Los males no llegan solos, según un dicho popular.
Eso aconteció por lo menos en 2009, cuando la crisis global sanitaria que generó el virus de la influenza A (H1N1) se combinó con la crisis financiera mundial que inició con la explosión de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos un año antes.
En México, ambas crisis se presentaron casi de manera simultánea. En la primavera de 2009, la Organización Mundial de la Salud emitió la alerta sanitaria correspondiente y advirtió a nuestro país sobre la vulnerabilidad y los alcances letales del nuevo tipo de influenza.
El gobierno mexicano aplicó medidas preventivas extremas, similares a las que hoy vemos en las ciudades chinas: cercos sanitarios en lugares públicos, suspensión de labores escolares y actividades de concentración masiva, distribución masiva de cubrebocas y gel antibacterial, dotación extraordinaria de antivirales, y cierre provisional de establecimientos mercantiles.
Se ubicó entonces a México como el epicentro de la amenaza sanitaria. En Europa, Asia y Medio Oriente, las y los mexicanos que llegaban por vía aérea eran segregados y puestos en cuarentena o de plano salían deportados.
Después se sabría que México no había sido el centro de esa amenaza pandémica (hubo más casos y decesos en Brasil, EU y Argentina), pero la sobrerreacción del gobierno, en su momento, habría sido más dañina que la amenaza del virus de la influenza.
Medio punto porcentual del PIB habría costado aquella emergencia sanitaria, que, al combinarse con la crisis financiera inmobiliaria, en nuestro país se tradujo en una contracción de la actividad económica, la depreciación del peso frente al dólar en 25%, la pérdida de 400 mil empleos y una percepción de vulnerabilidad extrema entre la población, que siempre ha sido sensible a los temas de salud y sanidad públicas.
En su momento, el gobierno federal justificó las medidas sanitarias extremas con el argumento de que “más vale pecar por exageración, que lamentar por omisión”, sobre todo, por la presencia de una amenaza de salud desconocida.
Esta reconstrucción de lo ocurrido hace una década es pertinente en el momento actual, porque nuevamente enfrentamos una situación mundial de riesgo debida a la concurrencia de una potencial crisis económico-tecnológica (por el control de la banda 5G entre EU y China) y una crisis sanitaria, por la irrupción del coronavirus, que va en curso de convertirse en una pandemia.
El reto para nuestro país es cómo prevenir y controlar de manera oportuna, certera y precisa la presencia del coronavirus en territorio nacional, sin caer en una sobrerreacción sanitaria que paralice una economía prendida con alfileres, cuyos motores de crecimiento empiezan a trabajar, pero están hipersensibles a cualquier cambio del entorno externo o de la política económica interna.
El reto es informar sin alarmar, prevenir sin alterar la vida económica y actuar con atingencia frente a la contingencia. Ante la amenaza de una pandemia, nunca hay que ser omisos, pero tampoco excederse en la actuación. Que la medicina no resulte más cara que la enfermedad.
Hasta el momento, la actuación de nuestras autoridades sanitarias va por el camino de la prudencia y la serenidad. Esperemos que pronto tengamos la vacuna que vuelva a garantizarnos salud, bienestar y paz.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
@RicardoMonrealA