Política

A las lenguas indígenas no les faltan palabras

Solemos asociarlas con conocimientos ancestrales. ESPECIAL
Solemos asociarlas con conocimientos ancestrales. ESPECIAL

Respecto de las lenguas indígenas corren muchos mitos y malos entendidos, pero ninguno tan pernicioso como el de que hay áreas del conocimiento, del mundo o de la experiencia que no son capaces de expresar.

Solemos, no sin razón, asociar a las lenguas indígenas con la transmisión de conocimientos ancestrales, como la medicina tradicional o las técnicas del cultivo de la milpa. Incluso, cuando se advierte sobre el riesgo de desaparición de las lenguas indígenas se hace referencia a la pérdida concomitante de este tipo de saber: si se muere una lengua, dicen, se muere con ella un repositorio de conocimientos.

Sin embargo, cuando se intenta ampliar el ámbito de uso de las lenguas indígenas más allá del meramente local o doméstico, surgen las objeciones. Por ejemplo, si una estudiante quisiera presentar su tesis de grado escrita en una lengua indígena, lo más seguro es que se enfrente a impedimentos normativos —las universidades no suelen aceptar ese tipo de documentos— justificados con razones aparentemente prácticas, como que los sinodales no la entenderían y, por tanto, no podrían evaluar la calidad del trabajo; o que el resto de la población no se beneficiaría de la investigación porque no sería capaz de leerla.

Aún así, cada vez son más las personas e instituciones que logran romper estas inercias y permiten la titulación con tesis escritas en lenguas indígenas, porque más allá de las razones pragmáticas hay buenas razones sociales para expandir el rango de uso de las lenguas subrepresentadas en las universidades. Usar las lenguas indígenas como lenguas de comunicación en el ámbito académico las prestigia. Y ese prestigio es necesario y justo tratándose de idiomas que durante siglos han sido relegados y minorizados.

Además de las razones pragmáticas, quienes se resisten a pensar en las lenguas indígenas como vehículos para transmitir conocimientos distintos a los tradicionales, aducen razones esencialistas, como por ejemplo, que las lenguas indígenas no cuentan con un vocabulario especializado capaz de expresar los rigurosos conceptos acuñados en el discurso científico. No hay —dicen quienes piensan así— palabras para hablar de ciencia en lenguas indígenas. Bueno, pues pocas afirmaciones son tan anticientíficas como esa.

Las lenguas no son listas cerradas de palabras combinadas mediante unas cuantas reglas gramaticales. Por el contrario, son sistemas finamente complejos y productivos, capaces de designar cualquier segmento relevante de la experiencia siempre y cuando se les use para eso. Si dos hablantes de tseltal entran a trabajar en una vulcanizadora y platican entre ellos todo el día, bien pronto todos los objetos, herramientas y procesos de su entorno serán descritos en tseltal e integrados orgánicamente en su conversación cotidiana. Y lo mismo pasaría si esas personas, en lugar de obreros, fueran médicos, o maestros, o científicos.

Así como suele decirse que lo que no se nombra no existe, todo lo que existe en el ámbito de uso de una lengua puede nombrarse en ella. Cuando decimos que tal o cual lengua “no tiene una palabra para el estragón” es, simplemente, porque sus hablantes no la usan para hablar del estragón. Si una lengua “no tiene” palabras para designar en detalle la anatomía del caballo es porque sus hablantes no la usan para hablar de anatomía de caballos. Las lenguas no “tienen” o “carecen” de palabras: los hablantes crean las palabras que necesitan para hablar de aquello de lo que hablen en su idioma.

Las lenguas son, entonces, sistemas productivos y dinámicos, no inventarios estáticos, y su propia gramática las dota de mecanismos para crear estructuras que no se han usado antes. Las palabras son unas de esas estructuras. Donde hay necesidad de nombrar algo novedoso, la lengua puede proveer de la palabra necesaria, por ejemplo, combinando dos palabras existentes (como hizo quien inventó en nombre de la quesabirria), o adaptando una palabra de otro idioma (como se hace con la adaptación española del término big bang, que pronunciamos con vocales y consonantes españolas y no con las de su contraparte inglesa que suena bɪg bæŋ. El proceso de incorporar nuevas palabras para designar nuevos ámbitos de la experiencia incluso tiene nombre: expansión léxica. Hay varios otros mecanismos para ella pero no me detendré en describirlos.

Las lenguas indígenas, igual que el español, tienen esa maleabilidad y adaptabilidad, y pueden crear palabras para designar aquellas cosas de las que sea necesario hablar. Si se les usa en el aula, en el consultorio médico, en la comunicación de la ciencia, en los trámites de gobierno, tendrán la manera de designar operaciones aritméticas, padecimientos y tratamientos, las etapas de la fotosíntesis y los requisitos para gestionar un acta de nacimiento. A las lenguas indígenas no les faltan palabras, lo que les falta son espacios públicos de uso.


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Violeta Vázquez-Rojas
  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
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