Suspiró la princesa, al leer una vez más que una madre, después de infinitas infidelidades y de aferrarse intensamente a la familia tradicional, decide dejar al tipejo y éste, en respuesta, toma al niño y “desaparece” (en realidad se esconde en la casa materna, siendo solapado por toda su familia, incluida la “dulce abuelita” del crío sustraído).
¿Cuántas historias no hemos escuchado ya, en las que, al perder el dominio sobre el cuerpo de la madre, al retirárseles sus privilegios sexuales y de control económico, estos hombres deciden que “si no es conmigo no es con nadie, ni sola, ni con otro” y se llevan al hijo en común para que lo críen otras que no sean su propia madre?
Este tipo de violencia es tan común que muchas mujeres optan por quedarse con el tipo que las golpea, que no las deja estudiar, que les controla la ropa, que las viola bajo coacción emocional, que da 500 pesos para el gasto semanal, que es infiel, que es alcohólico, que no vale la pena, sólo y únicamente por la amenaza de que “si me dejas, no volverás a ver a tus hijos”.
Esa terrible amenaza, esa terrible realidad en el país en la que miles de niños son sustraídos de sus madres como venganza contra la madre.
Dicen las mamás que han pasado por violencia vicaria que se siente como una patada en el estómago que no te deja respirar en ningún momento, no importa si comes, si vas a trabajar, si mantienes el cuarto de tus hijos intacto, nada importa porque ellos no están.
Te deja tan aturdida, tan indefensa, como una loba que acaba de perder a sus crías y se limita a sangrar por el bosque atrayendo a los carroñeros, que es difícil sobreponerse y empezar a luchar.
Cuando la madre encuentra los colmillos, topa con pared. Resulta que no se puede acusar de secuestro al padre de la criatura, sin importar que la sustracción sea en sí misma una estrategia de control y violencia sobre la madre y el hijo, por eso es tan difícil luchar contra este tipo de violencia.
A las madres les bajan las fichas de búsqueda cuando el padre sale a decir que están con él, que están bien, que la mamá está loca, que no pasa nada, y el patriarcado asiente en unanimidad.
“Qué bueno, porque si se quedara el niño con ellas, el compa tendría que dar 200 pesos semanales y seguro aquélla se los gastaría en novios y micheladas, qué bueno, porque los padres tienen el mismo derecho que las madres a criar, aunque no los conozcan, aunque todo sea por violencia, aunque tengan al crio llorando por su madre días enteros.
Qué bueno, así las seguimos teniendo asustadas y sobajadas”.
Se los llevan sin importarles que todavía beban leche de los pechos de sus madres, llorando de hambre, dejando a la madre con los senos congestionados y añorantes; se los llevan saliendo de la escuela, sin su peluche de apego, sin saber qué está pasando.
Se los llevan aunque no quieran, aunque pataleen y se defiendan, a la casa de la abuela paterna y ahí una mamá puede ir y escuchar a su hijo llorar y en la cara se lo niegan.
Se los llevan, como uno de los crímenes más terribles que existen:
privar a los hijos de sus madres, y pretenden permanecer impunes, por ello nosotras nos organizamos, sacamos los colmillos, hacemos manada y vamos a arrancarles a nuestras crías de sus guaridas putrefactas de odio, violencia y muerte.