A fines del año pasado, un informe de Reuters reveló que las tiendas de segunda mano y los bancos de ropa de todo Estados Unidos, el mayor exportador de prendas usadas del mundo, estaban repletos de productos debido a la crisis del coronavirus. De hecho, dejaron de aceptar donaciones. Ahora están luchando por vender este excedente a otros países (por lo general, más pobres). Mientras tanto, los depósitos en todo el orbe están desbordados de desechos plásticos.
Desde Londres hasta Los Ángeles se disparó la demanda de mascarillas, guantes y contenedores de alimentos para llevar, todos de un solo uso. En Ciudad de México los informes indican que durante la cuarentena los residentes generaron 3 mil toneladas diarias más de basura de lo habitual. Esto concuerda con la idea de que la pandemia actual está empeorando la crisis de los residuos.
Todos saben que hoy en día nuestra relación con los productos es totalmente vergonzosa, pero, aun así, nuestra conducta al consumir no ha cambiado. De hecho, las cosas están peores que nunca. Cada año generamos al menos 2 mil 12 millones de toneladas de residuos en todo el mundo.
Si seguimos así, este número aumentará alrededor de 70 por ciento para 2050, con enormes repercusiones sociales, económicas y medioambientales. Está claro que debemos implementar cambios radicales en la manera en la que producimos, vendemos y valoramos las cosas. Y los diseñadores tenemos una enorme responsabilidad en este contexto.
En la actualidad, cada bien de consumo dura alrededor de seis meses en promedio. ¡Seis meses! Recuerda esta cifra cuando camines por la calle principal de tu ciudad y se te revolverá el estómago. También debemos afrontar el desastre ecológico invisible que están provocando las ventas en línea. En América Latina, la pandemia hizo que muchísimas personas hicieran compras en línea por primera vez. Según la consultora local Compre & Confie, solo en Brasil la cantidad de pedidos creció 65.7 por ciento en los primeros cinco meses de 2020. En el último año, las personas pidieron, probaron, utilizaron y, sin ninguna vergüenza, devolvieron cantidades increíbles de ropa y artículos de consumo. Muchos ya no se pueden vender y terminan en el vertedero. ¿Cuál es uno de los motivos del crecimiento exponencial de este sector destructivo? La crisis del coronavirus.
Pero todos sabemos que la verdadera razón detrás de las montañas de desechos no es la crisis del coronavirus. La pandemia es simplemente un espejo de los enormes problemas sociales y ecológicos de nuestra era. Estos problemas forman parte de un fenómeno gigantesco y sistemático al que somos adictos desde hace décadas y que solo empeorará en el futuro: el consumismo. Como ciudadanos y consumidores, hay pocos obstáculos (o ninguno) que nos impidan comprar, usar y, digámoslo sin rodeos, desperdiciar.
Y no solo los consumidores son culpables, sino también los legisladores, los productores y los diseñadores. El visionario diseñador canadiense Bruce Mau lo resume bien: “El diseño nos metió en este lío, ahora tiene que sacarnos de él”. Al ser diseñador, me resulta sumamente doloroso ver la manera en que tratamos los productos y las materias primas como sociedad. Eso tiene que cambiar. Y también tengo que asumir mi responsabilidad. Históricamente, hemos sido quienes facilitamos esta sobreproducción, la extracción excesiva y el consumo en la búsqueda eterna de la innovación. El “poder seductor del diseño” es un fenómeno muy conocido en la industria. Se puede usar para tentar a la gente y hasta cambiar sus patrones de conducta. Para mejorar o para empeorar. El hecho de que contribuimos al ritmo acelerado de la industria de la moda (hay tiendas que renuevan sus colecciones cada seis semanas) o a una de desarrollo de marca arrasadora basada en el uso de envases desechables, productos de un solo uso y esquemas de devolución convenientes no es justificable. Como industria y comunidad creativa es hora de poner manos a la obra y generar un cambio.
Los diseñadores tenemos un papel único para transformar la manera en que se hacen las cosas y los componentes que se utilizan. La cantidad de creativos que ya adoptaron un rol activo en la transición hacia una economía circular crece día con día. Hay muchísimos ejemplos buenos. Uno de ellos es Fairphone, el primer teléfono inteligente modular del mundo, cuyo diseño permite desarmarlo, repararlo y reciclarlo fácilmente. También está el trabajo de Algiknit, una cooperativa de diseñadores y científicos que crean telas e hilos duraderos a partir de biomateriales como las algas.
Otro proyecto apasionante es el de Pimp My Carroça, un movimiento que utiliza el arte para sustentar el medio de vida de los recolectores de desechos en Brasil. Gracias a estas iniciativas podemos ser optimistas. Pero tenemos que seguir avanzando. Hoy, más que nunca, la comunidad del diseño tiene que atreverse a asumir el mando y desplegar su potencial creativo a gran escala.
Como líder de una organización impulsada por el diseño (What Design Can Do), he puesto manos a la obra para establecer un programa a mediano-largo plazo para combatir la basura en Holanda y otros países, incluidos Brasil, México, Kenia, India y Japón. Haremos esto en estrecha colaboración y con el generoso apoyo de la Fundación IKEA. Este programa comienza con una competición global de diseño (No Waste Challenge) que buscar apoyar innovaciones que ayuden a resolver el gran problema de residuos en el mundo. La convocatoria del No Waste Challenge está abierta ahora mismo. Diseñadores, emprendedores creativos e innovadores: ¡Participen! No hay tiempo que perder.
*Diseñador gráfico, cofundador de De Designpolitie, el colectivo Gorilla y la plataforma What Design Can Do. @WhatDesignCanDo