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  • Las ‘Reinas del Sur’ ya no cambian dólares en Culiacán: Chapos y Mayos asfixian la economía ilegal

La disputa que desde hace más de un año sostienen las dos facciones del Cártel de Sinaloa merma la economía de Culiacán | Milenio

En Culiacán se libra otra guerra: la disputa por el flujo de dinero ilegal que sostenía minicasinos, picaderos y ‘casas de cambio’. La lucha de Chapos y Mayos asfixia a la ciudad.

DOMINGA.– A menos de diez pasos de una mujer que se maquilla, un hombre solitario –de playera azul, jeans, lentes de sol y gorra en la cabeza– se acomoda en el taburete bajo una sombrilla verde. En estos días no hay la concurrencia de gente en las calles de Culiacán. Al ver pasar el coche, levanta el brazo para llamar nuestra atención y ofrecer “cambios [de dólares] a buen precio”.

Antes del enfrentamiento entre Chapos y Mayos era tan común ver a mujeres llamativas trabajando en estos puntos ilegales, que el escritor español Arturo Pérez-Reverte eligió el centro de esta ciudad como punto de arranque de La Reina del Sur –la novela sobre la vida ficticia de Teresa Mendoza, protagonizada en televisión por Kate del Castillo–, que antes de convertirse en narco empezó cambiando dólares en estas calles.

Hasta hace poco, los picaderos de droga, los centros de prostitución, las maquinitas, los minicasinos ilegales, los centros de cambio de divisa, todo eso era de los Chapitos. Todo, asegura. “Pero, con la guerra, llegaron los Mayitos y se los chingaron”. Quien habla conduce un discreto auto compacto chino por la capital sinaloense, lo llamaremos Luis para proteger su identidad.

Las máquinas tragamonedas se han convertido en un método de extorsión de los cárteles mexicanos.
Grupos criminales se han adueñado del negocio de las maquinitas tragamonedas. | Especial

Desde hace algo más de un año, cuando estalló la guerra interna en el Cártel de Sinaloa, tras la traición y captura de Ismael El Mayo Zambada, estas calles del centro se convirtieron en escenario de una guerra que ya parece rutina.

Balaceras entre sicarios, enfrentamientos con soldados y policías, ejecuciones en hospitales, robos de coches, casas y negocios baleados, más de dos mil desapariciones, y más de dos mil asesinatos son las cicatrices en una ciudad que desde el 9 de septiembre de 2024 vive un infierno de enfrentamientos entre ambas facciones.


Un año después del inicio de la pesadilla, otra guerra se libra en las calles más allá de las balas: la de las finanzas. La lucha por asfixiar el flujo de dinero con el que ambos bandos pagan sicarios, compran combustible, corrompen autoridades y llenan sus arcas. Por eso hay tantos locales cerrados o baleados por la ciudad. Y no sólo los ilegales: también los formales.

De acuerdo con la Unión de Comerciantes de Culiacán, las pérdidas superan los 70 mil millones de pesos por la violencia en el último año.

El vehículo sigue avanzando por estas calles calurosas –37 grados a la sombra– y todavía no muy concurridas a las diez de la mañana. Luis señala discretamente con la barbilla un local anodino con las persianas metálicas abajo. Está junto a una ferretería que no tiene clientes.

La disputa entre Los Chapitos y Los Mayos afecta la economía de la ciudad.
Múltiples negocios han cerrado en Culiacán tras el estallido del conflicto de Los Chapitos y Los Mayos | Manu Ureste

–Ahí había una ‘jugada’ –dice, regresando la vista al frente.
Es un lugar de maquinitas, como las de Las Vegas, pero más pequeñitas y chafas –interviene la otra persona que nos acompaña, desde el asiento del copiloto, a la que llamaremos Fernanda.

Moneda a moneda, añade, hay gente que llegaba a gastar ahí cinco mil pesos en unas pocas horas. Eso, multiplicado por cientos de personas, por cientos de ‘jugadas’ repartidas por la ciudad, y todos los días.

–Toda esta zona era de ‘jugadas’ de los Chapitos –retoma Luis–, minicasinos que en realidad eran una pantalla, eran lugares donde podías comprar lo que quisieras: drogas, prostitutas, vatos… Aquí ningún inspector del SAT venía a meterse. Nadie, pues. Todos sabían quién estaba detrás. El cártel.

Hace una pausa y, con una sonrisa de lado que destila ironía, agrega:

–Y todo este desmadre está, literal, a tres calles del Ayuntamiento de Culiacán, a unos metros del centro del poder municipal.

Y no sólo del poder municipal: a unas cuadras de distancia está la catedral y el centro histórico, una de las zonas más vigiladas de la ciudad, con cámaras, policías y militares enviados por el Gobierno Federal. Soldados armados que inundaron la ciudad con más de seis mil elementos patrullando las calles.

El pasillo de las sombrillas de cambio en Culiacán

Hay puntos de la capital sin vigilancia.
Pese al despliegue de autoridades federales y estatales, hay puntos en Culiacán sin vigilancia | Manu Ureste

El coche avanza despacio por el Mercadito Rafael Buelna –más conocido como el “Mercadito de la Juárez”–. En una de las calles gira hacia la derecha y aparece una hilera de sombrillas de playa. Muchas están cerradas, porque ya no viene gente. Bajo casi todas hay una silla de plástico solitaria, de esas con publicidad de cerveza. Cada sombrilla es un punto ilegal de cambio de dólares. Pero por la zona no se ve ni un policía, ni ninguno de los miles de soldados desplegados por la urbe.

–Antes de la guerra, aquí veías a puras morras muy guapas, que se llevaban una comisión. Tú llegabas y les decías: “cámbiame mil 500 dólares y te doy una propina”. Y te sacaban una calculadora y te los cambiaban de volada con todo y centavos –cuenta Luis.

Enseguida explica:

–El dólar te lo dan al precio que ellos quieren. Haz de cuenta que, si el dólar está en 19 pesos y tú quieres cambiarlo, esas personas te lo compran a 15 para quedarse con la ganancia. Y si te conviene, bien, y si no, pues sigue tu camino –encoge los hombros y sonríe–. Porque ahí nadie te da ticket ni recibo. Es un mercado ilegal y nadie la hace de a pedo con esos vatos.

El coche dobla por otra calle. Hay cinco sombrillas de distintos colores: azul, verde, roja… En todo el lateral de la larga banqueta no hay autos estacionados, ni motos, ni ningún vehículo que les obstaculice la vista. La calle es exclusivamente para las coloridas sombrillas, que están una junto a la otra. Por un instante, parece la primera fila de una playa.


Por la ventanilla pasa una de esas chavas de las que habla Luis: alta, voluptuosa, con un vestido ceñido y el pelo negro lacio hasta la cintura. Aún no son ni las diez y media de la mañana y se está terminando de maquillar bajo una sombrilla blanca, con un espejito en la mano. A esta hora es la única mujer que se ve por la calle. Aunque Luis dice que, desde la guerra, ya no es tan común ver a chavas en el negocio de las divisas.

–Pero antes, güey, pasabas por aquí y esto parecía una pasarela de modas –recuerda–. Puras morras bonitas y bien vestidas para llamar la atención y chambear en esto.

Fernanda agrega como anécdota que era tan común ver a mujeres llamativas trabajando en estos puntos ilegales, que el escritor español Arturo Pérez-Reverte eligió el centro de Culiacán como punto de arranque de La Reina del Sur; la novela sobre la vida ficticia de Teresa Mendoza, que antes de convertirse en narcotraficante empezó cambiando dólares en estas calles.

La novela se inspiró en Culiacán
La novela del escritor español fue adaptada a una exitosa serie televisiva producida por Telemundo | Especial

Cerca de una mujer que se maquilla, un hombre con gafas de sol y gorra en la cabeza se acomoda bajo una sombrilla verde. Al ver pasar el coche, alza el brazo para llamar nuestra atención y ofrecer “cambios a buen precio”.

–Los vatos, que son mandaderos de otras gentes, vienen a estos puestecitos con hasta 500 mil dólares para cambiar –dice Fernanda–. Pero vienen como ‘hormiguitas’, de poquito en poquito, para que no los cachen con el bonche de dinero: es ilegal si te agarran con tanto efectivo sin poder justificarlo.

Añade que la gente que busca este servicio lo hace precisamente por eso: “No quiere que quede registro alguno de la transacción. Están dispuestos a perder unos cuantos centavos por cada dólar con tal de garantizar que el dinero no sea rastreable”. En otras palabras: es una manera de blanquear dinero.

De hecho, estos puestos ilegales eran una especie de termómetro del narco en Culiacán: si el dinero fluía por estos puntos, significaba que algún alijo importante habría cruzado con éxito a Estados Unidos.

–Tengo una conocida que trabajaba en esto –dice Luis–. Y a veces me avisaba: “va a haber una fiesta grande en tal parte”, porque a ellas las invitaban al cotorreo y veían todo. Y sí, eran fiestas enormes, con mucho dinero, mucho dólar. Y no estamos hablando de fiestas de los grandes capos del cártel, no, güey. Eran de gente de bajo perfil. Porque cualquiera que tuviera acceso a los beneficios del narco podía tener un chingo de efectivo para gastar.

Ahora, en cambio, ese mismo termómetro marca lo contrario. La guerra interna del Cártel de Sinaloa, entre Mayos y Chapitos, y la presión de las autoridades –aquí y del otro lado de la frontera– han ralentizado el flujo de dinero. Lo confirman los números de los gobiernos de México y Estados Unidos.

Un par de ejemplos: en julio, el gobierno federal anunció que dio un golpe millonario al cártel, asegurando en Culiacán más de 100 millones de pesos en precursores químicos para fabricar drogas sintéticas, que ya no llegaron a las calles. Mientras que el gobierno estadounidense anunció ese mismo mes que incautó otros 10 millones de dólares en criptomonedas.

Que el flujo de dinero no es el mismo también lo sugiere algo tan simple como este recorrido en coche, donde se contó a ojo que, de diez sombrillas a lo largo de una calle, al menos siete estaban vacías.

–Ahora hay mucha menos gente cambiando dólares porque hay menos producción de droga por lo mismo de la guerra –concluye Luis–. Y si hay menos droga, pues hay menos dinero. Deben de estar batallando un chingo ahorita para conseguir cash.

Siguen ganando mucho con este negocio, sí, pero ya no como antes. Al menos, no por ahora.

Los negocios arrasados en medio de la disputa territorial

Todo tipo de negocios han sido arrasados.
Incluso los negocios favoritos de los sinaloenses han sido arrasados por la violencia de la guerra entre Los Chapitos y Los Mayos | Manu Ureste

Son las 12:12 del mediodía. El calor arrecia. El coche circula ahora varios kilómetros lejos del centro, por la colonia Huizaches. En la avenida Luis Echeverría se levanta uno de los tantos restaurantes de sushi que abundan en una ciudad que adora ese bocadillo japonés. Su fachada negra –de unos 30 metros de largo– está perforada por cientos de balas de grueso calibre. Lo que queda del restaurante, incendiado, se encuentra a un par de cuadras de dos escuelas preparatorias repletas de niños y jóvenes.

Junto a lo que era la puerta principal había dos ventanales enormes –la fachada parecía una enorme pecera– hechos añicos por los disparos. En el suelo del comedor, donde yacen restos del aire acondicionado, escombros, hierros retorcidos por las llamas, y tablas chamuscadas, relucen miles de fragmentos de vidrio, como un pequeño cosmos disperso.

Adentro, frente a una barra en forma de L y junto a la puerta que conduce a la cocina ahora calcinada, se observan más impactos. Las marcas están tan juntas que parecen el resultado de un extraño ensañamiento. En el piso, aún quedan tiras amarillas de plástico que advierten “prohibido el paso”.

Cuando se pregunta a la gente si el ataque al restaurante forma parte de la guerra entre Chapitos y Mayitos, nadie sabe responder con certeza. “Todo es posible”, dicen y encogen los hombros. Tal vez el local pertenecía a un prestanombres de uno de los dos bandos. Tal vez el dueño pagaba derecho de piso a una facción y por eso eliminaron esa fuente de ingreso del rival. O tal vez no tenía nada que ver con la guerra y simplemente le tocó.

No sería novedad. Por poner otro ejemplo de la barbarie al azar: la noche del 29 de agosto, cinco personas murieron baleadas por sicarios a bordo de un coche cuando tomaban el aire en la zona de Urgencias del Hospital Civil de Culiacán. Las víctimas –una de ellas, un señor de 61 años que se disfrazaba de payaso los fines de semana para predicar la palabra de Dios en las zonas agrícolas– no tenían vínculo alguno con el cártel.

En definitiva, no hay certezas, salvo una: el restaurante de la colonia Huizaches fue baleado y arrasado.

En el último año se multiplicaron las viviendas baleadas por el narco

Las casas y comercios han sido baleados
Las cicatrices de la guerra entre Chapitos y Mayos se ven en las fachadas de las viviendas de Culiacán | Manu Ureste

Ocurre lo mismo con las casas que vimos durante el recorrido. En la colonia Villa Satélite, por ejemplo, fotografié una modesta vivienda de dos pisos abandonada, con la fachada calcinada y agujereada por cientos de impactos. La puerta del garaje yace en el suelo, perforada. En la colonia Guadalupe Victoria hallamos dos casas contiguas totalmente destrozadas por rifles de asalto. Salimos del lugar cuando un joven en bicicleta –vestía una playera de Malverde, el santo de los narcos según el folklore popular– apareció de pronto por la calle y se detuvo frente a las viviendas.

Quizá esas casas no tenían relación directa con la guerra, pero Luis asegura que en el último año se multiplicaron las viviendas baleadas y arrasadas, sobre todo las que funcionaban como puntos de venta de droga: los ‘picaderos’.

–Con el estallido de la guerra se vio muy claro que los dos grupos empezaron a reventarse mutuamente los minicasinos y los ‘picaderos’ de droga –explica–. Todo eso era de la “Chapiza”. Los Mayos casi nunca se metían a esa madre, porque el narcomenudeo en Culiacán siempre fue de los Chapos.

Luis sigue manejando sin quitar la vista del retrovisor, atento a si algún ‘halcón’ del narco nos sigue desde una moto.

–Y pues con la guerra, los Mayos llegaron a chingarse todo eso para afectar las finanzas de sus rivales –añade–. Buscan cortarles el flujo de dinero, porque de ahí sale el efectivo diario de la Chapiza.
Las casas baleadas son parte del paisaje de la guerra entre Chapos y Mayos
Las casas baleadas se han vuelto parte del paisaje en Culiacán desde el conflicto interno del Cártel de Sinaloa | Manu Ureste

Otro de los termómetros del conflicto, comenta, son los vehículos utilizados para cometer actos ilícitos. En un año de guerra, según datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Sinaloa ha registrado al menos 7 mil 112 denuncias por autos robados, un promedio de casi 20 cada 24 horas. El incremento ha sido vertiginoso: entre enero y mayo de 2024 se denunciaron 956 robos; en el mismo periodo de este 2025, fueron algo más de tres mil. Un aumento del 200%.

–Por ejemplo, ya casi no se ve que utilicen vehículos con blindaje artesanal, los mentados ‘monstruos’. Y yo creo que eso tiene mucho que ver con el dinero, porque armar esos vehículos es muy caro. Ahora ves a los sicarios que van en puros ‘Sparks’ pequeñitos o en coches compactos que no son tan llamativos, ni consumen tanta gasolina –dice Luis.

Por eso duda del informe publicado en mayo por la Agencia Antidrogas estadounidense, la DEA, que sugiere una posible alianza entre la facción de los Chapitos y sus antiguos enemigos del Cártel Jalisco Nueva Generación para enfrentar a los Mayos, y decantar la balanza de la guerra interna.

–Si eso fuera cierto, ya se notaría el dinero –asegura–. Y en las calles aún no se ha visto eso.

La economía de los que viven al margen de lo ilícito

Habitantes se resguardan de la guerra entre Chapitos y Mayos.
Al caer la noche, únicamente soldados y autoridades patrullan la capital sinaloense | Manu Ureste

Son las 18.25. Apenas comienza a anochecer pero hace rato que la vida se replegó en Culiacán. La gente corre para refugiarse en sus casas, en un autoimpuesto toque de queda. Los viejos autobuses del centro viajan semivacíos y las persianas de los locales, los legales, llevan horas cerradas: sus dueños tuvieron que recortar los horarios de trabajo, ya no abren tan temprano ni cierran tan tarde.

La guerra del Cártel de Sinaloa no sólo frenó el flujo de dinero sucio. También está estrangulando la economía de los que viven al margen de lo ilícito: los comerciantes, los empleados, los jornaleros del campo. Los de siempre. La población civil que, antes de salir a trabajar o llevar a los niños a la escuela, revisa los chats vecinales para saber si hubo balaceras o retenes esa mañana.


El resultado es una ciudad con una vida apenas normal de día, que coexiste con ‘jugadas’, ‘picaderos’ y puntos de cambio clandestinos; pero que al caer la noche se apaga por el miedo. Una ciudad de retenes militares aquí y allá; de rostros cubiertos y miradas tensas de soldados; de luces violetas y naranjas de sirenas mudas de ambulancias que llegan a otra escena del crimen; y de sicarios moviéndose a sus anchas a plena luz del día, entrando incluso a hospitales a rematar a sus enemigos.

El recorrido termina antes de las ocho. Por la ventanilla pasaron locales quemados, casas y autos baleados, negocios arrasados, tienditas cerradas y mercados semivacíos y sin clientes. Son las otras cicatrices de la guerra en Culiacán, y del negocio que la sostiene: cicatrices que marcan cada calle, cada negocio y cada vida.

GSC/ATJ

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Manu Ureste
  • Manu Ureste
  • Periodista de Animal Político. Ha publicado investigaciones reconocidas con prestigiosos premios, así como crónicas de migración y crimen organizado. Su último libro es ‘Vivir con el Narco’ (2024).
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