
En la década de los 90 escuché por primera vez a Joaquín Sabina. Era una época muy atareada para mí; mis hijas estaban pequeñas y yo me entregaba a su cuidado, casi de tiempo completo. La música no era mi prioridad, entre la casa y las niñas, de repente me daba el lujo de escuchar un poco la radio. Mientras terminaba de cocinar sonaron intercaladas, como en diálogo, las voces de Rocío Dúrcal y un desconocido, para mí.
“Fue en un pueblo con mar, una noche después de un concierto. Tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto. Cántame una canción al oído y te pongo un cubata con una condición: que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata…”.
El mariachi, el corte, el tono, el estilo me remitían a la obra de mi padre; sin embargo, había algo que rompía con José Alfredo. No fue en ese momento cuando lo detecté. Era el lenguaje, pero pasaron muchos años para que yo lo descubriera. En aquellos tiempos a mí me daban las diez y las 11, las 12 y la una y las dos y las tres cambiando pañales, llevando a la mayor al kínder, limpiando la casa o cocinando. No había manera de sentarme a analizar o estudiar las canciones, como pude hacerlo algunos años después.
No obstante, compré el disco de Joaquín Sabina, Física y química, ninguna de las otras canciones tenía semejanza con la obra de José Alfredo. Me encontraba frente a algo muy novedoso. Un cantautor que se salía del canon, que retaba al escucha a estar atento. Me encontré con gran variedad de ritmos, juegos con el lenguaje,con alguien que buscaba más allá de las palabras y de los géneros. Me encontré con un compositor que exige la participación de su público de manera muy particular, que se divierte, aunque sufra o goce, recreando con su trabajo un universo multicolor. Pareciera que, durante su proceso creativo, como un travieso alquimista combina versos y compone frases musicales que llevarán a la audiencia a sentir consuelo, a identificarse o a cantar llorando.
Un par de años después salió Esta boca es mía, de nuevo un repertorio de amplio espectro con un regalo inesperado dentro del tema titulado “Por el bulevar de los sueños rotos”. Describe en unas cuantas estrofas una época precisa con sus protagonistas en acción y, al centro, la figura de la gran Chavela Vargas; amiga entrañable de la familia desde que mis padres se casaron; de repente, para cerrar canta:
“Se escapó de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol, de mil noches en vela. Se dejó el corazón en Madrid ¡quién supiera reír como llora Chavela! Las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo”.
“Por el bulevar de los sueños rotos” es un poema onírico con una melodía que invita a cantar. Pasaron varios años antes de que conociera en persona a Joaquín; para entonces, ya en la primera década de este siglo, había podido escuchar muchas veces sus canciones. La riqueza de sus versos se devela en la variedad de tropos y recursos estilísticos que utiliza.
Me gusta casi toda su obra, suelo escucharla con placer y con el oído muy atento, pues siempre hay algo que puede escapar. Sabina echa mano de todo lo que la vida le ha enseñado, sus versos hacen alusión a libros que ha leído, películas que lo marcaron, canciones de sus colegas, pasajes de la historia, con citas explícitas o con sutiles guiños.
Sabina recurre, además, al uso de figuras retóricas como la metáfora, la sinécdoque, la reiteración o incorporando alegorías en sus microrrelatos, a veces remotas como podrían ser pasajes que nos remiten a la Biblia, otras, señalando hechos contemporáneos de algunos sucesos que él desea destacar; ya sea porque duelen y dejan cicatrices o porque alimentan nuestro lado humano.
La mayoría de sus canciones cuadran con la distribución clásica de estrofas y estribillos, sin embargo, una parte de ellas salta de esa tradición y resultan piezas sui generis como, por ejemplo “Inventario”, que va desplegando una letanía o “La del pirata cojo” en donde enlista sueños a vivir. La ironía está presente en varios temas. Entre rocanrol, baladas y boleros los que gustamos de sus canciones siempre encontramos algo para el momento presente o para rememorar el pasado. Joaquín es un mago del lenguaje que tiene el don de acercar a las generaciones en esta época sobrecargada de información.
La cuarta de forros que escribió Joaquín Sabina para el Cancionero completo de mi padre es un texto delicioso que agradezco con todo el corazón, así como que lo canta con frecuencia con su estilo y desde el alma. Las palabras de Joaquín para “ese tal José Alfredo”:
“Porque le puso letra a nuestras emociones, porque musicó nuestro fracaso, por Chavela Vargas, por Lola Beltrán, por Vicente Fernández; porque encarnó el alma de México (lindo y querido), porque quiso ver, y de qué manera, ‘puritito pueblo’, porque nos sigue enseñando a querer como tú nos has querido; por ‘Vámonos’, por ‘El último trago’, por ‘Que te vaya bonito’, por el caballo blanco de San Emiliano, porque está más vivo que tantos vivos, porque consuela, porque acompaña, porque redime, por sus clases de llanto, porque no hubo, porque no hay, porque no habrá quién lo calle, porque lo cantó mi padre, porque lo canto yo, porque (ojalá) lo canten mis hijos, y los tuyos y los hijos de mis hijos, por ganarle un paso al olvido, por hermosear nuestro idioma, por el tequila con sangrita, por el mariachi, por el Tenampa, por el desgarro, por su elegancia, por su tristeza, por su alegría, porque canta como nunca, porque gana batallas, como el Cid, después de muerto, por su altísimo ejemplo. Porque sigue siendo el rey”.