Muchas agallas, las de Nicolás Alvarado, para soltar sus sabrosas mordacidades justo cuando a Juan Gabriel se le rinden unos funerales de Estado, por no hablar de la exaltada veneración que exhiben sus admiradores. Pero, justamente ¿es obligatorio el fervor hacia la figura del llamado Divo de Juárez? ¿La unanimidad tiene que ser nacional y absoluta? ¿No puede alguien expresar que no le gusta su música, o las letras de sus canciones, o sus modos en el escenario, o su timbre de voz, o su desfachatado amaneramiento? ¿Debe el comentarista guardar un cauteloso silencio hasta que la memoria de la pérdida se vaya diluyendo con el paso del tiempo y que las masas, distraídas por el acaecimiento de otros sucesos y tragedias, no se sientan ya profundamente agraviadas?
Dicho en otras palabras, ¿no hay espacio alguno para el ejercicio de la crítica y tampoco puede un escribidor ofrecerse el derecho a la provocación? ¿Deben, los columnistas, autocensurarse en todo momento y no ir nunca en contra de los gustos y preferencias de la mayoría? Los insultos, las invectivas, las feroces reacciones en las redes sociales y las amenazas, ¿no vienen siendo ya una suerte de precio a pagar por el pecado de lanzar jubilosas bravatas y adjetivos fuera de tono como para que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) tenga, encima, que inmiscuirse y, en un papel de Gran Inquisidor y Censor Absoluto, exigir disculpas públicas?
Y, los individuos de las minorías ¿se han vuelto tan frágiles, tan descomunalmente sensibles y delicados, tan vulnerables y tan susceptibles que palabras, digamos, como “mariconear” o “jotería” ya no sólo deberán ser jamás utilizadas sino que serán proscritas a perpetuidad de diccionarios y registros?
Hablando de discriminación y del mentado Conapred, ¿no hay temas —como la igualdad de salarios entre mujeres y hombres, la justicia negada a las mujeres maltratadas, el torvo machismo en el ámbito laboral o la oposición a otorgar derechos a las parejas del mismo sexo— que son, ahí sí, primordiales, y mucho más importantes que la inofensiva cháchara de un columnista?
Por cierto, me encanta la música de Juan Gabriel.
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