Sociedad

Mataba los días 17; lo capturan el día 14 (I)

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  • Raúl Martínez

Por su crueldad y su fama de capo ambicioso y temible lo apodaban El Barón de la Droga. Él se vanagloriaba y le gustaba que sus enemigos le temieran.

Siempre andaba armado y con decenas de guaruras para que lo resguardaran. También se protegía con amuletos. Muchos querían matarlo, pero él se les adelantaba.

Primero ubicaba a sus enemigos, los sentenciaba a muerte, y como era muy supersticioso, los mataba en un día 17.

Cuando era joven, una gitana le dijo que su número de la suerte era el 17. Jamás se le olvidó. Apostaba al 17 y ganaba. Ese número se volvió su talismán.

Fue tanta su superstición que también escogió los días 17 para matar. Pronto comprobó que ese número le favorecía, pues sus crímenes siempre quedaban impunes.

Bien se puede decir que Juan García Ábrego, desde muy joven, no solo fue bien aleccionado por un viejo zorro, quien en cuestiones de narcotráfico se las sabía de todas, todas.

Ese “maestro”, era su tío, el famoso contrabandista y narcotraficante Juan Nepomuceno Guerra, quien durante más de 50 años se dedicó a todas las actividades ilícitas.

Era intocable. Grandes personajes, tanto de la política, la farándula, la Policía y hasta empresario, lo protegían y le permitían que continuara con sus turbios negocios.

Aunque esa protección le costaba mucho dinero a Juan N. Guerra, podía contrabandear licor y mariguana con toda libertad. Fue tanto su potencial que se le considera el iniciador del Cártel del Golfo.

Influenciado por su célebre tío, Juan García Ábrego, desde los años sesentas, cuando apenas era un joven de 20 años, ya se sentía poderoso.

Era fantoche e impulsivo. Portaba pistola con cachas de oro, manejaba autos de lujo y era insensato en su comportamiento.

Acompañado de sicarios que utilizaba para que lo cuidaran, cometía desmanes en varias ciudades tamaulipecas. No se escondía. Quería que todos lo conocieran, que le temieran.

A mitad de los años setenta, cuando su tío Juan le heredó su reino, ya se consideraba listo, no solo para continuar con los negocios, sino para engrandecerlos.

Otra cosa que su tío le enseñó fue a matar a sangre fría, ya que era también violento y arrebatado

El fundador del cártel mató a su esposa solo porque la vio platicar con un hombre. Aunque el crimen lo había cometido con alevosía, el juez determinó que había sido accidental. Ni la cárcel pisó.

En otra ocasión asesinó a mansalva a un comandante de aduanas, pero le pagó a uno de sus empleados para que se culpara y a los pocos días lo sacó de la cárcel. Era muy poderoso.

Sin duda que las lecciones que su tío le dio le sirvieron para enfrentarse a los más temibles enemigos. Le bastó poco tiempo para cumplir su promesa de engrandecer el negocio.

Al inicio de la década de los ochenta, Juan García Ábrego pensó que la mariguna no era tan buen negocio, y que además, en ese campo el líder era el Cártel de Sinaloa.

Así que aprovechando los contactos de su tío con la mafia, pronto entabló negociaciones con el Cártel de Cali.

Los colombianos le ofrecieron el cincuenta por ciento por pasar cocaína a los Estados Unidos. Era un negocio redondo.

García Ábrego aprovechaba los cuatro cruces fronterizos que existen en Tamaulipas: Matamoros, Nuevo Laredo, Miguel Alemán y Reynosa. El trabajo resultó fácil.

Sobornó a policías federales y aduaneros. Además se rumoraba que negoció con el subdirector de la Policía Judicial Federal, Guillermo González Calderoni, para pasar la droga.

Se decía que le pagó muchos millones, pero valió la pena. Las ganancias eran descomunales. Se volvieron amigos y el poder de García Ábrego también se catapultó.

Jugó tan bien sus cartas que no solo se convirtió en el máximo líder del Cártel del Golfo, sino también en el más violento y temido.

No se tentaba el corazón para ordenar matar a sus enemigos. Cuando él tenía que ejecutar con su propia mano, solo lo hacía el día 17. En ese día podía matar con toda tranquilidad.

Como era muy supersticioso, tenía otros amuletos y cada uno tenía un significado diferente, pero todos eran para la buena suerte y su protección.

En los casi 20 años de su reinado de terror, el número de víctimas fue incalculable. Se sentía invencible. No le temía a la muerte.

Sin embargo, aunque era muy supersticioso y creía que por el poder de sus amuletos estaba a salvo, no se confiaba del todo y su séquito de sicarios-guaruras era cada vez mayor.

Aunque García Ábrego era el amo en Matamoros y no permitía que nadie le pisara los talones, se portó benévolo con otro temible sujeto que estaba invadiendo sus terrenos.

Ese intruso era el líder de un grupo llamado Los Narcosatánicos. Se llamaba Adolfo de Jesús Constanzo. Adoraban al diablo y realizaban sacrificios humanos.

Como García Ábrego era muy pagano lo buscó, pero no para exterminarlo, sino para vincularse con él para recibir limpias y protección por medio de sus “poderes”.

Estaba enterado que a Constanzo lo buscaban famosas artistas como Yuri, Lucía Méndez, Irma Serrano, y hasta Juan Gabriel, para que los protegiera del mal.

El Barón del Golfo no fue la excepción y dejó que El Narcosatánico que se hacía llamar sacerdote de la religión santera, le hiciera una limpia.

Formaron un contubernio que acabó el 6 de mayo de 1989, cuando la Policía acorraló a Los Narcosatánicos. Adolfo de Jesús Constanzo ordenó a sus cómplices que lo mataran. Obedecieron.

Por su parte, García Ábrego se olvidó del incidente y continuó con su carrera criminal que cada vez le era más productiva. No se conformaba, tenía sed de sangre, dinero y poder.

Como se sentía protegido por sus amuletos, siguió matando a sus rivales los día 17... Y para su buena suerte formó contubernios con otros personajes, pero más importantes. 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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