Si la barra estaba baja, aquí la hicimos estandarte. Tuvimos la peor violencia, salvo la que se acumula. La peor indiferencia, salvo la que cae sobre quienes ignoramos.
Conocemos a gobiernos que cantan democracia y usan sus instrumentos para no ser democráticos. El actual, se regodea en la permisividad nacional a la mentira. Dice democracia mientras sus voceros digitales gritan que no se irán, que nos acostumbremos. No hay por qué acostumbrarse al político que se asume permanente.
La democracia es una fragilidad donde la política hace maestría sobre el tiempo y no dominio. ¿Qué verdad democrática se hace a manos de militares? No existe gobierno que haya entregado la civilidad al Ejército y, en nombre de la justicia social, no haya abandonado el ideario de justicia y sociedad a lo peor de los olivos.
No es normal que un gobierno insulte a la prensa que detesta, mañana se hará lo mismo a quien respeta. No es normal acostumbrarse a la falta de congruencia, no es normal aceptar que las declaraciones digan sin decir, nieguen sin negar y jamás acepten un mínimo de responsabilidad.
No hay triunfalismo en los panteones ni habrá vacuna que cure la indolencia. Como si la enfermedad no fuera suficientemente aterradora, la radicalización del discurso se nutre de ella en la insensatez y la frivolidad.
Ningún presidente tiene derecho a disfrazar mentiras de errores. Como prueba de que un incendio apagó a parte del país se presentó una hoja falsa. Cuando un gobierno falsifica un documento, promueve la falsificación oficial de la realidad. El error se corrige por su ausencia de intención, la mentira guarda una sola finalidad: el engaño.
Qué discusión se puede tener con quien, en lugar de argumentar a su favor, insiste en despreciar las razones que contienen el enojo del otro. Qué intercambio es posible con quien defiende baluartes en la euforia que no admite molestias ni demostraciones. Así nace el fundamentalismo.
La verdad debería de importar, incluso en el país acostumbrado a la mentira. Sin verdad, se extinguen las posibilidades de construcción social. De política. No hay política en la embriaguez de la utopía.
La simulación es pariente del símbolo que no sabe dejar de serlo.
@_Maruan