Celebrar la tolerancia comunitaria, no hacer burla y mofa del cristianismo, fue la intención de Thomas Jolly, el dramaturgo francés y director de la ceremonia de los olímpicos de París 2024, declaró a la prensa Anne Descamps.
No obstante, la vocera oficial ofreció disculpas: “Está claro que nunca ha habido intención de faltar al respeto a ningún grupo religioso [...] Si alguien se ha sentido ofendido, por supuesto que lo sentimos muchísimo”, ante la evidente confusión de la representación de la obra “Festin des Dieux” en la que los dioses del Olimpo celebran las bodas de Tetis y Peleo, pintada hacia 1635 por Jan Harmensz van Bijlert, con la obra “La Última Cena” de Leonardo Da Vinci, que provocó que la ceremonia inaugural de los olímpicos fuera considerada como una expresión injuriosa contra algo sagrado para algunas iglesias: una blasfemia.
Incluso, Mons. Emmanuel Gobilliard, obispo delegado de la Iglesia católica en París 2024, no aceptó las disculpas y declaró que la ceremonia inaugural se llenó de ideología, algo que la Carta Olímpica prohíbe, según el portal religionenlibertad.com.
Al respecto, cabe señalar que en el evento no se realizó propaganda política alguna, solo se apegó a uno de los principios fundamentales establecidos en la Carta Olímpica: “Cualquier forma de discriminación contra un país o una persona basada en consideraciones de raza, religión, política, sexo o de otro tipo es incompatible con la pertenencia al Movimiento Olímpico”, por lo que no es dable permitir que se menosprecie este espectacular trabajo artístico.
Empero, más allá de las obras representadas o no en París 2024, de las disculpas ofrecidas y de las no aceptadas, es lamentable que el espectáculo presentado en el Sena haya generado un ancho y turbulento río de discursos de menosprecio o insulto contra las personas de la diversidad sexual, especialmente las mujeres trans, travestis y Drags Queen, en redes y otros medios: “Qué asco de inicio de los olímpicos”, “Qué porquería”, “Qué horror”, “Dais sencillamente ASCO”, “Una vergüenza la presentación”, entre muchos otros.
Un río de discursos de odio, de discursos generadores de violencia que obstaculizan el ejercicio de los derechos de todas las personas, los cuales no están amparados por el derecho a la libertad de expresión consagrado, en México,
en los artículos 6º y 7º Constitucionales, acotado por tesis como “Libertad de Expresión. Actualización, Características y Alcances de los Discursos del Odio”, la cual señala que “[…] la problemática social en relación con los discursos del odio radica en que mediante las expresiones de menosprecio e insulto que contienen, los mismos generan sentimientos sociales de hostilidad contra personas o grupos […]”.
Estos discursos que no se limitan a fijar una postura, lo cual es válido; si no se encaminan a un fin práctico, consistente en “[…] generar un clima de hostilidad que a su vez puede concretarse en acciones de violencia en todas sus manifestaciones […] creando espacios de impunidad para las conductas violentas”.
Por sus dimensiones, este río de expresiones injuriosas contra algo tan sagrado como los derechos humanos, constituye una olímpica blasfemia que debemos reconocer y evitar.