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  • Les robaron todo, menos el aguante: las familias de Cuba 11 resisten al despojo

  • Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos. Hoy sobreviven en un plantón contra la gentrificación.
las familias de Cuba 11 resisten al despojo en la Ciudad de México | Portada

DOMINGA.– Hace casi 100 años se construyó un amplio edificio en la calle República de Cuba  del Centro Histórico de la ciudad. Pasaron los años y se pobló de familias. Al menos cuatro generaciones vivieron en el lugar. Gente falleció dentro, otros se fueron y, al final, seguían ahí, sobre todo, personas mayores. Vivían en paz hasta que el pasado 27 de agosto, pasadas las seis de la mañana, uniformados y civiles con mazos en mano violaron la puerta de entrada, se metieron a la fuerza a los departamentos y desalojaron a las familias. Echaron a la calle a más de 70 personas que vivían ahí. Nadie les avisó.

Algunos supuestos policías mostraron en el celular la orden judicial de desalojo dictada por el juzgado 54 de lo civil. O enseñaban un papel que nadie alcanzó a leer. Varios desalojadores eran hombres fornidos y encapuchados. Arrasaron con todo a su paso. Llevaban bolsas, cangureras y petacas para llevarse lo que quisieran.

Las y los vecinos denuncian que les robaron pertenencias de valor económico y sentimental ante los ojos de los oficiales. Los desalojadores les quitaron refrigeradores, cocinas integrales y hasta un piano. Los habitantes pudieron sacar algunos muebles y salvar pertenencias, pero esa mañana, coinciden, sufrieron un despojo. Los echaron como si fueran invasores, pero Cuba 11 era su hogar desde siempre.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
En el plantón a veces hay desánimo, pero todos resisten | Juan Carlos Bautista

Por eso decidieron armar un plantón en la calle. Quemaron colchones y muebles que terminaron en Eje Central como reclamo para que las autoridades voltearan a verlos y atendieran su demanda: que les regresen sus casas o que los reubiquen.

Muchos muebles quedaron dentro. Los desalojadores sellaron la entrada del edificio: soldaron la puerta y la encadenaron. Nadie puede entrar a recuperar lo perdido. Casi un mes después, las vecinas y vecinos mantienen su plantón. Aguantan la lluvia y el frío. Han tenido cuatro reuniones con el Instituto de Vivienda de la Ciudad de México (Invi), que los apoya con alojamiento en el Hotel Dos Naciones, a un par de calles, y con rentas mensuales de 4 mil pesos.


Todo eso ayuda, pero la autoridad no ha encontrado una solución definitiva. Hay días de mucho desánimo, de incertidumbre. Se aferran a la calle, a sus recuerdos de décadas. Hombres y algunas mujeres se dividen en grupos para las guardias nocturnas. No se moverán de ahí porque eso los desintegraría. Luchan, no saben muy bien contra quién, pero saben que, si se descuidan, pierden. Si flaquean, sus departamentos serán divididos para convertirse en un anuncio en AirBnb.

No se irán. Todos tienen un motivo para quedarse. Esto es lo que contaron a DOMINGA los días que visitamos el plantón:

“¡Nos están desalojando!”

Esos fueron días de porquería para María del Rocío Quevedo Juárez, de 74 años. Una semana antes del desalojo, un lunes, se cayó y se fracturó una muñeca. Su nieta la acompañó a Traumatología, donde le dijeron que tenía que usar yeso y cabestrillo por tres meses. Además, tenía un par de costillas fisuradas.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
La señora María del Rocío logró rescatar algunos de sus muebles | Juan Carlos Bautista

Le recomendaron descansar, pero el miércoles de la siguiente semana, por la mañana, una vecina golpeó su puerta. “¡Apúrate, nos están desalojando!”. María gritó, lloró. Los cargadores invadieron su casa y sacaron todo. La empujaron y se pegó en el sillón. La radiografía del lunes siguiente mostró que ahora tenía otras dos costillas fisuradas.

“Qué coraje y tristeza. Mi vida aquí y me sacan de esta forma. No respetaron a nadie. A la mamá de un vecino dependiente de oxígeno, de 90 años, la sacaron también. Nos despojaron arbitrariamente sin avisarnos”, dice María.

Llevaba 59 años en el edificio de Cuba 11 que ha aguantado todos los temblores. En los años 60, su mamá enviudó y se mudó con sus cinco hijas al inmueble. Como mesera en un restaurante se las arregló para mantenerlas. Ahí, en su departamento, falleció en su cama, a los 92 años, hace tres años y medio.


María del Rocío se quedó en un departamento propio del edificio. En el enorme patio que tanto le gusta celebró su boda. En Cuba crecieron sus dos hijos y sus nietos mientras trabajaba de asistente médica en el hospital de La Raza. Se jubiló hace 17 años y su anhelo era vivir el resto de sus días sin preocupaciones. Eso se rompió cuando llegaron a despojarla.

Logró sacar su recámara, sala, comedor y ropa. Algunas fotos enmarcadas, pero no las de la boda de su mamá. De noche descansa en el hotel y en el día está en el plantón. Tiene familia, pero está acostumbrada a su espacio. Mínimo, dice, que el Invi les dé una casa, pero cerca, porque su vida es en el Centro Histórico. O mejor: que les regresen sus hogares.

Dormir en la calle, soñar con un techo

Lo de atrincherarse es en serio: al menos lo hacen con lonas, una carpa pequeña y sus muebles como paredes. Un ropero aquí, otro allá. Decenas de impresoras rotas también hacen un obstáculo contra intrusos. Las medicinas las cuidan mucho: el 70 por ciento de los protestantes son de la tercera edad.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
La señora María del Pilar en la protesta en Eje Central | Araceli López

​La situación en Cuba 11 estuvo así: en 1992 murió de insuficiencia cardiaca y pulmonar el ferrocarrilero Fernando Pérez Díaz de León, el último dueño del edificio, que fue inaugurado en 1929, como detallaba una placa en la esquina de la calle que alguien se robó. Los otros dos propietarios, una hermana y posiblemente un primo, murieron tiempo atrás. El edificio de planta baja y dos niveles, con 19 departamentos y ocho locales comerciales quedó intestado.

Luego, una arrendadora se hizo cargo de cobrar la renta, pero al menos desde 2014 dejó de hacerlo. Los vecinos buscaron seguir con el pago, pero no había a quién dárselo. No se quedaron con los brazos cruzados: formaron una asociación civil y se hicieron cargo del mantenimiento del edificio. Lo arreglaron porque no estaba en las mejores condiciones. Lo mantuvieron bonito para todas y todos. Cada uno remodeló su piso o baño. Pagaron los servicios básicos.

Lilia Pérez Tinoco, de 72 años, vivió todo el proceso. Ella, su esposo y su hijo de tres meses llegaron hace 52 años a Cuba 11 y ahí siguen, ahora afuera, en el plantón. Lilia recuerda que el dueño del edificio, Pérez Díaz de León, animó a los vecinos a remodelar sus departamentos: “Nos quería como a una familia, nos amaba. El señor nunca nos presionó. Siempre fue muy buena gente”.


El edificio tiene, cuenta Lilia, departamentos grandes, medianos y pequeños. Ella vivía en uno chico. Tenía una cocina, baño y dos habitaciones más. Pero los grandes tienen hasta cinco habitaciones y son muy espaciosos.

Lilia se espanta cuando recuerda los golpes con mazos en su puerta. Le destrozaron su refrigerador. No hace mucho había cambiado la puerta de entrada, que le costó 10 mil pesos. También perdió el boiler. Le robaron alhajas y dinero. Se agita cuando hace el recuento.

“¡Todos buscaban sus cosas! Una cosa horrible. Fue una pesadilla lo que vivimos, un saqueo. La calle es muy fea. No estamos acostumbrados. Me siento defraudada. ¿Por qué el gobierno permite tanta cosa?”, se lamenta.
Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
Las vecinas cerraron Eje Central para que las autoridades voltearan a ver sus casos | Araceli López

Agradece la solidaridad de las personas, vecinas y organizaciones, que han donado despensa, cobijas, casas de campaña para el plantón, ropa, medicina, productos personales como desodorante, pasta y cepillos de dientes. La gente lleva guisos, ollas de café. Jóvenes cocinan con la despensa donada. Lilia sonríe un poquito.

Alejandro Monter, hijo de Lilia de 50 años, no recuerda un peor momento en su vida que este. Buscó por todas partes, pero no encontró las cenizas de su perrito que lo acompañó por 21 años: Kipper, un french poodle. Estaban en un cofrecito de metal pequeño. Se acuerda y casi llora: “No encuentro las cenizas y me duele un chingo. Ese perro era mi adoración. Era mi bebé”.

Alejandro se independizó en el mismo edificio. Hace tiempo, cuando trabajaba como ayudante de chef en cruceros, regresaba a Cuba 11 después de largos viajes y pesadas jornadas de trabajo. Así anduviera por Rusia, Estados Unidos y el Caribe, volvía a su departamento.

El miércoles 27 de agosto dormía cuando timbró su teléfono: “No salgas. Nos vienen a desalojar”, anunció Lilia. Se asomó por la ventana a la calle y encontró decenas de cargadores y policías. Guardaba cosas de valor cuando esos hombres rompieron su puerta con mazos. Unos 30 entraron a su departamento de golpe. Le robaron taladros, una vajilla de 6 mil pesos, ropa interior, un teatro en casa, joyas y dinero. Se llevaron los esquimales de porcelana que trajo de Alaska y las mamushkas de Rusia. “Te cambia la vida. Te cambia la vida”, repite Alejando una y otra vez.


Frente a Cuba 11 tenía un puesto de hamburguesas y hotdogs los fines de semana, pero hasta los insumos le robaron: salchichas, mostaza, catsup, mayonesa, pan. Su único plan, por ahora, es resistir, hacer guardias por las noches, dormir en sillones o casas de campaña, hasta que el gobierno expropie y venda o los reubique . Cuando llueve es lo peor porque hace más frío, el agua se mete a todos lados. “Esperemos en Dios que esto sea a favor de nosotros”.

La Copa del Mundo de la gentrificación

“Hola, compañeros. Ya está lista la comida por si quieren ir acercando sus platitos para que se les vaya sirviendo, por favor. Hay sopita de lentejas con salchicha”. Una voz femenina suena en el megáfono. Ha sido otra jornada larga: la suerte no ha cambiado mucho, pero al menos pueden sentarse a comer un taco. Bromear un rato, desahogarse. Reír y echar un poco de desmadre. Les hace falta.

Jorge Gómez, un electricista de 60 años, dice que más vale no decaer. Sí les pega la tristeza, pero tratan de sonreír. No caer. “Nos gusta vacilar, somos dicharacheros. Estamos en la resistencia”, dice Jorge, quien también participó en las manifestaciones del Sindicato Mexicano de Electricistas.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
Los vecinos encendieron hasta los colchones para exigir que les devuelvan sus hogares | Araceli López

Él, su esposa Patricia, sus tres hijos y su mamá Guadalupe, de 90 años, vivían en el departamento 8. Sus 60 años los ha vivido en Cuba 11. En el 8, su mamá, que llegó de Nueva Necaxa, Puebla, pasó su embarazo. Por ser hijo único, dice, él quiso tener mucha descendencia. En el edificio crecieron sus siete hijos: los cuatro de su primer matrimonio y los tres del segundo. El primero tiene 41 años y la más pequeña tres.

Guadalupe, su mamá, es hipertensa. En febrero pasado enfermó grave de neumonía. Jorge creyó que la perdería cuando el médico propuso entubarla. Decidió que no. Luego de unos días sedada, se recuperó, pero depende del tanque de oxígeno. Estaba estable, hasta el día del desalojo. La encerraron en un cuarto para que no viera. No sirvió de mucho. Los desalojadores la bajaron en su silla de ruedas y con su tanque al lado.

Guadalupe se espantó. El hijo pidió auxilio a los policías, pero él mismo solicitó una ambulancia porque no le hicieron caso. Guadalupe terminó en urgencias del hospital 27 del IMSS, con la presión y con saturación de oxígeno en el suelo.


“Mis hijos y familiares llegaron a ayudarnos a sacar las cosas. Esto fue un desastre. Mi hija de 14 años sufrió un trauma psicológico porque esto fue un robo a lo descarado”, estalla Jorge. Dos semanas después del desalojo, sus hijos, reubicados en casa de su suegra, no habían regresado a la escuela.

Se pone nostálgico. En Cuba 11, presume, entre todos se cuidaban. Y nunca faltaron las festividades: VX años, bodas, un simple partido de fútbol. Siempre fue un ambiente de hermandad. Si no logran su objetivo, Jorge planea irse a Cuernavaca o Pachuca. Por lo pronto cena la comida preparada por el Frente por la Vivienda Joven, que llegó desde el primer día a respaldar a los vecinos en el plantón.

Eva, quien prefiere ser nombrado así por seguridad, es un activista integrante de esta organización que busca la vivienda digna y lucha contra la gentrificación en la Ciudad de México. En un desalojo, explica, te permiten sacar tus cosas. En un despojo no.

Por tener 100 años, el edificio de Cuba 11, dice Eva, es atractivo por su arquitectura antigua y su ubicación en una zona céntrica que no escapa a la gentrificación: para los fondos de inversión es un inmueble ambicionado.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
En sillas de rueda, los vecinos protestaron en Eje Central | Araceli López 

Dos días antes del despojo en Cuba 11, recuerda, ocurrió otro desalojo muy similar en Tonalá 125 en la colonia Roma. Eva no ve casualidad: se aproxima el Mundial de Futbol  y, por lo tanto, se espera la llegada de miles de aficionados y turistas.

“Así está operando y es algo alarmante. Nos hace pensar en el peor escenario: la venta de la tierra para Airbnb para extranjeros o gente con la capacidad económica que pueden pagar o rentar un departamento valuado en más de lo que debería”. Y que, en el contexto de la gentrificación y la cruzada inmobiliaria, desplaza a quienes ahí habitaban porque ya no pueden pagar. La historia se repite: un día, sin previo aviso, llegan policías con decenas de cargadores y con toda la violencia, echan a la gente de sus casas.

Los negocios también son un hogar

Es difícil para las y los vecinos hablar de la o las personas que compraron el edificio. Algunos confían que fue gente que tiene otros negocios en la misma calle, pero no hay nada, por ahora, que lo confirme. Su abogado prefiere no hablar del tema. Es complicado porque ellos están en una lucha para recuperar sus hogares, pero, ante todo, primero está su seguridad. Todos los días los pasan ahí en el plantón, en plena calle, cualquier cosa podría ocurrir. Es mejor aguardar.


En Cuba 11 también había negocios. Miguel Ángel Reyes Hernández, de 72 años, vivía y trabajaba en el departamento 1, donde en los 90 había un taller de máquinas de escribir que él reparaba. Ese trabajo se acabó y ahora, para sobrevivir, compraba en el tianguis algunos aparatos domésticos descompuestos, como licuadoras, planchas, sartenes eléctricos o secadoras de cabello. Arreglaba y vendía.

Los cargadores tiraron sus cosas al suelo. Robaron casi toda su herramienta de trabajo: desarmadores y pinzas de varios tipos, cautín, multímetro, extractor de soldadura, refacciones, tornillos, tuercas. Y dinero.

El día lo pasa en el plantón y en la noche duerme en el hotel. Gente solidaria llega a solicitar sus servicios de reparador. Se enoja cuando recuerda cómo aventaban los muebles: “Una arbitrariedad tremenda. A las personas enfermas las sacaron de sus casas. Nadie se salvó”.

Blanca Emma Tello García compartía espacio de trabajo como Miguel. Como él, tiene 72 años, e igual a él, era la única que atendía su negocio: Sellos Tello. Se mantenía con los clientes de tantos años. No va a mentir: sobrevivía. Vive en San Pedro Zacatecas, en la Gustavo A. Madero. Se despertaba a las 5 de la mañana y de allá venía a Cuba 11, de lunes a viernes.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
Los vecinos incendiaron sus muebles en protesta por el desalojo | Araceli López

El día del desalojo no le permitieron el paso al edificio. Algunos familiares que viven cerca ayudaron a recuperar algunas cosas, pero perdió material que valúa en unos 5 mil pesos. No tiene dinero para recuperar nada de eso. Sigue viniendo al plantón porque, si esto no se arregla, su única opción será hacer los sellos en casa y traerlos al Centro a los clientes: “Espero que esto no tarde mucho porque ya no estoy jovencita”.

Reír, bromear, aguantar

Esta tarde de 15 de septiembre, las y los manifestantes la pasan animados. El buen ambiente que se vivía dentro del edificio se repite afuera. Vecinas preparan tacos dorados y los reparten. Cooperan para el pozole que cocinarán en la noche. Necesitan un respiro y recuperar fuerza porque esta lucha se extenderá, seguramente por tiempo indefinido.

En su último informe sobre el caso, el Invi afirma que el gobierno de la Ciudad de México acompañará a las personas desalojadas hasta el final del proceso. Todos desean que así sea. Pero, por esta vez, festejarán una noche mexicana y se olvidarán un poco del mal momento que pasan.

La vecina del interior 18, Diana González Pérez, dice que a ella le encantan los festejos. Se pone feliz cuando se acuerda de la fiesta sorpresa de XV años organizada por su abuela y tías en el patio de Cuba 11. El edificio se llenó de gente y se volvió a llenar en su boda. Ahí vivieron sus abuelos paternos, nació su papá y después ella. Luego se casó, tuvo a su hija Diana Stefani y años después se convirtió en abuela. Ahora tiene 62 años.


Ella vivía tranquila, con algunos dolores de rodilla, pero estable, hasta que los cargadores llegaron a romper su puerta de madera. Le robaron relojes de su papá fallecido y el celular que le regaló su hija. Le dijo a la policía, pero como si no lo hubiera hecho.

Hipertensa, se le subió la presión y se quedó sin vista del ojo izquierdo. El médico dijo que pudo tener un infarto, pero rebotó en el ojo. Diana toma aire. “Por momentos se me pasa la depre, pero me vuelve el sentimiento porque nos trataron como basura. Dice el gobierno que protege la vejez y mira cómo nos trataron. Eso es lo más canijo”.

Para las hermanas Cecilia y Xóchitl Pérez Fernández, ambas en sus 50, la preocupación más grande después del desalojo es el cuidado de sus perritas Honey, una bulldog alemán, Estrellita y su papá, Benito, ambos pug. Es la primera vez que los cachorros están en la calle, nostálgicos del interior 11. Solo salían al veterinario. Están estresados y, sobre todo, tristes. Las perritas y Benito no son admitidos en el hotel: las hermanas se turnan para dormir con ellos en el plantón, lo más abrigados posible. Las dos han vivido toda su vida en Cuba 11. En ese departamento murieron su mamá, su papá y su abuela paterna.

Policías y encapuchados irrumpieron en un viejo edificio del Centro Histórico y arrojaron a la calle a más de 70 vecinos.
Los vecinos mantienen su plantón después de un mes | Juan Carlos Bautista


“Dentro estábamos seguros. Mi hijo de 19 y mi hija de 14 crecieron aquí”, cuenta Cecilia, que vende desayunos, como sándwiches y cuernitos, afuera del metro Allende. La niña no ha podido ir a la secundaria. No ha habido tiempo. Sienten mucha incertidumbre porque ven pasar los días y nada se soluciona. “Como promesa de campaña, el Invi dijo que nos ayudarían, pero la realidad es diferente”, comprueba Xóchitl.

Como los demás vecinos, se aferran a la calle. Si se despliegan, su exigencia se pierde. Lo dicen hasta el cansancio: de aquí no se van hasta que les vuelvan a abrir las puertas de su casa. Hasta que sus cuerpos aguanten. Hasta que haya una solución.


GSC/LHM

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Guillermo Rivera
  • Guillermo Rivera
  • Guionista y periodista. Autor de investigaciones y crónicas que se han publicado en diversos medios, como 'Milenio' y Televisa. Reconocido dos veces con el Premio Nacional de Periodismo (2016 y 2023) y nominado al Premio Gabo.
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