La reciente sentencia del “Fofo” Márquez por el delito de feminicidio en grado de tentativa, aun cuando su familia considera que se debe de reclasificar el delito y juzgar por “lesiones”, es pertinente analizar si en la agresión subyacen elementos relacionados con el género de la víctima.
El Código Penal del Estado de México establece, en su artículo 281, que comete el delito de feminicidio quien prive de la vida a una mujer por razones de género; y que se considera que existen razones de género cuando el feminicidio ocurra como resultado de violencia de género, pudiendo ser el sujeto activo persona conocida o desconocida y sin ningún tipo de relación.
Para acreditar la violencia de género, las expresiones misóginas permiten evidenciar la existencia de ideas preconcebidas sobre las mujeres como inferiores a los hombres.
Es evidente que, en este caso, existió una brutal y desproporcionada agresión contra la mujer de 52 años, Edith N., quien declaró que su agresor la insultó y que, mientras la golpeaba con el puño y la pateaba estando tirada sobre el pavimento, vociferó frases misóginas como “las viejas no debe de traer camioneta, ¿para que se las dan?”,
Estas expresiones prejuiciosas y misóginas, aunadas a la agresión desmedida contra la víctima, son lo que acredita que existen razones de género.
No obstante, está acreditada la violencia de género, el delito podría tipificarse como lesiones; sin embargo, las múltiples lesiones que sufrió la mujer agredida, además de las declaraciones de testigos que señalaron que, hasta la intervención de terceras personas, cesó la agresión, es lo que motivó que se tipificara como feminicidio en grado de tentativa.
La psicóloga Marina Castañeda define el machismo como un conjunto de creencias, actitudes y conductas que descansan sobre dos ideas básicas: la polarización de lo masculino y lo femenino y la superioridad de lo masculino en las áreas consideradas importantes por los hombres.
Por su parte, autores como Duque y Montoya, en su trabajo sobre actitudes machistas, lo definen como una forma de hipermasculinidad usada para describir una actitud de superioridad del hombre sobre la mujer con características tales como agresividad, dominancia, restricción en la expresión emocional, valentía, autonomía, fortaleza, promiscuidad, virilidad, sexismo y papel proveedor.
Castañeda también explica que la represión de los sentimientos de las personas machistas tiene costos altos para la salud física y psicológica; por lo que, si el repertorio emocional es limitado significará que con frecuencia tendrán respuestas inadecuadas como el enojo.
No obstante, no todas las personas que viven en un contexto patriarcal son machistas; ni las personas machistas surgen de manera espontánea. El machismo se ha cultivado a través de una cultura y de un contexto político, social y económico que refuerza el sexismo, la misoginia y la supremacía del género masculino sobre el femenino.
En este sentido, la educación familiar basada en los valores de la igualdad de género y el respeto juega un papel central para cuestionar esta violencia normalizada y evitar que sus adolescentes y jóvenes arruinen su vida al convertirse en violentadores por razones de género o feminicidas.