Política

Para detener la muerte de las lenguas

Moisés Butze
Moisés Butze

Las lenguas indígenas de México están desapareciendo. Reconocer esto no es sembrar alarma, ni llamar a la compasión, sino enunciar una realidad innegable bajo cualquier criterio o perspectiva que se adopte para diagnosticar el desplazamiento de las lenguas. “Desplazamiento” es una manera técnica de decir, sin que suene muy trágico, que una lengua, en este caso la lengua mayoritaria, que es el español, va tomando los espacios de uso que antes pertenecían a otras lenguas, como cualquiera de las decenas (o cientos) de lenguas indígenas que solían hablarse en el actual territorio mexicano desde hace siglos. 

Las dinámicas del desplazamiento son sutiles, y sus efectos, irreversibles. Suele comenzar en los espacios públicos, o en donde se da la interacción con los agentes del Estado, y vale la pena recordar que el mexicano, como tantos otros, desde su fundación ha tendido a ser un estado monolingüe.

Imaginemos una comunidad en la sierra de Puebla donde la gente suele comunicarse en náhuatl, y donde el maestro o la maestra de la escuela pública, que viene de otro lugar, habla con sus alumnos en español. Los niños y las niñas de esa escuela pasan varias horas de su día comunicándose en otro idioma, lo cual por sí mismo no tiene nada de malo —son muchas y bien documentadas las ventajas de ser bilingüe—, excepto que ese otro idioma, en lugar de agregarse al acervo lingüístico de la comunidad, reemplaza al idioma originario en más y más espacios: imaginemos que ahora no solo es la lengua del aula, la que habla el profesor con los niños, sino también la del recreo, la que hablan los niños entre ellos.

Poco a poco, esta situación se va replicando en otros lugares: los hermanos empiezan a hablarse entre ellos en un idioma distinto al que hablan con sus padres, o escuchan y entienden el idioma de los padres, pero les contestan en español —se convierten en “hablantes pasivos” de la lengua de su casa—. Este tipo de situación se conoce como “bilingüismo sustractivo”: las personas adquieren una segunda lengua que sustituye a la materna, a diferencia del “bilingüismo aditivo”, donde el aprendizaje de una segunda lengua no afecta el dominio de la primera. Las condiciones que determinan el tipo de bilingüismo no tienen que ver con las lenguas mismas, sino con las relaciones políticas e ideológicas que existen entre ellas. Cuando una de las lenguas tiene mayor prestigio que la otra, cuando una de ellas se asocia positivamente con la movilidad social y la otra no, cuando una de ellas se considera “útil” —pues se usa en mayor número de espacios, incluyendo los medios de comunicación— y la otra no, y en fin, cuando hay una relación asimétrica entre ellas, las lenguas no coexisten en condiciones iguales, y la que se asocia con desventaja social o menores espacios de uso se va dejando de hablar. 

El punto más extremo del desplazamiento ocurre cuando los padres deciden ya no transmitir su lengua materna a sus hijos e hijas. Esa situación es el preámbulo de la muerte jurada de las lenguas. El proceso, si se piensa bien, es silenciosamente violento, pues es un atentado contra el derecho —no reconocido, pero incontrovertible— de que los padres se entiendan con sus hijos en el mismo idioma. Una lengua que desaparece de este modo, además, no deja descendencia. No es la muerte derivada del cambio, como fue el caso del latín, que desapareció como lengua materna, pero cuyas hijas vivas —las lenguas romances— se hablan profusamente por el planeta. Las lenguas que mueren a causa del desplazamiento simplemente se extinguen, y quienes podrían haber sido sus hablantes apenas guardan —quizá en los resabios de algún préstamo o una reliquia lingüística— memoria de ellas.

Puede haber ventajas en el hecho de que todas las personas de un país dominen un mismo idioma, ya sea como primera o segunda lengua, pero no existe ninguna ventaja conocida en el hecho de que el idioma de una comunidad de hablarse por completo. No existe ninguna ventaja conocida de la desaparición total de una lengua. Nadie jamás ha respirado con alivio ante la extinción, por ejemplo, del chiapaneco, el cahita o el coahuilteco. Antes al contrario, la pérdida de una lengua como resultado de la falta de transmisión entre generaciones rasga el tejido familiar y debilita el sentido de pertenencia de una comunidad o un pueblo, con las consabidas consecuencias que eso tiene para la cohesión social y la preservación de saberes tradicionales compartidos.

El desplazamiento lingüístico, como todo fenómeno social, es complejo, multicausal, y difícilmente reversible. En México el desplazamiento es generalizado, pero sus dinámicas y causas específicas varían de una comunidad a otra, por el simple hecho de que, debido a su naturaleza gradual, en cada comunidad puede encontrarse en distintas etapas.

Para detenerlo, y eventualmente revertirlo, se requerirán, por lo tanto, acciones distintas en distintos lugares. Una política pública única, centralizada, que no tome en cuenta estas particularidades está destinada al fracaso. Por eso es urgente y necesario investigar y documentar los procesos específicos de desplazamiento y pérdida intergeneracional de las lenguas en demarcaciones concretas, de modo que se diseñen estrategias y decisiones colectivas acordes a la situación de cada comunidad. La labor, además, tiene componentes políticos, culturales y también técnicos. Se requiere la colaboración entre comunidades académicas y comunidades de hablantes de lenguas indígenas para generar ese conocimiento —e idear las soluciones— de manera conjunta.


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Violeta Vázquez-Rojas
  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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