Nuestros padres crecen junto a nosotros. Sin embargo, no somos conscientes de ello hasta que una vieja fotografía de nuestra infancia nos recuerda que su cabello oscuro ahora es color gris; su rostro tiene muchas más arrugas; comienza a sobrarles piel en las manos, y, quizá, ya prefieren caminar por el parque a jugar fútbol o basquetbol.
Ante ello, es inevitable sentir un nudo en la garganta y las lágrimas brotando poco a poco de nuestros ojos. Entendemos que en algún momento ellos dejarán de existir y, con ello, también lo hará ese espacio seguro al que solíamos acudir por un abrazo, consejos o mera compañía.
“Lo interpretamos como si nos estuviéramos quedando sin ese origen o sin ese inicio de nuestra historia”, agregó la tanatóloga, Jacqueline Herrera, en entrevista con MILENIO.
 
	El popular refrán dicta que “todo tiene remedio menos la muerte”. Otro más afirma que “lo único seguro en esta vida es la muerte”. Pero ningún proverbio inyecta más esa realidad que el envejecimiento de nuestros padres o madres. O como la tanatóloga lo refirió: “Es un recordatorio de nuestra propia vulnerabilidad”.
“Cuando vemos envejecer a nuestros papás, podemos llegar a pensar: ‘Yo también en algún punto voy a estar como ellos y voy a sentir como ellos y voy a estar consciente de cómo voy perdiendo mis capacidades'. Entonces cuando mueren, y si siguiéramos el orden natural de la historia de la familia, de alguna forma es: ‘¡Híjole! Sigo yo’”.
El duelo anticipado
Aunque la vejez no es sinónimo de debilidad, vulnerabilidad o ineficacia, esta idea aún está fuertemente arraigada en la sociedad. Tanto así que el miedo y la lástima despiertan tan pronto recordamos que el tiempo no perdona y, al igual que todas las personas, ellos tampoco son eternos.
Estos sentimientos forman parte del duelo anticipado: un proceso de luto que se experimenta antes de la muerte de un ser querido, especialmente cuando se sabe— o se concientiza— que la pérdida es inminente.
@danyig27 Quiero que sean eternos por favor !!! #papas #amoreterno♡ #pasodeltiempo #losamo
♬ fantasmas - HUMBE
Algunas circunstancias en las que se presenta son con pacientes de enfermedades terminales, crónicas o degenerativas; familiares de víctimas de desapariciones forzadas, puesto que algunos asimilan el fallecimiento ante la falta de certeza, o en personas con padres y madres de la tercera edad.
“Es como si pensáramos: ‘Todavía están ahí, pero ya no son la misma persona, ya no son tan activos o son más dependientes de los demás’. Es un proceso complicado porque la persona todavía está ahí, pero no es la que conocías”.
Las emociones que más se manifiestan en estos casos son, sin duda, la tristeza, el miedo o incluso el enojo. Esta última suele ser más evidente en personas que no tuvieron algún vínculo cercano con su madre o padre— por lo mismo, la tanatóloga recomendó tenerla bajo el radar, por sus probabilidades de derivar en situaciones de violencia—.
“Todas las emociones son válidas. La que hay que cuidar es la del enojo. (...) Por eso es importante ventilar las emociones para que, incluso si es válido ese enojo, no lo saques contra la persona”.
Adultos mayores: ni pobrecitos ni incapaces
 
	El ciclo natural de la vida señala a la vejez como la antesala de la muerte. Sin embargo, eso no significa que las y los adultos mayores estén condenados a “esperarla” en malas condiciones y sin derecho a una calidad de vida digna; mientras los “activamente productivos” los miran con lástima.
“La vejez no duele. La vejez es simplemente una etapa del ser humano”, señaló el psicogerontólogo, Elizeth Altamirano, en entrevista a MILENIO. “Se le ha dado mucha oportunidad y visión a las personas jóvenes porque son el futuro, pero se ha relegado al último lugar a las personas adultas mayores”.
Esta concepción de la ‘mal llamada’ tercera edad es propia del edadismo, es decir, la discriminación por motivos de edad. También lo son los sentimientos de lástima, preocupación y pena que sentimos cuando, por ejemplo, vemos un hombre mayor cargando su mandado o a una mujer caminando en la tarde a pasos pequeños.
Por ello, desprenderse de estos pensamientos puede ser un primer paso para cambiar la perspectiva sobre el envejecimiento de nuestros padres y madres.
— En este proceso, ¿es correcto tener la percepción de que “ya no son las personas que conocíamos”?, preguntó MILENIO a Jacqueline.
— Es correcto porque todas las personas cambiamos todos los días. Pero eso no necesariamente tiene que ser una condena a que “Ya no eres el mismo, entonces estás mal”.
“Siempre tenemos la capacidad de ser felices, de disfrutar y estar con nuestros seres queridos. (...) La dignidad de la persona no se pierde a cierta edad”.
¿Cómo afrontar la vejez de nuestros padres?
Aunque las industrias de la belleza y de la publicidad están en constante búsqueda por la eterna juventud, envejecer es un proceso natural que no puede detenerse ni revertirse. Ni el nuestro ni el de nuestros seres queridos.
Ante ello, Jacqueline recomienda no pelear con esas emociones incómodas: aceptarlas y compartirlas con alguien de nuestras redes de apoyo. Incluso, recordar las anécdotas divertidas y agradables que pasamos juntos.
“Tratar de recordarles que hay partes de su vida más bonitas que lo que están viviendo en este momento”.
ASG
 
	 
	 
	 
        