En estricto gusto personal, La Revolución, el incitante cuadro de Cháirez que feminiza la gallardía de Emiliano Zapata, firmada en 2013, me parece básica, de folclor iterativo y trazo enganchado a la nostalgia del orgullo noventero. No obstante, lo genial de la pintura no es tanto la eficacia estética como su instinto de temerario vandalismo patriota. Si algo han dejado claro el nieto de Zapata y los campesinos, es que la patria es buga, con todo el represivo aburrimiento que implica la heteronorma genérica. En verdad disfruto cómo nuestro héroe en tacones blancos intimida acaso la cualidad más reverenciada de nuestros héroes que nos dieron la Revolución Mexicana: el machismo. Cháirez ha conseguido devolverle al arte queer nacional el adagio de retórica incendiaria, diluida entre tanta pasarela de posmodernismo académico y marketing unisex.
La incomodidad era predecible. No así su penetración a la zona de confort lgbttti, agarrándonos desprevenidos. La declaración del supuesto nieto de El Caudillo del Sur amenazando con demandar al pintor y al Instituto Nacional de Bellas Artes por dibujar a su abuelo en una orientación denigrante, a pesar que de tener “respeto y muchos amigos gays”, fue una bravuconería estéril. El martes 10 de diciembre, contingentes de campesinos pertenecientes a la Unión de Trabajadores Agrícolas irrumpieron en el vestíbulo de el Palacio de Bellas Artes para exigir que el cuadro fuera desmontado de la exposición Zapata después de Zapata, que conmemora gráficamente el centenario del natalicio del personaje revolucionario más acogido por la cultura pop nacional.
Ni bien las consignas de los líderes campesinos contra el óleo de Cháirez resonaban oportunistas y robotizadas frente a los micrófonos que cachaban su indignación, cuando la homofobia saltaba de los ojos de los manifestantes frente al director de Bellas Artes que intentaba dialogar con ellos, demostrando con sus hilillos de sangre que el odio era tangible. Lo mismo que el homofóbico apoyo que recibieron por parte de chingo de usuarios de redes sociales que alentaban a destruirnos mediante chingadazos, patadas voladoras y disparos de rifle si es necesario, tal y como sucedió durante la Revolución Mexicana, acusándonos de traidores de la patria por ejercer la sodomía.
Me pregunto cómo se interseccionaría aquí el mentando decolonialismo tan venerado por la burbuja rosa académica que anhela una convivencia patrióticamente mexicana, renuente de lo occidental.
Tantos arcoíris colgando de los letreros de edificios corporativos que hace unos cuantos días celebraban haber sido certificados por la Human Rigths Campaign como “Mejores lugares para trabajar para personas lgbt”, la mayoría firmas transnacionales. Tantos pasos peatonales pintados con los colores del arcoíris. Tanto matrimonio igualitario, normalización de la polaroid homoparental con todo e hijos adoptivos, tanto clon de Ricky Martin presumiendo sus embarazos subrogados, para que lo gay siga considerándose un epíteto denigrante, según el nieto de Zapata.
No hemos avanzado ni madres y no entiendo en qué momento normalizamos la homofobia estratificada según nuestra capacidad de consumo. Todas las luchas contra la homofobia terminan comprimidas en un placebo clasemediero que deja de surtir efecto cruzando las fronteras de los barrios gentrificados de corrección política y bistrós queers que solo unos cuantos pueden pagar. Nos regodeamos con eso de evidenciar la fragilidad masculina, que ni tan frágil al momento de sacarnos el aire y exprimirnos la nariz. Cuánto tiempo más durará el salvavidas del pacifismo antimachista. Cómo diferenciar una auténtica renuncia del privilegio masculino frente a la tentación del mártir. La protesta de los campesinos terminó en golpes y sangre. Uno de los cabecillas de la Unión de Trabajadores Agrícolas se abalanzó sobre un par de activistas que se plantó a defender la obra de Cháirez y la libertad de expresión de la diversidad sexual, arremetiendo contra ellos hasta molerlos sobre el piso que empezó a teñirse de escupitajos de sangre.
Por suerte, nuestra privilegiada descarga de testosterona sigue siendo también la mejor arma contra el orden hetero. Si los detractores del cuadro Cháirez creen que cuando el héroe revolucionario es resucitado como un mujeriego dominante, entonces no hay pedo, les dijo que el infierno está por venir. Que lo del cuadro de Fabiánes solo es la primera detonación.
Se tiene planeado que en febrero del 2020 arranque el rodaje de una superproducción independiente a cargo del legendario pornógrafo El Diablo, en la que un actor bien dotado (en estos momentos se encuentra abierto el proceso de casting en busca de un caudillo a la altura de las circunstancias) encarnará a Zapata, con el sombrero y las cananas debidamente cruzadas, penetrando en primer plano a gringos feudales y compadres revolucionaros por escenarios de naturales, ex haciendas y campos abiertos para morder el polvo como a principios del siglo XX. Ya los quiero ver demandando nuestra pornografía. Mientras el nieto de Zapata se indigna, nosotros estaremos viendo cómo Zapata sodomiza a todo un ejército de bigotones. Y no podrán hacer nada contra nuestro onanismo.
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