Como todos sabemos, y los que no, pues no, diciembre es el mes de las grandes transformaciones y promesas. Todo mundo quiere parecerse al festejado y andan durante el mes repartiendo sonrisas, abrazos y buenos deseos. Entre ponche y ponche, tamal y tamal, tequila y tequila, buñuelo y buñuelo, el corazón se les ablanda y les llega el arrepentimiento y el deseo del próximo año enmendar todos sus errores.
Por fortuna, estas transformaciones solo duran un mes, el cual se pasa muy rápido y ya para enero, las cosas vuelven a la normalidad y cada quien pone la cara que le corresponde, de acuerdo a las deudas adquiridas durante el periodo de transformación mesiánica.
Pero entre todas las transformaciones, las más asombrosas son las que experimentan los miembros de la clase política, la cual sí existe aunque algunos piensen que los políticos también son ciudadanos comunes y corrientes como cualquier otro.
Pues bien, en el mes de diciembre, conforme anuncian el aumento y respectiva entrega de su aguinaldo y su correspondiente bono de productividad, muy merecido por cierto, los muchachos y muchachas de nuestra aguerrida clase política se transforman en verdaderos pulpos, dispuestos a succionar, abarcar, apretar, abrazar, no soltar, todo paquete envuelto con moño que se les acerque. El sonido de la caja registradora no para y ellos y ellas no sueltan su enorme y navideña sonrisa.
El gobernador le regala a los diputados, los diputados al gobernador, los regidores a su presidente, su presidente al que lo propuso, el que lo propuso al que se le ven más posibilidades para la próxima y así sucesivamente. Todos le entran y todos se felicitan por ello. ¿Que está prohibido recibir regalos onerosos?, pues claro, eso es lo que vuelve más sabroso al intercambio entre políticos de distinto signo.
Gracias a esa maravillosa transformación, durante la cual si usted se acerca corre el riesgo de quedarse sin cartera, nadie sería capaz de distinguir quién pertenece a qué partido. Convertidos en voraces octópodos todos muestran su verdadera naturaleza y aparecen igualitos, entretenidos en mover sus tentáculos.
Bueno, en honor a la verdad, los naranjitas del defe se distinguieron un poquito cuando su representante se acercó a la tribuna, se peinó, le pusieron su banquito, se paró de puntitas y dijo con voz de político: nosotros no queremos esta lana porque no estaba etiquetada.
Ya madurarás jovencito, pensaron sus colegas de otros partidos dándose un golpe en la frente, alzando las cejas y ocultando una sonrisita burlona.
Esos políticos.
roberto.castelan.rueda@gmail.com