Política

Miedo a las mayorías

ricardo raphael

No somos una biografía sino varias, por eso la obsesión que en ciertos momentos de la vida nos obliga a recorrer la memoria de quienes nos antecedieron. En mi caso hay una raíz hincada sobre los bordes del Bósforo, en una ciudad que –según el acta de nacimiento de mi abuelo–, fechada en 1898, se llamaba Constantinopla.

Sammy Raphael migró a México en 1922, hace exactamente un siglo. No hay quien pueda hoy contar las razones más sinceras de su destierro. En Estambul no queda nadie: sus parientes partieron, murieron o no tuvieron descendencia.

Como el mar circunda la tierra, los silencios pueden hacer lo mismo con los recuerdos. Algunos son más escurridizos que otros, pero siempre hay pistas para subvertir al silencio.

La geografía, por ejemplo, puede ser clave generosa si se le presta oído atento. Mi abuelo debió haber vivido su infancia y juventud en las faldas de la torre de Gálata, una construcción medieval edificada por la colonia genovesa que hacia el año 1300 se estableció en Constantinopla.

Desde esa torre descienden abruptamente callejuelas que van a dar al puerto. El barrio de Karaköy continúa siendo arbitrario, ecléctico y caprichoso en su trazo y sus comercios. Lo visita gente que no se parece entre sí, turistas cuya diversidad recuerda a otras épocas, cuando ninguna religión, color de piel o creencia definían a este mirador privilegiado.

La historia también estrega signos contra la desmemoria. Mi abuelo nació durante los últimos años del Imperio Otomano y me atrevo a suponer que una de las razones para migrar a México fue justamente la caída del sultán Mehmet VI, último descendiente de una dinastía fundada casi al mismo tiempo en que se construyó la torre Gálata.

Ésta no es una coincidencia que merezca pasar desapercibida: desde España o Italia la familia del abuelo migró al Bósforo cuando ahí llegaron los sultanes y dejó el Bósforo cuando el linaje de los Osmán perdió el poder.

Orhan Pamuk, premio nobel de literatura, cuenta en su novela más reciente, Las noches de la peste, cómo se fue desgajando el Imperio Otomano y con él un régimen prolongado de tolerancia que permitió a musulmanes, cristianos ortodoxos y judíos, a europeos, árabes y asiáticos, a mujeres y hombres de muy distintos orígenes y culturas, coexistir en orillas vecinas.

El Bósforo fue el cuerno de la abundancia durante más de quinientos años porque la paz y el comercio se impusieron sobre las revanchas identitarias. Cada uno acudía al llamado de su templo, a sus respectivas horas, pero convivía en las calles sin que el culto religioso fuese motivo para romperse la crisma.

Los sultanes presumían hablar cinco y hasta siete lenguas, porque así no necesitaban de traductores a la hora de conversar con las personas a las que gobernaban. Si ellos eran políglotas, la aspiración debió ser igual para los demás. En la plaza pública se escuchaba turco, alemán, francés, italiano, inglés, ladino y árabe. Libaneses, sirios y palestinos frecuentaban el enorme mercado egipcio que hoy está en la zona europea de Estambul.

Sammy Raphael habrá asistido a la sinagoga Kal de los Frankos donde concurrían los judíos más “liberales”. Tenía familiares de la rama askenasi –algunos de ellos también migraron a México–, pero se sentía más cómodo lejos de la ortodoxia.

Las calles de Karaköy, cuya cuesta sube hasta la torre Gálata, hoy continúan pobladas por librerías. Ahí son numerosos los estantes con textos dedicados a la disidencia sexual, los derechos de la diversidad y el feminismo. En su tiempo, mi abuelo no habría sido siquiera capaz de imaginar el contenido de esas páginas. Lo sé porque hasta mi biblioteca llegaron sus libros más valiosos, los mismos que le entregaron, ya como migrante, la profesión de librero.

El síntoma más desgraciado del desfondamiento del Imperio Otomano fue la persecución y muerte de un millón y medio de personas armenias que antes habían vivido en armonía con sus vecinos. Asirios y griegos ortodoxos también sufrieron el cambio de régimen. El nacionalismo turco, anclado en la lengua y la religión musulmana, tiró por el cubo de la escalera un arreglo de convivencia benévola sostenido por al menos veinte generaciones.

De muy joven el abuelo trabajó como recadero para la embajada alemana. Un tío suyo de nombre Miguel Shcmill le consiguió empleo. Pero la propensión de su familia hacia la cultura francesa, años después se convirtió en una mala coincidencia, cuando estalló la Primera Guerra Mundial y el Imperio Otomano cometió el error de aliarse con el Kaiser Guillermo II de Alemania.

Poco a poco el Bósforo fue acortándose para Sammy como horizonte existencial. Aquel paraíso estaba por dar la espalda a su naturaleza. El abuelo habrá calculado que después de perseguir cristianos, los jóvenes turcos vendrían por los judíos. El nacionalismo que consiguió tanto poder en Turquía y otros países terminaría asfixiando el mundo conocido.

No tengo una sola carta, un solo texto, un solo testimonio que me permita asegurar lo que aquel hombre reflexionó antes de dejar atrás su natal Constantinopla, para no volver jamás. Sammy se embarcó para abrazar una promesa que se encontraba a mes y medio de viaje en barco.

En México se encontró con algunos de sus vecinos del barrio medieval de Karaköy. Intentó con varios negocios propios, pero a diferencia de otros familiares, él no era un comerciante excepcional. Halló entonces trabajo como gerente en la Central de Publicaciones, una librería ubicada en la esquina que hacían las calles de San Juan de Letrán (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas) y Madero, donde actualmente se encuentra la torre Latinoamericana. Ahí se vendían revistas de todo el mundo, que llegaban con semanas y hasta meses de retraso.

A través de las páginas de esas publicaciones Sammy leyó el resto de la historia mundial que decidió no vivir. Mientras hacía familia en México, Turquía eliminó casi por completo a sus minorías. Hoy viven en ese país únicamente 17 mil judíos; conforme el tiempo fue transcurriendo, el resto fue paulatinamente expulsado. 

El miedo que tengo frente a las cosas terribles que son capaces de hacer las mayorías viene de lejos. Creo en la democracia, cuando esta defiende derechos y libertades de las personas, pero por respeto a la memoria de Sammy descreo cuando el gobierno de las mayorías aplasta la existencia de los individuos. 

@ricardomraphael

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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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