curso Mano Santa había publicado una treintena de títulos en la que conviven poetas, hombres y mujeres, de distintas generaciones. Cada portada es distinta, cada libro debe tener un cuidado especial.
Muy pronto comenzamos a recibir sugerencias de autores lejanos y cercanos, con un reclamo importante: ¿por qué no abrir la editorial a otros géneros literarios, e incluso, a otras propuestas creativas que merecen residir, así sea provisionalmente en la página impresa? En enero de este año, Luis Fernando tuvo una espléndida idea. No olvidaré la tarde en que llegó a nuestra casa en Chapala con las maquetas de lo que hoy es una nueva colección: Prueba de Autor. Ediciones todavía más limitadas en su tiraje, pero de igual manera accesibles en nuestro sitio en la red. Invitamos a la poeta Lizzie Castro quien desde ese momento apoyó la iniciativa y sumó a ella su natural perspicacia, su conocimiento del trabajo que hoy en día llevan a cabo nuevas generaciones. La respuesta de autores y lectores a esta nueva colección rebasó con mucho nuestras expectativas iniciales. Otros treinta títulos se incorporaron al proyecto en el transcurso de este año: cuentos, crónicas, ensayos, colaboraciones entre la poesía y las artes visuales y aquello que Juan José Arreola atinadamente bautizó como “varia invención”.
La edición independiente se ha convertido, lo es desde hace tiempo, en el lugar donde se gestan los más originales desplazamientos de la lengua y las propuestas que nos invitan a una consideración más amplia de la literatura y las artes. En Guadalajara, Mantis Editores, de Luis Armenta Malpica, es la más longeva; Espina Dorsal, de Gustavo Íñiguez, es una de las más recientes; Editorial 2628, con Mario Heredia como invisible instigador, apuesta por la narrativa; Atípica, de Cecilia Magaña y Typotaller de Marlene Zertuche avanzan con acierto en diversas direcciones. No son las únicas, en Puerto Vallarta, por ejemplo, Editorial Garrobo, de Juan Azuara navega contra viento y marea. Todas estas editoriales han tenido espacios reducidos, cuando no francamente marginales, en la reciente Feria Internacional del Libro. Y, sin embargo, se mueven. Rebasado el espacio de la FIL, el bar Patán, desde hace unos años, alberga Liberfilia en la Colonia Americana bajo el amable cobijo de Patricia Velasco. Hay, sin duda, una efervescencia y una pasión compartidas más allá del siempre ubicuo espejismo de los premios literarios y de la insaciable mercadotecnia.
Termino esta columna con un apunte a la vez melancólico y esperanzador. Gracias a Flor Barbosa tuve el privilegio de ser el primer editor de un poeta excepcional: Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969-2021). En su libro inicial, Las bodas químicas (SCJ, 1994) estaba ya el fermento de lo que vendría después, un poeta genuinamente admirado y querido por distintas generaciones. Ahora, en Prueba de Autor, publicamos Metástasis, el primer libro de Lucía, su hija, la autora más joven de Mano Santa, ya “tocada por el rayo”, como lo expresó alguna vez, con su singular clarividencia Francisco Hernández, nuestro poeta mayor.
AQ / MCB