Hace unos días, la discusión pública se centró en el abominable mensaje difundido por el futbolista Javier Hernández, Chicharito, en el que acusa a las mujeres de intentar “erradicar la masculinidad” y las llama a “encarnar su energía femenina” y “dejarse liderar por los hombres”.
Una parte de la polémica se centró en el tema de si el discurso -y su emisor- merecen sancionarse y censurarse, pues las declaraciones fueron objeto de un repudio abierto por parte de la opinión general, y esto, a su vez, motivó que asociaciones como la Federación Mexicana de Futbol castigaran a Hernández con multas y apercibimientos por considerar sus declaraciones misóginas y violentas.
La libertad de expresión, sin embargo, es apenas una arista de este asunto, y no muy difícil de resolver: la mejor acción contra los discursos legitimadores de estereotipos degradantes es la respuesta abierta, franca y pública, pues la censura o la sanción, más que desactivarlos, los alientan y les confieren un velo de ideas perseguidas y contrahegemónicas que los termina fortaleciendo.
Otras aristas del tema, sin embargo, son más preocupantes. Por ejemplo, el hecho de que el discurso de Hernández no es meramente una opinión personal, sino que pertenece a una tendencia relativamente nueva y, por efecto de las redes sociales y sus algoritmos, muy extendida, que ensalza los roles de género tradicionales de hombres y mujeres. Con ello, esta tendencia restaura una idea de familia heterosexual, patriarcal, conservadora, que asigna a las mujeres la obligación del trabajo no remunerado -las labores de cuidado- y a los hombres el papel de proveedores del hogar.
Lo más intrigante es que esta idea no está anclada en un discurso abiertamente católico o cristiano, que apele a mandatos divinos o normas tradicionales, sino que se presenta en una jerga new age que apela a la “energía femenina” como un componente esencial de la personalidad de las mujeres, y que consiste en una serie de atributos, como su capacidad de ser sensibles, abnegadas y naturalmente tendientes a la obediencia. A esta “energía” se opone, según el mismo discurso, una “energía masculina”, proveedora, planificadora pero también tomadora de riesgos y decisiones.
En otras palabras, lo que el discurso feminista ha logrado desenmascarar desde hace años como los roles de género asignados por el régimen patriarcal, en el discurso de Chicharito y sus proponentes se considera una “energía” y una esencia de los sexos: no un constructo social, sino un destino inescapable de raíces esotéricas. No es casualidad que muchas de las proponentes de este discurso, especialmente quienes son mujeres, pregonen a la vez ideologías y discursos sobre superación personal (no la llaman así), relacionados con el yoga, la defensa de la lactancia materna y el retorno a lo que consideran estilos “naturales” de vida y wellness. Quiero dejar claro que no hay nada esencialmente conservador en la práctica del yoga ni en la promoción de la lactancia materna, sino que es curioso que estas prácticas se usen como vehículos de discursos neo-conservadores que legitiman en el retorno a “lo natural”, la ideología patriarcal como la que pregona Chicharito.
Cuando López Obrador hablaba de la familia como “la principal institución de seguridad social” era ampliamente criticado, incluso a veces por sus propios simpatizantes. Y es que a sus críticos les parecía, por un lado, que con esa afirmación desmarcaba al Estado de su obligación de proveer seguridad social (como si el presidente hablara de un deber ser y no de una realidad descriptiva), y, por otro lado, le reprochaban el hecho mismo de hablar de la familia desde la palestra pública, pues ese suele ser un tema de la esfera privada del que sólo hablan en público los sectores religiosos y conservadores.
El tiempo, sin embargo, le ha dado la razón al expresidente: un movimiento de izquierda debe arrogarse la obligación de repensar el papel de la familia en la sociedad, de imaginarla no sólo como núcleo de la privacidad, sino como institución irremplazable en la que se tejen solidaridades, cuidados, atención, y hasta relaciones laborales (remuneradas o no) que la hacen más compleja y más diversa de lo que la tradición y sus prescripciones están dispuestas a aceptar. El papel de los hombres y las mujeres en la sociedad está determinado, en grandísima medida, por las expectativas hacia unos y otras en el ámbito de la familia y la división del trabajo al interior y fuera de ella.
En lugar de censurar a Chicharito, es preferible usar esta coyuntura para dos cosas: para echar una mirada crítica al discurso new age y las ideologías conservadoras que se contrabandean con ese ropaje, y para hablar abiertamente, desde la izquierda, de cómo es y cómo debe ser nuestro núcleo social fundamental, porque, parafraseando a Marta Lamas, “la familia es demasiado importante como para dejársela a la derecha”.