Sociedad

Las hermanas Millet: noche de disco y de sangre (II)

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  • Raúl Martínez

Elda estaba desnuda en medio de la nada. Aunque el frío era inclemente parecía no sentirlo, quizá por la tragedia que estaba viviendo.

Enloquecida levantó la mirada al cielo. Arrodillada como estaba imploró a Dios. Al tratar de levantarse miró a lo lejos luces fugaces de autos que transitaban.

Como pudo caminó hasta la orilla de una carretera. A gritos y señas pedía ayuda a los conductores. Los tripulantes de una camioneta la auxiliaron.

La cubrieron con una chamarra. Elda lloraba y decía que ayudaran a su hermana. Cayó en shock. La llevaron al primer hospital que en el camino hallaron.

Cuando recobró el conocimiento ya se encontraba en la cama de un hospital. A su alrededor estaban médicos, enfermeras y agentes de la Policía Judicial.

Elda aterrada y sin dejar de llorar les relató todo lo que había sucedido. Pidió que buscaran a su hermana. Temía por su vida.

Los agentes guiándose por las señas que les habían dado los hombres que auxiliaron a Elda rastrearon el lugar y pronto descubrieron el cuerpo sin vida de Laura.

Se horrorizaron. Tenía la cara destrozada y en su cuerpo huellas de brutales golpes y mordidas. Elda, al saber que su hermana estaba muerta, a gritos maldijo al asesino.

Con los datos que dio la estudiante del Tec, la policía pronto logró identificar al presunto criminal. Era un respetable licenciado y gerente de la Sección Amarilla de Monterrey

Por pedimento de los detectives, la empresa proporcionó más datos sobre su persona e incluso fotografías de él.

Los agentes le enseñaron las fotografías a Elda. Al mirarlas, sufrió una crisis de terror y gritó que sí era él.

Parecía imposible de creer que Édgar Contreras Martínez, por ser un profesionista de familia acomodada, fuera un sádico criminal.

El 31 de enero de 1977, la noticia sobre la violación de las hermanas Millet y el asesinato de una de ellas estremeció a la ciudad y más porque eran estudiantes del Tec.

Mientras los padres de Elda levantaban la denuncia y reclamaban el cuerpo de Laura, la policía había descubierto algo más sobre Édgar Contreras.

Tenía 30 años de edad, era casado, su esposa estaba embarazada, su hijo estaba por nacer y vivía en la colonia Del Valle. Con esas referencias nadie creía que fuera un cruel asesino.

Seguramente las hermanas Millet tampoco lo creyeron cuando lo conocieron en la disco. Muy tarde se dieron cuenta que era un lobo con piel de oveja.

Plenamente identificado, la Policía inició la búsqueda del criminal. En aquellos tiempos, un crimen como el de Laura Millet casi nunca sucedía en Monterrey.

Por tal motivo, los periódicos y noticieros de radio y televisión a cada momento informaban sobre los avances del infrecuente acontecimiento.

La familia del presunto asesino, incluyendo a padres y esposa en sus declaraciones, aseguraban que Édgar era inocente. Que las culpables eran las hermanas Millet por libertinas.

Luego de una afanosa búsqueda, Édgar Contreras fue detenido en los Estados Unidos. Una vez que fue interrogado en los juzgados penales de Monterrey negó todos los cargos.

Los defensores, por su parte, falsearon toda la información y también culparon a Laura y Elda Millet de ser libertinas e incitadoras.

Acentuaron que una chicas decentes no se emborrachan en las discotecas ni se suben a los autos de hombres desconocidos. Esos señalamientos fueron publicados.

Extrañamente la gente comenzó a apoyar al sádico criminal y a las víctimas las tacharon de disolutas e inmorales.

Los esposos Millet, al enterarse de la forma tan cruel e infame que se expresaban de sus hijas, exigieron justicia, respeto a su difunta hija y castigo al asesino.

Nadie quiso escucharlos. Para toda la sociedad regiomontana, las verdaderas culpables eran las víctimas, al grado que llegaron a expresar que se merecían lo que les había sucedido, por incitar a un hombre casado.

Cuando Elda tuvo que enfrentarse en el juzgado con el asesino de su hermana y su violador no pudo contener su ira y le gritó: ¡asesino! La amonestaron.

El señor Millet y su esposa comprendieron que nunca les harían justicia. Derrotados regresaron a Yucatán con el cadáver de su hija Laura y con Elda que aún convalecía.

Édgar Contreras fue juzgado y sentenciado a 20 años de prisión por violación y asesinato, pero nadie estaba conforme con esa sentencia. Aunque todas las pruebas estaban en su contra exigían su libertad.

No había duda, los prejuicios morales y la xenofobia de una sociedad conservadora parecían haberse confabulado contra las hermanas Millet. Nadie quiso aceptar que eran las víctimas.

Ningún hombre tiene derecho de matar a una mujer, aun siendo una prostituta.

Y en este caso no valió ante la sociedad y, peor aún, ni ante los jueces.

Las declaraciones de los maestros y alumnos del Tec eran a favor de las hermanas Millet como estudiosas, responsables, decentes y buenas personas.

Pero fuera del Itesm, poca gente reprobaba la infamia con la que fueron calificadas las víctimas de tan bestial atentado.

Sin duda que Édgar era un asesino con mucha suerte y protegido por gente poderosa. A los cuatro años de estar preso le condonaron la sentencia de 20 años.

El gobernador Alfonso Martínez Domínguez lo indultó como regalo de Navidad. Feliz regresó a su casa y junto con su familia brindó en Nochebuena. Para ellos no merecía estar en la cárcel.

En Yucatán, Elda y sus padres aún lloraban la muerte de Laura. Nunca debieron venir a Monterrey

Por su parte Édgar, después de recobrar su libertad, feliz y sin remordimientos disfrutó de la vida con su familia hasta el 2 de mayo de 2011, cuando murió víctima de un infarto a los 66 años de edad.

A la distancia pocos recuerdan ese crimen, pero tal vez sea momento de que las autoridades revisen el caso y ofrezcan disculpas a nombre del Estado por haber sido tan condescendientes con este violador y asesino.

Página negra en la historia de la justicia de Nuevo León que aún puede ser resarcida por el bien de la sociedad.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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