Sociedad

Sumiso por convicción

Pinche Clark, por culpa de tus sanas y santurronas experiencias que nunca pedí, no dejo de darle vueltas al asunto de cómo todos los que robustecieron el #Noestoyenfermx lo hicieron desde la inercia de la normalidad, según el parámetro establecido por los bugas, en cuyo opuesto más sensato se ubica eso que llaman estabilidad, ley de la vida dirán los sufridos, estado civil, profesiones y familias homoparentales como dignos ejemplos de que la homosexualidad no es una enfermedad.

Deliberadamente, ninguno insinuó siquiera defender la no patologización de la homosexualidad desde la incomodidad, sobre todo los gays orgullosos de su matrimonio y sus hijos y su familia encauzada bajo el mismo modelo tradicional hetero, ése que esquiva y sataniza la pornografía, la depravación consensuada, el hedonismo, los desplantes, el defecto o la imperfección o todos esos dobleces que nos definen como homosexuales, que puede ser desagradable a muchos bugas y también detonantes de la angustia para quienes la homosexualidad es una carga insoportable, la misma que esos cultos pretenden curar y revertir hasta la heterosexualidad mediente rosarios y represiones.

“Si los gays nos identificamos y anteponemos eso, estaríamos dándole la razón a los bugas de que los gays sólo pensamos en sexo”, me regañaron por ahí.

Hay algo de resignación en la campaña contra las declaraciones de Mauricio Clark, su homosexual pasado y su proceso de sanación. La ansiosa búsqueda de la normalidad como antídoto contra la homofobia, la aceptación de que solo siguiendo las normas de moral predeterminadamente buga podremos ganarnos respeto me parece una derrota.

No tengo más opción que citar a Guillermo Fadanelli, quién casi al final de su libro Meditaciones desde el subsuelo escribe: “Me gustaría hacer un elogio a la anormalidad, a aquello que se escapa de la normalidad desviada y abre sus puertas a horizontes desconocidos, alternativos y fuera de lo común. Una celebración de la anormalidad que, en su condición de extravagancia o rareza, da lugar a la diferencia y por tanto al lenguaje complejo y a la originalidad humana”. Salir del clóset en estos días es un mero trámite progresista sin mucho efecto de disidencia sexual, ya no digamos originalidad.

Ya sé que citar a Fadanelli en este espacio es una debilidad, no menos machacona que los que citan el dictamen de la OMS cuando retiró la homosexualidad de su catálogo de enfermedades mentales. Seguro estoy abusando de la imprecisión histórica, pero especular en que fueron y son un comando de heterosexuales ilustrados los que nos diagnostican o nos liberan de enfermedades con la ayuda de una minoría gay me harta, me exaspera y pone de malas. Imagino a un montón de bugas con bata blanca examinando mis pasiones y posiciones que nunca entenderán, quizás los bisexuales un poco, pero desconfío de ellos, me han hecho sufrir y abandonado por chicas con curvas que nunca tendré. Agradezco el gran paso de la OMS y la Asociación Americana de Psiquiatría, pero le profeso más gratitud a Derek Jarman cuando en su libro At your own risk, a saint’s testament escribió: “En algún momento llegué a entender que la heterosexualidad es un estado psicopatológico anormal elaborado por hombres y mujeres infelices cuyas emociones reprimidas, al no encontrar una salida natural, los condenan los unos a los otros y a vidas carentes de calor y compasión humana”.

Si la homosexualidad es o no una enfermedad me tiene sin cuidado. Que la nieguen quienes crean que el camino más decente contra los clichés y la homofobia es mediante la heterosexualización de la diversidad. Y la plena conciencia de que nuestra intimidad es chocante a simple vista cuando buena parte de los derechos que hoy gozamos surgieron de la confrontación del inframundo gay con el ámbito político dominado por la lógica heterosexual.

Sonaré antipático, pero creo que la verdadera enfermedad es la sumisión.

Twitter: @distorsiongay
stereowences@hotmail.com

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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