Decía Juan de Dios Peza en su poema Reír llorando: “Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora, el alma llora cuando el rostro ríe”.
El primer debate entre quienes buscan la Presidencia de la República tuvo lugar este domingo y estuvo a nivel de las expectativas, no tanto por el contenido de las alocuciones, sino por un formato novedoso que logró desterrar los monótonos soliloquios que, más que informar al elector, conseguían desencantarlo.
Al parecer los ciudadanos decidieron darle una oportunidad a la esperanza de menor acartonamiento y se dispusieron a atestiguar los intercambios entre la y los participantes. Sin embargo, la novedad no estuvo solamente en los diálogos entre quienes pretenden la primera magistratura, sino entre los seguidores de este evento que, cual lana que pasara por una rueca, iban tomando las aseveraciones de los participantes y transformándolas en comentarios que desbordaron las redes sociales. Es decir, se construyó una suerte de segundo piso a las reflexiones incluyendo, por supuesto, retroalimentación a los participantes. El letrero que colgaba del pódium de Jaime Rodríguez era una invitación tácita a ese diálogo, que se extendió a las vías de comunicación del resto de los contendientes.
Sin embargo, de pronto, entre meme y meme, una suerte de cruda moral se dejaba sentir. El material era suculento para reír apoyados en el sarcasmo; pero también nos abismábamos en nuestra autoconcepción como pueblo y deplorábamos la poca seriedad de que somos capaces. Lamentábamos celebrar la pobreza argumentativa con un chascarrillo que la volvía viral.
Me parece que estamos siendo en extremo severos con nosotros mismos. El humor ha sido desde antaño excelente vehículo de crítica social y política. Cápsulas de concientización que se vuelven un remedio al que pocos le hacen el feo. Envuelto en el terrón de azúcar de la risa, viajó el contenido de este debate hasta cada rincón del país. Nada de reprochable hay en ello.
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