Itzel Díaz González conoció a José Ignacio por su afinidad en la música, pues ella era cantante y él músico, e incluso habían coincidido en alguna “tocada”. Eran conocidos y hasta lo consideraba su amigo, por lo que aquel 7 de octubre de 2025 aceptó salir a tomar un café con él, sin imaginar que sería el último día de su vida.
La joven de 22 años recientemente se había graduado de la Ingeniería en Logística en la Universidad Politécnica de Atlautla. Era muy alegre, entusiasta y tenía un gran respaldo y comunicación con sus padres. Es recordada como una mujer tranquila, dedicada a su familia, allegada a la iglesia y apasionada por el canto.
Además de estudiar, trabajaba como vocalista en un grupo musical de la región de Los Volcanes y con ese dinero apoyaba a su familia y sostenía sus estudios. Soñaba con ejercer su carrera para seguir ayudando a los suyos.

Las precauciones no fueron suficientes
Cuando la invitó a salir, Itzel no vio motivo para desconfiar de José, cuatro años mayor que ella, y aquella fatídica tarde accedió a acudir a la cita. Debido a la situación de violencia contra las mujeres en esta y otras zonas de la entidad —con desapariciones y feminicidios frecuentes—, Itzel y su madre mantenían una especie de protocolo de seguridad: antes de salir de su casa, en el barrio de Santiago, en Ozumba, le dejó el número y la dirección del joven con quien saldría, quien habitaba en el municipio de Tepetlixpa. Sin embargo, pasó mucho tiempo sin que se reportara. El teléfono de la madre nunca sonó.
Itzel había ingresado a la vivienda de José alrededor de las ocho y media de la noche, sin sospechar nada. Minutos después, la señora que rentaba un local en la misma casa escuchó “ruidos extraños”, pero pensó que se trataba de un problema familiar y decidió no intervenir. Lo que detonó el arranque criminal del baterista es un misterio. Nadie volvió a saber de Itzel. Ya nadie la vio con vida.
Las mentiras y contradicciones lo llevaron a prisión
José intentó varias coartadas para evadir las investigaciones de la familia y de las autoridades, sobre todo porque sabía perfectamente que los parientes de Itzel tenían su número celular y su ubicación. El padre de la víctima acudió a buscarlo y José Ignacio le mostró mensajes de WhatsApp tratando de demostrar que presuntamente Itzel lo había dejado “plantado” y aseguró no haberla visto.
Sin embargo, a su primo le comentó que sí había salido con ella, pero que al terminar el café en el centro de Tepetlixpa habían sido interceptados por un vehículo blanco, sin placas de circulación, cuyos tripulantes “raptaron a la joven y la subieron”, mientras que a él lo empujaron. Dijo que no había denunciado los hechos por miedo.

Al saber que Itzel había sido reportada como desaparecida, incluso acudió personalmente a la Fiscalía para deslindarse y asegurar que, a pesar de haber sido la última persona en verla con vida, él no tenía nada que ver con su ausencia. Pero su perdición fue el testimonio clave de su inquilina, quien desde su tienda —ubicada en la vivienda de la madre de José— había visto a Itzel ingresar con él a la casa alrededor de las 20:30 horas del 7 de octubre.
La red de mentiras y las declaraciones de los testigos, sobre todo el de la señora, llevaron a la Fiscalía a realizar un cateo en el domicilio, donde hicieron un macabro hallazgo: el cuerpo de la joven yacía flotando dentro de una cisterna. Confirmaron a su “amigo” como el principal sospechoso.

La indagatoria arrojó una historia muy diferente
Las investigaciones de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México apuntan a que aquella noche José habría agredido de manera violenta a la víctima, lo que derivó en su muerte.
De acuerdo con los reportes, tras el crimen el presunto responsable intentó ocultar el cuerpo y eliminar evidencias. Las autoridades localizaron restos de combustible y signos de fuego en el lugar, además de una cisterna donde se habría intentado esconder el cuerpo.
La Fiscalía informó que fue necesario realizar un segundo cateo para reunir más elementos que permitieran esclarecer el móvil y la mecánica de los hechos. En el sitio se aseguraron dos galones con residuos de gasolina y se confirmaron indicios de un incendio en una zona del patio donde la vivienda aún estaba en construcción.

La indignación popular
Cuando se dio a conocer el fatídico hecho, la tragedia que sufría la familia Díaz González despertó la furia de sus vecinos en Ozumba. Cientos de pobladores salieron a las calles para protestar. El contingente, conformado por más de 200 personas, llegó a las inmediaciones del palacio municipal para exigir justicia, mientras otro grupo ingresó a la iglesia de la localidad para tocar las campanas y convocar a más habitantes.
Los inconformes ingresaron al Ayuntamiento, destrozaron lo que estaba a su alcance e incluso lanzaron muebles por los balcones. Exigían que se presentara el alcalde Ricardo Valencia. Al no hallarlo, acudieron a la vivienda del presidente municipal y exigieron la destitución del comandante de Seguridad, Heriberto Hernández. A manera de presión, un grupo derribó el zaguán de la casa y, en cuestión de minutos, ingresaron al domicilio para causar destrozos.
El cabildo llamó de emergencia a una sesión extraordinaria para decidir sobre el caso. Por estos hechos, finalmente las autoridades locales destituyeron al jefe de la Policía Municipal, Heriberto Hernández, y nombraron como encargado de despacho a Brandon Basurto Burgos. Hasta el momento, no han designado al nuevo jefe de la corporación.

Comienza el proceso… y la estrategia es la demencia
Al caer el telón que José Ignacio quería tender para encubrir su crimen, fue detenido de inmediato. Este martes, una semana después del asesinato, una jueza con sede en Chalco acreditó como legal la detención y dictó prisión preventiva en su contra. Sin embargo, la audiencia realizada en los juzgados del Centro Penitenciario y de Reinserción Social de Chalco fue suspendida, debido a que la defensa del imputado solicitó la duplicidad del término para determinar si es vinculado o no a proceso por este delito, y se reanudará hasta el próximo sábado 18 de octubre.
La defensa de José Ignacio “N” solicitó a la jueza declararlo como persona inimputable debido a que, aseguran, padece problemas de salud física y mental, e incluso pidieron la presencia de un psiquiatra o psicólogo para darle acompañamiento en el proceso.
Argumentando ataques de ansiedad y posible esquizofrenia —padecimiento que se caracteriza por alucinaciones auditivas y voces perturbadoras que dan órdenes—, los abogados presentaron copias de parte del historial médico generado por el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), en el que se especifica posible trastorno mental y enfermedad renal en etapa cinco por síndrome de DiGeorge.
Ante la petición, la autoridad judicial determinó entregar las recetas médicas a fin de que, tras las rejas, José consuma sus medicamentos para los riñones, y pidió los servicios periciales de dos expertos en psiquiatría para determinar en las próximas 48 horas si el hombre es inimputable.
Para fundamentar más el argumento, incluso la audiencia tuvo cuatro recesos, dos de ellos derivados de las crisis de ansiedad que supuestamente sufrió el detenido. José Ignacio se notaba visiblemente afectado: estuvo tras la rejilla golpeándose la cabeza, jalándose el cabello y haciendo señas de que “escuchaba voces”, por lo que la jueza dictó recesos para resguardar la integridad del imputado.

“Siempre nos ha ido más mal que bien”
La señora Olivia, madre de José, aún no puede creer que su hijo esté tras las rejas. Recuerda que el joven, ahora de 26 años, “fue un milagro”, pues nació con gastrosquisis, una condición en que los intestinos salen del cuerpo del bebé por el abdomen. Tras una cirugía y un mes de permanecer en coma, sobrevivió y fue entregado a su familia, pero con un diagnóstico de síndrome de DiGeorge y una enfermedad renal.
Además, explica, a la edad de cuatro años el menor padeció leucemia y estuvo en tratamiento durante cuatro años. Hace siete años la muerte de su padre le habría detonado un trastorno mental y severas crisis de ansiedad, por lo que se mantenía medicado.

“Nunca nos hemos separado, siempre nos ha ido más mal que bien, pero siempre estábamos juntos. Ha estado muy mal, al borde de la muerte se ha despedido de mí y yo le digo: ‘Aquí te voy a esperar’. No lo puedo creer, nadie en el pueblo lo puede creer. Usted puede preguntar y a él todos lo conocen, que era un niño atento, que no se metía ni tenía problemas con nadie”, cuenta la afligida madre a MILENIO durante uno de los recesos de la audiencia.
Ahora solo queda esperar. Hay luto en Ozumba y angustia en Tepetlixpa; la región mexiquense de Los Volcanes ha sido testigo de una tragedia más, en un caso que se destaca por su crueldad y porque, tentativamente, el argumento de demencia puede ser la llave que abra la puerta del reclusorio para quien le arrebató la vida a una joven llena de sueños.