El grupo musical Los Alegres del Barranco aparece de pronto como paladín de la libertad de expresión. Reclama el derecho a entonar a su antojo todas las baladas de su repertorio hasta el punto de haber recurrido a un juez para suspender provisionalmente la prohibición de cantar narcocorridos, un amparo muy generosamente concedido al ser invocado, además, el “derecho al trabajo”.
Los integrantes de la agrupación sinaloense suelen interpretar una canción titulada “El del palenque” en la que evocan la figura de Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho y, encima, proyectan en una pantalla imágenes del sujeto.
Luego de una presentación en un auditorio de Zapopan, esta coreografía les metió ruido a las autoridades y las cosas llegaron tan lejos que a los tales “alegres” no sólo les cayó encima la interdicción local de seguir enalteciendo al mandamás del Cártel Jalisco Nueva Generación sino que les fueron canceladas las visas para asomarse por los territorios de la Unión Americana.
Muy bien, pero el gran tema, más allá de cuestionar la proscripción legal de los mentados narcocorridos en ciertas entidades federativas de nuestra República, es la irrupción en la cultura popular de un personaje tan siniestro, de la mano de este conjunto musical o de cualquier otro.
Porque, miren ustedes, estamos hablando de un hombre bestial, de un perpetrador de espantosas atrocidades que en manera alguna debería de ser materia de entretenimiento ni servir como objeto recreativo.
Detrás de esa silueta dibujada en el fondo del escenario no hay otra cosa que una escalofriante violencia y el consecuente sufrimiento, enorme, de las víctimas. Pero, según uno de los miembros del grupo, hay que interpretar narcocorridos porque es “lo que la gente pide” o lo que “el público quiere”. Lo expresó en una entrevista como si fuera un mandato absoluto e irrevocable.
Pues bien, nuestra primerísima aspiración, como mexicanos, sería la de vivir en un país apacible y civilizado, no en una patria ensangrentada rebosante de gente que se desentiende del horror bailoteando al ritmo de “El del palenque”.
Al pueblo se le educa y se le sensibiliza, señoras y señores, y por eso mismo existe un Estado que tutela, que protege y, pues sí, que prohíbe narcocorridos.