El decreto emitido el día de ayer por el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en el que blinda de nuevo contra todo intento de transparencia en los proyectos estratégicos de su gobierno, rompe con el fondo de lo pregonado por la cuarta transformación (¿deformación?) como sus ejes principales.
Primero porque, por ejemplo, organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo aseguran que la transparencia y la lucha contra la corrupción, que no se puede dar sin que se elimine la opacidad, son instrumentos importantes para reducir la pobreza y la desigualdad. Con ello se rompen las banderas del combate a la corrupción, y de eliminar la pobreza, “primero los pobres” se convierte en un mero discurso sin sentido.
Nada sorprende en la respuesta reactiva que parecería preparada por el Ejecutivo (el revés) luego que el pleno de la Suprema Corte de Justicia declarara inconstitucional el acuerdo que protegía los grandes proyectos como de “seguridad nacional” mismo que vulnera el derecho de acceso a la información (la cachetada).
El cuento de la “seguridad nacional” es solo un triste pretexto para evitar que salgan a la luz las posibles corruptelas que se están cocinando en estas obras, si no es así, entonces por qué mantenerlas en la opacidad.
Se trata a todas luces de un abuso de poder para beneficio de quién sabe cuántos, de no ser así entonces nadie entiende por qué ese empecinamiento de no permitir conocer ningún detalle de éstos, cuando por ejemplo el Tren Maya, no expone al país a mayor riesgo del que podría darse en el manejo del dinero público llenando bolsillos a caudales de unos pocos favorecidos.
Pero además de lo aquí expuesto hay otro riesgo, socavar la credibilidad de las instituciones de gobierno, lastimar a las instituciones que deben ser superiores a quienes las dirigen, pues con tan poca transparencia, sumada a la asfixia al INAI, hablan de una desfachatez que raya en lo inverosímil. La falta de transparencia permite que quien ejerce recursos lo pueda hacer al margen de la ley.
En fin… la hipocresía.