Ciencia y Salud

Elizeth Altamirano, psicogerontólogo: “Divorciarse en la vejez puede doler, pero abre caminos hacia un envejecimiento más auténtico”

Los divorcios grises pueden ser una oportunidad para reconstruir el proyecto de vida de un adulto mayor.

A sus 55 años, Carlos puso fin a su matrimonio. Él y su ex esposa duraron “25 años con uno de receso”, según contó a MILENIO, pero la desconexión emocional y una infidelidad de su parte los llevaron al divorcio en 2019.

Su historia rompe con la creencia del vivieron felices por siempre, o sea, que una persona en la adultez madura o vejez alcanza la estabilidad y el acompañamiento en cuestión amorosa. Hoy en día, y durante las últimas dos décadas, separarse de la pareja a los cincuenta o sesenta años de edad simboliza el inicio de la búsqueda por el bienestar emocional, antes que un fracaso.

“Envejecer también es decidir. El divorcio gris nos recuerda que el envejecimiento no es un final, sino una etapa de decisiones profundas”, dijo el psicogerontólogo, Elizeth Altamirano, en entrevista con MILENIO.

¿Qué son los divorcios grises?

El término refiere a las separaciones de parejas que tienen más de 50 o 60 años, quienes ya han compartido una gran parte de su vida juntos, a tal punto de tener hijos adultos e incluso nietos. Los hijos de Carlos, por ejemplo, tenían 20 y 24 años cuando su papá y mamá tomaron caminos diferentes.

Al igual que la jubilación, el “nido vacío” o la muerte de sus amistades, los divorcios grises son un proceso de duelo que resignifica el proyecto de vida. Según explicó Altamirano:

“Las repercusiones suelen ser más existenciales y emocionales, pues se da en una etapa donde usualmente ya no hay tantas metas familiares o laborales por cumplir”.
Las repercusiones de los divorcios grises suelen ser más emocionales y existenciales
Las repercusiones de los divorcios grises suelen ser más emocionales y existenciales | Freepik
A diferencia de los divorcios en parejas más jóvenes, las separaciones en la vejez tienen repercusiones psicológicas como sentimientos de soledad, fracaso o culpa; ansiedad por la reorganización económica o cotidiana, e incluso pérdida de identidad— la cual obedece al tiempo que ambas partes estuvieron juntas—.

Carlos tuvo su golpe de realidad un par de meses después del divorcio. A pesar de que lo consideró como “la mejor opción” para él y su ex pareja, la separación le trajo soledad y tristeza al pensar que había perdido a su familia; especialmente, porque su hijo menor resultó mucho más afectado. “Me dejó de hablar. No al 100%, pero solo para lo muy necesario”.

Sin embargo, dejó que el tiempo curara sus heridas y al cabo de seis meses su vida volvió a tomar rumbo.

“(Mi hijo) me llamó para pedirme disculpas; decirme que no tenía derecho a meterse en nuestras vidas y que seguíamos siendo sus papás, sólo que separados. Actualmente tenemos buena relación”.
Puede haber una pérdida de identidad, debido a los años que compartieron
Puede haber una pérdida de identidad, debido a los años que compartieron | Freepik
Pero el proceso de divorcio no siempre es de color negro. Hay casos donde las personas experimentan sensaciones de liberación, crecimiento y reencuentro personal.
“Quienes se atreven a romper con lo que ya no les hace felices, no renuncian al amor, sino que reivindican la posibilidad de amarse a sí mismos, incluso en el ocaso de la vida”.

De ahí que en algunas terapias, las personas pueden describir su proceso como algo ambivalente: tristeza y alivio; miedo y esperanza, o culpa y liberación.

Luego de su divorcio, y en lo que se volvía a acomodar su dinámica familiar, Carlos se jubiló del trabajo que había ejercido por 37 años para “dedicarse más tiempo”. Las salidas con sus amigos, el deporte (natación, bicicleta y voleibol) y los viajes fueron clave para enfrentar la soledad; mientras la posibilidad de rehacer su vida amorosa se alejaba poco a poco.

“Mis planes a futuro es seguir trabajando sin esclavizarme como antes y seguir así disfrutando solamente”.

¿Por qué los matrimonios longevos se separan?

Siete años antes de divorciarse, el matrimonio de Carlos y su entonces esposa entró en “receso” tras una fuerte discusión. Dicha pausa— en la que, incluso, hubo un intento de demanda de pensión— duró un año, hasta que volvieron a juntarse. Sin embargo “las cosas no cambiaron mucho”.

Y aunque la infidelidad de Carlos fue por lo que su ex esposa pidió el divorcio, él considera que, más bien, ésa fue la gota que derramó el vaso: ya no sentía ninguna compatibilidad con ella, estaban divididos y “cada quien hacía su vida”.

Vivíamos juntos, pero separados. Pensé que el divorcio era lo mejor. No era la infidelidad el motivo real, sino la situación que vivíamos: juntos pero separados y no éramos compatibles. Entonces me dio tranquilidad”.

​El caso de Carlos no es una excepción. De hecho, la pérdida de conexión emocional (ya sea por la rutina, el distanciamiento o la falta de comunicación significativa) es uno de los factores que pueden llevar a las parejas longevas a terminar su relación. Del mismo modo lo es el cambio de metas o valores.

“Luego de tres décadas juntos, uno o ambos pueden experimentar nuevas necesidades, deseos o intereses personales”, explicó Elizeth.

La jubilación o el retiro laboral también influye, pues, al cambiar la dinámica diaria e incrementar la convivencia, se pueden generar fricciones. Otro factor son las infidelidades, resentimientos antiguos o temas no resueltos a lo largo de la relación que resurgen en la madurez o en la vejez.

ASG

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Alejandra Sigala
  • Alejandra Sigala
  • Egresada de la UNAM. Te explico las tendencias en redes sociales y los temas que despiertan tu curiosidad en el día a día. Escucho, amo y a veces escribo sobre K-Pop. Me encanta bailar y los gatos.
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