Hace cinco años estaba tratando de mantenerme viva. Cada día era una lucha para levantarme de la cama, cada comida era cartón, cada sonrisa una máscara.
No bebía, no comía frutas. Mis hijos comían spaghetti y huevo, que era lo poco que alcanzaba a hacer con las fuerzas que me quedaban para estar de pie.
Fueron días duros feos, tristes e inverosímiles.
Días de no poder salir a lavar ropa, y no por falta de ganas, sino que era una ansiedad inmensa alejarse de la cama, el único lugar seguro.
Días de vivir con $100 diarios. Días de tener meses de deuda porque no nos pagaban. Días de inmenso calor y medicamentos que no le atinaban.
Días en los cuales mis hijos se merecían mucho más de lo que les pude dar.
Días que hoy todavía me llenan de culpa y miedo, porque pensar en volver a ellos asusta profundamente.
En esos días no tenía nada. Ni mamá ni amigas, ni nada. ¿Qué hice?
Escribí cuando no era normal que habláramos de la tristeza que nos habitaba entre cuatro paredes.
Escribí y escribí y resultó que no era la única que quería morirme, resultó que tampoco era la única que quería sobrevivir a las ganas de morir, resultó que sí tenía amigas, resultó que había quien estaba dispuesta a llevarme comida, despensa, incluso colaborarme para empezar a medicarme.
Hoy resulta que tengo un montón de amigas, un montón de ganas de vivir, y solo de vez en cuando los medicamentos me regresan a la cama, al espagueti y al huevo.
En las ganas de vivir casi todos los días pierdo las ganas de desaparecer. Hoy se han encontrado las dosis exactas para mantenerme funcional.
Estoy recuperando poco a poco la chispa a la vida, y hoy en París con los pies destrozados y heridos de tanto caminar, el cansancio de tanto no dormir, el dolor físico y la distancia entre mis responsabilidades de madre, de empresaria y de trabajadora, me siento viva.
Amé mucho París desde que era una niña y me quería tatuar la palabra "fatalidad" como estaba descrita en la novela de Víctor Hugo: Nuestra Señora de París.
Afortunadamente no lo hice.
Hoy frente al Notre Dame solo quiero vivir como ella vive, construirme a mí misma una y otra vez, encima de la otra, en vez de hundirme, desaparecer o quedarme estática.
Nuestra Señora no representa la fatalidad, representa la reconstrucción, la durabilidad y la permanencia Es un símbolo nacional en Francia y yo me considero a mí misma una mujer que se reconstruye, construye, avanza y es un símbolo para sí misma.
Gané. Cada día que tengo ganas de vivir es una victoria.