Sal al bosque, sal enseguida. Nos insta la maravillosa Clarissa Pinkola a través de sus letras.
Pero, ¿Qué significa salir al bosque?
En mi opinión, salir al bosque implica abandonar nuestro cálido espacio al lado del fuego, dejar a medias la cena hirviendo en la olla en el fogon y salir, descalzas y con frio, mientras anochece a asomarnos al bosque.
¿Para qué?
Precisamente porque no sabemos que hay entre las sombras de los arboles.
¿Por qué? Porque es sobre la tierra y el frio que las piedras hablan, susurran en el lenguaje de las primeras especies historias que solo las lobas reconocen, consejos que han de acompañarnos en otras noches junto a la olla de los frijoles y en otros días bajo los soles del desierto.
Sal al bosque, sal enseguida.
¿Qué hay ahí, esperando, enroscándose en la madriguera de los conejos? En el acantilado y en el agua helada del rio que corre, sin detenerse, aunque se canse, con un único propósito en la existencia: seguir adelante.
Sal, camina. Desángrate los pies y descubrirás que tu espacio al lado de la tetera caliente no era todo para lo que estabas hecha.
Que la sangre que fluye desde tu cuerpo y hacia la tierra pide más magia, mas sangre, más sacrificio, más consciencia.
Pide un andar más preciso, más largo, más agotador. Pide que bebas del rio, te alimentes de los hongos, te encarames en los arboles y le hables a los pájaros.
Sal al bosque, sal enseguida, la tetera te seguirá esperando cuando vuelvas.