Mérida, Yucatán. Lunes 24 de marzo de 2025
Una sonrisa de media luna creciente se acerca, enmarcada por dos “tuxes” (en lengua maya, “tux” es “hoyuelo”) que, traviesos, sonríen también. En cada uno brilla una pequeña estrella. Esa luna y sus dos estrellas (vistas desde la tierra) se abren como soles, a tres días del equinoccio de primavera —21 de marzo—, y convierten la luna menguante de esa noche en una esplendorosa luna creciente. Nadie más podría ser sino la extraordinaria Julieta con la FG de sus apellidos, dos letras seguidas del alfabeto: Fierro Gossman, Hermosa Intrépida Julieta.
¿Bailamos? Tal vez ni lo pregunta y claro que bailamos al ritmo tropical del conjunto que toca en el restaurancito al aire libre frente al hotel. David Toscana y Sarah Kuzmicz nos miran sonrientes. Es Julieta Fierro, les digo, como si no lo supieran. Y seguimos bailando con la científica que en sus divulgaciones de las ciencias hacía reír y sentir que el universo se tiene en la mano, como ella lo tenía, leyendo en su palma el firmamento, la historia del mundo y de nuestros cuerpos.

Martes 25 de marzo en la FILEY
Al día siguiente, en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) Julieta Fierro presentó su libro Astronomía, ¿para qué?, con poemas de Angelina Muñiz-Huberman (Sexto Piso, 2025). Al tema de los neutrinos, “una nueva forma de estudiar el universo” —nos dice Julieta—, lo acompañan estos versos de Angelina:
Son llamados los invisibles
los que niegan los sentidos
los que atraviesan paredes
los que superan la luz.
Ciencia y poesía en mancuerna. Julieta Fierro Gossman y Angelina Muñiz-Huberman, ambas de la Academia Mexicana de la Lengua, reunidas en Astronomía, ¿para qué?, una pregunta que su autora contesta de mil y una formas, respuestas que convergen en una sola: “para todo”.
Tan es así, que la física (Fierro, por parte del padre) y su galaxia materna (Gossman) se acompañaron felizmente en su persona, felicidad que ella misma inventaba y reinventaba; le salía por los poros cuando hablaba de la ciencia, cuando de objetos minúsculos sacaba los secretos del universo, transformado en uni/versos, y amorosamente los aventaba al mundo, sabiendo que volverían a ella misma para esparcirlos de nuevo. Lo mismo hacía con la Osa Mayor transformada en la (pr)osa transparente de sus explicaciones ante tantos públicos, entre ellos los sabios más exigentes del planeta: los niños, como su nieto, y las niñas, como ella lo seguía siendo con aquella gracia traviesa y ágil de su mirada.
Poco antes de la presentación en la FILEY, en una entrevista expresó su amor por Yucatán, su gente, su seguridad, sus piedras mayas que prometía leer. Con un hipil (huipil) —vestimenta que auténticamente usaba desde hacía años— y el maravilloso tejido de un fustán (fondo o enagua), y unos “pikolinos” blancos, con una reverencia Julieta se presentó ante el público. Al silencio y las expectativas siguió un estallido de aplausos para la cirquera de más de tres pisos, la luciérnaga (pyropyga julietafierroae) que había volado de los terrenos de la UNAM a la urdimbre de una hamaca yucateca en el trapecio de su sabiduría, mientras declaraba una vez más sus votos de amor por la ciencia, dulce como nuestro xtabentún de miel y anís, y libre como nuestras mujeres ancestrales, fuerte herencia para las niñas de hoy. “Primera vez que veo a un hada” —dice una niña. Y otra le contesta —“con su varita mágica, mira”. Esa varita con que la científica dispersó su sabiduría en la noble tarea de la divulgación, cumpliendo con la palabra en el más alto sentido de su significado.
Como en cada una de sus conferencias rociaba al público con dulces (y esta vez traviesamente con chapulines), mientras invitaba a personas del público a participar en sencillos experimentos. Ah, los privilegios de los retos y sus resultados, la claridad destilada de quien deveras sabe, la espontaneidad de sus pasos y palabras, la naturalidad de sus explicaciones, el contagio que cada vez envolvía más a quienes no importó hacer cola en las pasillos pues sabían que les esperaba la cola de un cometa, la luz de una constelación, la luminosidad del cielo reflejada en la persona de Julieta Fierro que a la vez se reflejaba en el planeta formado esa noche por el público de todos los sexos y edades, del género femenino de quien la astrónoma ha sido voz cantante.
La alegría se salía del Uxmal 4 de la FILEY, lo mismo que las risas, los aplausos. En el salón no cabía un alfiler más que alfileres de felicidad, que al concluir la conferencia abrochaban al piso a la niñez plena pegadita a Julieta, que esa noche bajaba el infinito a la Tierra y subía a quienes la escuchaban al azul negro —azul pavo— que ella pintaba con los colores de su conocimiento. Esa noche celeste, Mérida era una fiesta. Con otras personas, en la primera fila del salón, Laura Niembro y yo, privilegiadas y arrobadas, felices escuchábamos a Julieta Fierro. ¿Bailamos? Al final, discretamente salimos del salón Uxmal convertido en un nuevo, aunque efímero observatorio. ¿Efímero? Nuevas generaciones astronómicas nacieron esa noche.
Más que entusiasmada, le escribí felicitándola por su estelar e interactiva conferencia. Me contestó: “Ojalá algún día pueda impartir alguna para tus alumnos de California o de Yucatán, como sabes eso de echar relajo me encanta”. Sus una y mil conferencias sustituirán esta asignatura pendiente.
Por esa noche del martes 25 de marzo de 2025, gracias a la Universidad Autónoma de Yucatán, a la Feria Internacional de la Lectura Yucatán, a la editorial Sexto Piso. Ahora nos enteramos de que a principios del mes de julio de este año la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación de Mérida (Secihti) develó la placa “Julieta Fierro”, que da nombre a su auditorio.
Y gracias siempre a la Academia Mexicana de la Lengua, que nos regaló conferencias de Julieta Fierro, nos hizo tenerla y sentirnos cerca. En una de sus lecturas estatutarias, entre las imágenes de luz que preparó para volver visibles y cercanos los astros, se coló la imagen de una cocina que era “un desastre”: ollas, sartenes, vasos, platos, todo amononado y sucio. Cuando terminó de hablar, con las felicitaciones llovieron comentarios. No tenía (yo) nada que decir, pero quería felicitarla y le dije que, con tal de estar cerca de ella y aprender, podría hacerme cargo de su cocina. Se rio y dijo que solo era una imagen traída de no sé dónde, que no era su cocina. De haber sido, y recordando sus palabras en otras conferencias, diría: “no pasa nada”. No somos perfectas y tampoco la ciencia lo es, y no pasa nada.
Ciudad de México. Viernes 19 de septiembre de 2025
Seis meses después de aquel marzo de equinoccio —y dos días antes del equinoccio de septiembre—, aunque de distinta magnitud, este 19 de septiembre vendría otra marca triste en el calendario. Al golpe de la noticia, el impacto osciló entre “lo creo” y “no lo creo”, al mismo tiempo que el corazón trepidaba. La oscilación cedió a la aún inexplicable realidad: ¡Ha muerto Julieta Fierro!
Horas después, Rafael Fierro —su hermano arquitecto, historiador del arte— tocándose el corazón nos dijo: “sonrían”, como Julieta sonrió siempre. “Anoche, se tocó mambo. Sonrían”. Los hijos de Julieta —Agustín, filósofo del MIT, y Luis, economista de Stanford— nos saludaron, compartieron anécdotas familiares, de niños y perros. —¿No estudiaron la misma carrera de su madre? —No, la meta quedaba alta, muy alta. En nuestro imaginario, el piano tocó dos teclas, tras aquella sonrisa de luna creciente y sus dos tuxes de estrellas… Eso fue el sábado 20 de septiembre.
Una semana antes —jueves 11 de septiembre—, la Academia Mexicana de la Lengua había concluido sus festejos de 150 años. Una semana después, ese sábado 20 de septiembre se reunió de nuevo en un abrazo colectivo y profundo alrededor de la Silla 25, cinta de plata de Julieta Fierro. Sentimos en lo más entrañable del alma que la Academia es una familia y lloraba —llora y sonríe también— por la luna que, junto con el sol, si bien es científicamente un eclipse, es al mismo tiempo una constelación que con Julieta ha marcado un reto en la divulgación de la ciencia y la palabra. Y esa misma noche, la Universidad Nacional Autónoma de México, alma mater de Julieta Fierro, a través de su Coordinación de Difusión Cultural, le dedicó el concierto en “las Islas” por los 115 años de la UNAM. En la enorme pantalla, más luminosa que nunca, una imagen de Julieta Fierro. ¡Felicitaciones a la UNAM! Por su alma filia: Julieta Fierro.
Sara Poot Herrera es miembro correspondiente en Mérida de la Academia Mexicana de la Lengua.
AQ