Es rematadamente falso que el dilema en 2024 vaya a ser entre pasado y presente. Lo que tuvimos antes no tiene regreso. Es como si se quisiera devolver la pasta dentífrica al tubo después de haberla untado sobre el cepillo de dientes.
No hay reversa porque, incluso antes de la llegada de la Cuarta Transformación, la inmensa mayoría de la gente estaba ya harta del statu quo y exigía un cambio de raíz.
La gran deficiencia de las oposiciones ha sido su necia incapacidad para asumir esta precisa realidad.
En 2024 lo que estará realmente en juego es el liderazgo del segundo tramo de la transformación. Se estará eligiendo a quien tenga mejores aptitudes para trascender los cimientos y consolidar la obra iniciada.
Frente a esta disyuntiva ya se asoman emociones encontradas: el espíritu de la secta coexiste con el de la pluralidad.
Un anuncio primero de este divorcio ocurrió cuando Mario Delgado presentó su candidatura, en 2019, para presidir Morena.
Sus adversarios lo acusaron de no ser suficientemente puro para el puesto. Pusieron en duda su origen de izquierda, su pedigrí lopezobradorista y la contundencia de sus convicciones antineoliberales.
Sin embargo, esa campaña no prosperó porque Delgado resultó la persona idónea para dirigir el partido oficial, justamente porque era capaz de incluir y acomodar las preocupaciones de un número mayor de militantes y simpatizantes.
En ese episodio el sectarismo salió derrotado, pero se agazapó y ahora viene de vuelta. Los sectarios darían lo que fuera por utilizar probetas para medir grados de lopezobradorismo en la sangre.
En ausencia de esos instrumentos han definido su propia voz como el cernidor unívoco y estrecho de lo que es aceptable como oferta política de izquierda.
Olvidaron ya que Andrés Manuel López Obrador ganó la Presidencia en 2018 no solamente porque la gente estaba agotada de la política tradicional, sino también porque prometió un proyecto amplio.
El sectarismo es vanidoso, petulante y prejuicioso. Es esencialmente contra mayoritario. Tan elitista como el elitismo que supuestamente pretende desterrar.
Zoom: la reforma cultural que el país requiere no es la que ratificaría la razón de los convencidos, sino la que haría que terminen de convencerse los no convencidos.