Una fantasmagórica visión ensombrece al país. Todo indica que el dinosaurio después, de todo, no ha muerto. Hay cambios de todo lo que se quiera, de siglas, de nombres, de colores, etcétera, pero para el caso es lo mismo: décadas de lucha (no de los partidos, de la gente) por la autonomía de los poderes, por el voto efectivo, por la vigencia del estado de Derecho, por la búsqueda de contrapesos al poder, parecen estar al borde de un abismo, del que resurge con más fuerza que nunca el dinosaurio que todos habíamos creído que estaba muerto. Este, con los ropajes de un disfraz llamado cuarta transformación, pero que en el fondo no es sino la vuelta al mando imperial de otros tiempos, cuando las cámaras no servían más que de parapeto, los ministros de la Corte eran, todos, producto de voluntades sectarias y hasta unipersonales, sin oposición contundente en todos los frentes y, desde luego, una vida pública emanada de una sola voz, de sus órdenes dictatoriales, sin cambios “ni una coma” a sus iniciativas, de la destrucción en fin de una democracia de la que mucho se habla, pero que ni se aplica ni se entiende.
López Obrador está llevando al país por ese sendero. Ahora, percibimos con mayor claridad que su intención no es transformar sino retomar el papel de un gobierno plenipotenciario, con aspiraciones de una monarquía sin limitaciones, del deseo incluso de “continuar” falazmente transformando más allá del término del sexenio al que le restan meses, aunque eso no preocupa cuando se tienen personeros que ocuparán, si no sucede algo casi milagroso, las principales sillas mientras el “maestro y guía” dicta caminos y destinos para el país desde un fingido exilio. Basta con escuchar el eco del dinosaurio repetir una y otra vez sus ideas y propósitos en su alfil escogido, la “precandidata única” Claudia Sheinbaum. Esta, como su omnipresente jefe, no tiene reparo en pronunciamientos que son intrínsecamente antidemocráticos: “vamos por el carro completo”, necesitamos, dice, a dominar todo el Congreso con mayoría calificada “para cambiar la Constitución”, o sea para hacer de ella lo que les venga en gana.
Y en este esquema de búsqueda absolutista, la negociación por un lugar en la Suprema Corte, manejada aparentemente con impericia de opositores que no terminan por unificar sus propios criterios, abren el paso al “dedazo” presidencial, a la designación acordada, esta sí que en lo oscurito entre los muros de Palacio, entre dos de sus prospectos que a cual más jugarían un rol igual o peor que el del ministro dimitente, Arturo Zaldívar, a servir al patrón, a seguir sumando los votos requeridos a efecto de adueñarse del Poder Judicial de la Federación. Y todo indica que se escogió, sin más y hasta haciendo a un lado a Bertha Alcalde, con más experiencia y para muchos la “menos peor”, a otra incondicional, esta sí morenista de cepa y descaradamente súbdita del presidente, Lenia Batres (su parentesco con el jefe de gobierno interino de la ciudad de México es lo que menos importa), sin méritos de ninguna clase para serlo pero que de entrada adelantó sus intenciones: “hay que cambiar al poder judicial”. Lo mismo, idéntico, a esa lucha obradorista emprendida por adueñarse de su estructura, de “transformar” la Corte en un esqueleto, de llegar con la idea preconcebida de sumarse a las otras dos ministras que ocupan lugar, la plagiaria Yasmín Esquivel y la “fiel” hasta la muerte de Loretta Ortiz. Empero, Batres de suyo ocupará el sitio de Zaldívar, quien todos sabíamos y hoy comprobamos su abyecto sometimiento al mandatario. No les será suficiente, pero se buscará que alguien más ceda internamente para avanzar en pos del control.
Este año terminará con reserva de pronósticos para lo que será la vida democrática nacional. Lo de la Corte no es todo. En otros campos ya se ha declarado la guerra para que desaparezcan los organismos autónomos, como el Instituto Nacional de Transparencia (INAI) ya que por su misma naturaleza estorba a la 4T, la Comisión Federal de Competencia, el Instituto Federal de Telecomunicaciones y lo que se acumule, a fin de seguir absorbiendo e impidiendo que al gobierno actual se le juzgue, se le recuerde que debe acatar la ley, de poner alto a una ambición sin freno en el ejercicio del poder público.
Lo más difícil en el año que se avecina, estará en la preservación de la joya más preciada, el Instituto Nacional Electoral pues hay barruntos de que los problemas internos se multiplicarán ya que (es tema aparte), Guadalupe Taddei empieza a evidenciarse, mientras que nadie sabe si en lo también sucedido en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación existieron manos negras (o morenas), para que poco a poco vaya perdiendo su credibilidad.
Para quienes creyeron que el dinosaurio había muerto, hay que decirles que ciertamente cambió de colores, pero que ha resucitado y hoy, con toda su fuerza, pretende aplastar la democracia y devorar la vida soberana y de libertades que anhelamos y por la que ya varias décadas hemos luchado. A nosotros toca permitirlo.