En alguna discusión con amigos me referí a la expresión droite éclairé que solían usar los franceses para referirse a la derecha, digamos, presentable en el escenario político en oposición a la otra, la que promueve las doctrinas más rancias del conservadurismo sectario. Dije, creo recordar, que una fuerza política así era necesaria en un país, como México, donde el simple término “derecha” es casi un improperio y donde si te tildan de “derechista” te están prácticamente afrentando.
En Estados Unidos no hay problema alguno en proclamarse conservador. Es más, quienes se definen así se vanaglorian de compartir plenamente los valores tradicionales y su férreo rechazo a los planteamientos de los liberales —la despenalización del aborto, el matrimonio de las parejas del mismo sexo, la libertad de costumbres, etcétera— se vuelve una suerte de cruzada personal en su condición de custodios de la moralidad, por no hablar de las buenas costumbres de siempre.
La derecha fea, por llamarla de alguna manera, va más lejos: es intolerante, racista, inquisitoria y antidemocrática en tanto que promueve a los líderes autoritarios (Donald Trump sería uno de ellos y lo único que lo distancia de los tiranos declarados es la circunstancia de que debe someterse, muy a su pesar, a los dictados de un sistema en el que los poderes presidenciales están limitados constitucionalmente, de otra manera el hombre se perpetuaría en el cargo; otros líderes políticos de este pelaje son Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría; Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, y Andrzej Duda, el mandatario populista de Polonia, por no hablar de los nefarios caudillos izquierdosos de Latinoamérica). Con todo, existe también un centro-derecha de modos perfectamente democráticos y, para mayores señas, al presidente Piñera de Chile o a Angela Merkel, la canciller alemana, no se les puede imputar ningún exceso ni la más mínima contravención a los principios de la sociedad abierta.
Hasta aquí la posible crítica a las fuerzas que pueblan ese sector del espectro político. Muy bien. Pero ¿dónde se encuentra el equivalente de esa mentada “derecha esclarecida” —o sea moderna, abierta, progresista y, pues sí, liberal— en el polo opuesto? Ésta fue la cuestión que me plantearon mis interlocutores en aquella charla haciéndome ver, además, que una izquierda con esas características es precisamente la que nos falta aquí. Los regímenes social-demócratas de Europa y de Chile serían el ejemplo más admirable de un modelo de gobernanza en el que el Estado interviene para mitigar los males del capitalismo y balancear las cosas. Desafortunadamente, así como hay una derecha fea existe también una izquierda tonta, digamos, una cofradía de reaccionarios fanáticos de modos cavernícolas. Tan malignos unos como los otros, miren ustedes.
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