De China sabemos que es una potencia emergente; que mantiene una disputa comercial y tecnológica feroz con Estados Unidos de América por el control de la banda 5G; que es la nación más poblada del planeta, con mil 400 millones de habitantes; que gracias al “milagro chino” (una década creciendo al 10%) salieron de la pobreza 300 millones de personas y nació una élite de 300 superricos que gastan anualmente el PIB de varios países latinoamericanos; que tiene el mayor sistema de educación tecnológica y científica de calidad que produce en serie y en serio profesionistas de alto nivel; que tiene las ciudades inteligentes más avanzadas del orbe; en suma, que al paso que va estaría desplazando a la Unión Americana y a Europa como potencia hegemónica mundial.
Pero también sabemos de su lado oscuro. Esencialmente, la falta de democracia política, la ausencia de un régimen de protección y promoción de derechos humanos y la resistencia a sumarse a la lucha global contra el calentamiento global. Desde la represión de Tiananmén en 1989 hasta la contención de las protestas ciudadanas en Hong Kong durante últimos dos años, pasando por el control del internet y otros indicadores que han hecho que su régimen sea calificado frecuentemente como “autoritarismo eficaz”: que garantiza el crecimiento y bienestar para su pueblo, pero a costa de los derechos humanos y la democracia, tal como se conciben en Occidente.
Dicho lo anterior, pasemos a comentar la forma como China está enfrentando la crisis sanitaria del coronavirus, que ha costado al día de hoy 425 muertes, 20 mil 438 personas infectadas y 45 millones de habitantes aislados o con un cerco sanitario en sus ciudades y comunidades.
La respuesta del gobierno chino a esta amenaza es digna de ser referida como un ejemplo de resiliencia o recuperación exitosa ante una amenaza de salud pública.
Primero, la activación de la alerta médica fue extremadamente oportuna. La detección de la nueva cepa y la ubicación de su posible origen biológico permitió tomar las primeras medidas precisas. Fueron tiros de precisión, alertando e informando a la población y al planeta, sin alarmar ni causar pánico. La experiencia anterior del SARS, sin lugar a dudas, dio a China una experiencia sanitaria que ha sabido procesar.
El segundo acierto fue haber puesto a todo su ejército de científicos e inmunólogos a desarrollar la vacuna que neutralice al nuevo coronavirus, algo que está en proceso de ocurrir en los próximos días.
Pero la medida que vino a exhibir la capacidad de control de crisis fue la construcción en diez días de un hospital de infectología, con mil camas, en la provincia de Wuhan, epicentro de la pandemia. Cerca de 800 grúas y trascabos, trabajando con cinco mil trabajadores y especialistas de la construcción que laboraban día y noche hicieron posible este récord mundial en materia de resiliencia sanitaria.
El hospital, debidamente equipado, entró en operaciones al décimo día y será operado por mil 400 médicos de las fuerzas armadas y 450 más de las universidades sanitarias del ejército, la marina y la fuerza aérea de lo que un día fue el Ejército Popular de Liberación de China. Y todo ello con un costo de 43 millones de dólares.
Las comparaciones son odiosas, pero a veces es más odioso no hacerlas.
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@RicardoMonrealA