Blanco Móvil es la conciencia que no se da el lujo de quedar expuesta al conformismo y el confort, es la celebración del pensamiento. Cuarenta años después, desde sus orígenes en Gandhi, Eduardo Mosches está dispuesto a celebrar por todo lo alto este esfuerzo y esta ofrenda cultural con la publicación de antologías temáticas, la convocatoria de premios literarios y la edición de las obras ganadoras. El panorama cultural es árido y escasean los apoyos a este tipo de iniciativas ciudadanas, pero Mosches está dispuesto a sacrificar parte de sus ahorros en coronar la gesta
Cuando dirigía la revista Memoria (del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista) le dije al director del Centro, el legendario comunista Arnoldo Martínez Verdugo, que debíamos de ser más audaces para causar más impacto con la publicación. Arnoldo, con toda la parsimonia del mundo, me dijo que era más importante garantizar la permanencia. Las ideas son un río caudaloso y las revistas son afluentes de ese cauce o cauces que alimentan dicho cuerpo, pero debemos cuidar que nuestro afluente no se seque, que mantenga su caudal y en algún momento sea un surtidor de la memoria. Eso mismo me parece que Eduardo Mosches ha pretendido al apostar por la longevidad de Blanco Móvil y lograr que esa revista literaria y cultural, en un sentido más amplio, haya surcado tierras mexicanas desde que él arribara a este, su nuevo país, primero del exilio y luego de su elección. Esos Dos terruños, como titula uno de sus últimos poemarios mexicanos, que no es otra cosa que la infancia y la edad adulta con múltiples presencias y con viajes que también se quedan resonando en la memoria.
Lo conocí unos diez años después de su exilio en el Distrito Federal, cuando en febrero de 1976 vino en plan turístico. La madre comerciante de una amiga suya lo invitó a México con la condición de que le trajera dos maletas de ropa de alta costura. La indumentaria estaba confeccionada en piel. El motivo original se tornó político cuando se enteró que, en marzo, un golpe militar había impuesto el terror en Argentina, sobre todo entre la población con ideas progresistas, de izquierda, y no se diga de franca subversión al régimen castrense. Eduardo había sido ya detenido un par de ocasiones por su activismo político y a causa de una personalidad contestaria que lo caracterizaba y lo define hasta la fecha. Sabía lo que le esperaba en la dictadura y decidió no regresar. Lo contrataron en el área de Extensión Universitaria, de la UNAM, traduciendo y corrigiendo textos del portugués al español para una revista. Eduardo siempre ha sostenido que no solo fueron las causas políticas de su exilio, también influyó la paleta de colores que reverberaba en el gris de las calles y las casas de los barrios y salpicaba los mercados, los mismo que los sonidos de los parques y los pregones, las miradas risueñas de la gente, la algarabía de las fiestas y una oferta cultural que no había tiempo para consumirla. Esa era la Ciudad de México, el entonces Distrito Federal. El exilio se tornó en una natural inmersión en una identidad binacional.
Mosches conoció al famoso librero Mauricio Achar en los comienzos de su experiencia mexicana, es decir, al dueño de la Gandhi, antes de que fuera el emporio comercial que hoy cubre la mayor parte del territorio nacional. Achar lo contrató para llevar el programa cultural de la librería, que en esa época contaba con un foro y una cafetería donde se concentraban los jugadores de ajedrez y algunos escritores. Otra tarea de Mosches era dirigir la editorial Folios, también de la empresa. Entre ambas actividades surgió la idea de editar una publicación periódica que diera noticia de las novedades bibliográficas que ofrecía la Gandhi y difundir las actividades culturales de su foro. El número cero fue dedicado a Julio Cortázar, luego vinieron autores mexicanos de gran relevancia con otros de menor rango, pero con futuro promisorio. La presencia de autores centroamericanos, a causa de los conflictos políticos en sus países, era notable y la revista enfocó también a dichos escritores.
Un grupo heterogéneo y muy activo de escritores frecuentaba la librería. Mosches recuerda entre esos nombres a Alain Derbez, Miriam Rubinski, María Luisa Puga, Óscar de la Borbolla, Beatriz Escalante, quienes formaron parte del Consejo Cultural. Café, ajedrez, conversación, escritura, lectura y arte determinaban el amasijo de intereses y de anhelos de esa comunidad de intelectuales que vieron no solo con simpatía sino con cierto compromiso y afecto el proyecto Blanco Móvil. El nombre, por cierto, había sido tomado de la novela policiaca de Ross Macdonald: El blanco móvil. Pero en términos simbólicos representaba un título que encarnaba la idea de un cuerpo y un objetivo en constante movimiento, capaz de mudar de sitio y de apariencia, pero no de naturaleza.
Por eso, al independizarse de Gandhi, de manera concertada, en sus primeros 15 números hubo un entorno solidario y acogedor que ayudó al sostenimiento de la revista. Luego vino una realidad cruda que se convirtió en una pendiente escarpada. Las embajadas, las instituciones culturales de México, de la capital y de provincia fueron una opción para sostener en pie el proyecto. Pero algo que inicia con el entusiasmo colectivo se convierte poco a poco en la obsesión de una o dos personas, y en este caso fue una: Eduardo Mosches.
Los medios para obtener no solo los recursos económicos de Blanco Móvil sino además las colaboraciones gratuitas de los autores, el apoyo de diseñadores, fotógrafos, correctores, lectores, impresores, se extienden a la necesidad de distribuir los frutos del esfuerzo, a difundir sus contenidos, a promover cada edición. Esas habilidades se desarrollan y se vuelven elaboradas, al tiempo que se simplifican porque cada vez se concentran más en el bolsillo del editor, sobre todo si este es el dueño y el animador de sus propias ilusiones. La publicación ha obtenido, a lo largo de su trayectoria, un par de magras subvenciones para su impresión.
No he visto a nadie que a lo largo de tantos años haya mantenido un entusiasmo indeclinable para presentar cada número, no una vez, sino varias. También a ese aferrarse a la versión impresa, por seducir a quien sea necesario para darle continuidad a su proyecto editorial, que nada tiene de comercial, lucrativo o de glamour. Tal vez en la escena nacional solo la revista DosFilos, de nuestro querido amigo José de Jesús Sampedro, recientemente fallecido, haya superado, con 49 años de existencia, y desde la provincia mexicana, ese largo aliento editorial dedicado a la poesía, sostenido desde las márgenes de lo institucional y del mercado.
Gracias a que el ingeniero Manuel Pérez Rocha, rector fundador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) —que en esa época no era autónoma—, lo invitó en el 2002 a fundar la editorial universitaria de esa institución, Mosches pudo con su sueldo hacer de Blanco Móvil no solo un proyecto editorial perdurable, sino un proyecto de vida que lo acompaña a sus 81 años de edad y en su etapa de jubilado.
La revista ha contado en su longeva permanencia con el apoyo de muchas amistades y ex amistades, evadiendo siempre el vínculo con grupos hegemónicos, instituciones, clanes literarios o artísticos, pero Eduardo destaca sobre todo la mano solidaria de amigos como Pablo Rulfo, Francesca Gargallo, Elena Poniatowska. Asimismo, subraya número temáticos de la publicación que le son entrañables: el número 70 (1996) dedicado a la literatura indígena en América, el 78, cuyos contenidos abordaron La Utopía y la literatura en América Latina (1977), y otro muy recordado es el 133 (2010) en el que los Desaparecidos se hacen presentes en las plumas que los invocan y los reclaman.
Blanco Móvil es la mitad de la vida de su creador y editor. Cuarenta años parecen que son nada, pero son un trayecto muy largo en la biografía de una persona. Eduardo Mosches ya piensa en el relevo y anhela que alguien tenga esa misma vocación por difundir la obra de los demás, por dar cuenta del pensamiento crítico y atender la sensibilidad que transcurre en un mundo trastornado por la negación del otro, de los otros, por la insaciable posesión material que de nada sirve ante la muerte. Porque Blanco Móvil no solo responde a la comunidad poética, artística, literaria, sino a una concepción de la cultura en la que la vida es también el blanco móvil que cultiva la memoria y el albedrío. Las páginas de esta revista están empapadas del sudor de la fraternidad, de los ojos que expresan el dolor y el gozo de quienes creen que la finitud solo nos sirve para poner un granito de arena en este paso por la Tierra. Pero como dijera Arnoldo Martínez Verdugo, en esta dinámica de las publicaciones periódicas es fundamental que lo transitorio abone a su permanencia en el paso de la historia.
Desde hace algunos años este viejo editor mexicano nacido en Buenos Aires, educado en su juventud en un kibutz de Israel (1963-1970), piensa en la cultura como un Blanco Móvil que no cesa de agitarse y de cambiar de sitio, que él, al fin migrante cibernético hecho de papel, no puede evitar el tránsito hacia lo digital. Así, Blanco Móvil se vislumbra ya como una revista electrónica en manos de gente más joven. Pero ¿quién tendrá esa madera —para seguir la metáfora de la celulosa del papel— de editor sin fines de lucro, de gestor y promotor de la cultura? El futuro siempre es incierto, pero yo sé que su vocación comunitaria seguirá convocando a los asados, que mantendrá su voz como su pluma una posición crítica hacia el poder local, nacional, internacional, pero sobre todo a esa tragedia del pueblo palestino a manos del sionismo colonialista, de la hegemonía económica y militar de Occidente que avala y sostiene el avance de ese objetivo: eliminar del mapa a toda una población.
Blanco Móvil es la conciencia que no se da el lujo de quedar expuesta al conformismo y el confort, es la celebración del pensamiento. Cuarenta años después, desde sus orígenes en Gandhi, está dispuesto a celebrar por todo lo alto este esfuerzo y esta ofrenda cultural con la publicación de antologías temáticas, la convocatoria de premios literarios y la edición de las obras ganadoras. El panorama cultural es árido y escasean los apoyos a este tipo de iniciativas ciudadanas, pero Mosches está dispuesto a sacrificar parte de sus ahorros en coronar la gesta editorial de un Blanco Móvil al que los avatares no han podido detener su marcha.
AQ