Política

“¡Fuera Rocha!”

Miles de personas marcharon para exigir justicia por los hermanos Sarmiento y su padre. CUARTOSCURO
Miles de personas marcharon para exigir justicia por los hermanos Sarmiento y su padre. CUARTOSCURO

Eduardo tiene 10 años y conoció a Alexander Sarmiento porque jugaban en el mismo equipo de futbol. Este niño marchó junto con cientos de personas el jueves de esta semana por las calles de Culiacán.

Cuando un reportero preguntó por las razones que lo llevaron a participar en esa manifestación, el niño respondió: “No hacen nada, nada más se quedan sentados. Ya no podemos salir, nos da miedo. No podemos hacer nada, el gobierno no hace nada”.

Al origen, el acto de protesta fue convocado por la comunidad escolar a la que pertenecía Alexander, el colegio Sócrates. Sin embargo, espontáneamente se sumaron más de mil personas indignadas por la muerte del niño, de su hermano adolescente, Gael, y también de su padre, Abel Sarmiento.

Quizá no se habría juntado tal multitud si antes, Óscar Rentería, secretario de Seguridad en la entidad, no hubiese sido tan torpe con sus declaraciones. Atribuyó el triple homicidio a un hecho circunstancial, ya que las víctimas viajaban en un automóvil que tenía los cristales entintados.

“El carro llevaba los vidrios polarizados. Fue un evento circunstancial, los criminales no alcanzaron a verlos”, dijo sin tener conciencia de que con su frivolidad iba a encender la pólvora.

Rentería rebasó los límites cuando se atrevió a especular con que las tres personas fueron víctimas de un accidente, en vez de reconocer como causa de esta tragedia el contexto desgraciado en el que vive Culiacán desde hace ya casi 140 días.

La marcha partió del colegio Sócrates, luego atravesó el Ayuntamiento y al final se estrelló, literalmente, contra el Palacio de Gobierno. En su recorrido la gente coreó un par de consignas emparentadas: “Fuera Rocha” y “narcogobernador”.

Tan súbita surgió la protesta, como rápido se inflamaron los ánimos. Delante de la manifestación iba la madre de Gael y Alexander, quien antes había solicitado una audiencia con el gobernador Rubén Rocha Moya sin conseguir respuesta.

El mentiroso mandatario dijo que su gobierno estaba con ella, acompañándola y apoyándola “en todo”, pero tal no fue la percepción de la madre. Por ello, los manifestantes rompieron los cristales de la puerta de Palacio y luego los muros de la oficina donde despacha Rocha. Con letras rojas quedó pintarrajeado el piso de ese recinto acusando al jefe del ejecutivo estatal de ser un asesino.

Teresa Guerra, diputada de Morena que lidera la junta de coordinación política del Congreso local, rechazó que la violencia fuera el camino empleado por la gente para expresar su indignación. Quizá tenga razón, pero a las y los manifestantes igual les asisten argumentos de peso: Rubén Rocha es parte central del problema de violencia que vive Sinaloa.

Mientras continúe ocupando el Palacio de Gobierno, ni Culiacán, ni el resto del estado tienen cómo salir de la espiral de sangre en la que están metidos. Vale regresar las manecillas del reloj para entender por qué es absoluta la imposibilidad de que Rocha se mantenga en el cargo.

Por más que haga intentos para negarlo, ha ganado fuerza la narrativa que lo involucra con el asesinato del ex rector y diputado, Héctor Melesio Cuén Ojeda. Colocaron al mandatario en una situación desgraciada, el hecho de que este líder opositor fuese su acérrimo enemigo, así como la declaración bien calculada de Ismael El Mayo Zambada, en el sentido de que él acudió engañado al sitio donde sucedió el asesinato, porque le prometieron que Rocha estaría presente.

Todo podría ser una mentira: es decir que Los Chapitos no se ofrecieron a eliminar al adversario del gobernador, ni éste prometió asistir al encuentro donde la víctima fue ultimada —al tiempo que El Mayo era secuestrado para llevarlo a Estados Unidos.

El problema radica en que, con el paso del tiempo, lo que era dudoso pasó a ser verosímil. Por más que el mandatario saliente y la Presidenta entrante arroparon con su respectivo manto de legitimidad al gobernador sinaloense, los rumores se convirtieron en hipótesis probable.

Ayudó para que Rocha extraviara su capital político una larga serie de declaraciones desafortunadas, que no solo lo han mostrado como probable aliado del crimen, sino como un hombre estúpido. Respecto de lo primero no habría sorpresa, porque varios de sus antecesores han sido empleados de las mismas empresas criminales. Sin embargo, lo segundo es un pecado serio en una situación tan enredada donde para sobrevivir se necesita mucha cabeza.

Apenas un día después de que los delincuentes balearan el auto donde viajaban los jóvenes Sarmiento, Rocha lanzó un discurso incendiario contra el gobierno de Estados Unidos por denominar a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas. De todos los políticos que hay en México, este señor es el último que debería abrir la boca, porque cada vez que defiende a los delincuentes se hunde peor dentro de las arenas donde está atrapado.

La semana previa incurrió también en una cruel superficialidad al declarar que en Sinaloa se vivía perfectamente. Según él, la población hace sus actividades normalmente, mientras los estadios y las escuelas están llenas. “Ese estigma que nos acreditan, lamentablemente, (sic) sería bueno que se fijaran en lo bueno que… tiene Sinaloa”.

En el mismo sentido, el lunes 13 de enero llamó “fifí” y carente de solidaridad al equipo de beisbol, Los Dorados, por negarse a jugar en el estadio ante las circunstancias de inseguridad. Previo a ello, durante su tercer informe de gobierno, Rocha pidió a los padres de familia que enviaran a sus hijos a la escuela con la confianza de que el Ejército y la Guardia Nacional cuidarían de ellos. En esas mismas fechas reventó contra los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, ya que por motivos similares emitieron alertas para que sus connacionales no viajaran al puerto de Mazatlán.

Tiene razón el niño Eduardo: ese señor no hace nada, solo declara. Está sentado en la silla que le prestó su partido y coronado con las hojas de olivo que le dejó puestas Andrés Manuel López Obrador, pero tiene que irse ya: por una o por otra cosa, él es causa de la tragedia que se vive en Sinaloa, desde julio del año pasado.


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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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