Nos encontramos en un mal periodo de tránsito político. La pereza de pensar se conforma con etiquetas dicotómicas a la hora de revisar deterioros democráticos. Supongo que nos tardaremos en notar lo ambidiestro de este proceso.
Durante décadas parecimos estar afortunadamente convencidos de la necesidad de preservar valores democráticos indisociables como la pluralidad, coexistencia política y la rendición de cuentas, pero no atendimos con cuidado que a la democracia siempre se le ha exigido resolver aquello para lo que no está destinada: de la seguridad a la reducción de pobreza, hasta la generación de empleo. Entonces, el reduccionismo encontró la grieta por la que abrirse camino.
De las aspiraciones por una democracia liberal, el espacio natural para el disenso, pasamos al fervor de la centralización y verticalidad como vía de solución a las preocupaciones.
Este año, bajo una lógica de asegurar los poderes generales que se repitió en buena parte del mundo, vimos reforzarse sistemas que se sienten cómodos con diferentes aires autoritarios. De la politización del ejército en las calles de Estados Unidos a la desaparición de los contrapesos institucionales en México, la similitud de maneras entre ambos países es más evidente al interior con el peso de la incondicionalidad en el proyecto del oficialismo nacional.
Para que toda democracia se consolide son necesarios dos elementos base: instituciones de revisión y cultura democrática. De unas surge la rendición de cuentas y de la otra, las nociones del fin en el ejercicio de todo gobierno democráticamente electo. Aquellos que apuestan por su perpetuidad lo hacen por la de sus disfuncionalidades.
Los elementos de cambio político tienen en México una variable más, casi única por su dimensión: la penetración del crimen organizado. El resultado local, dos países análogos, por lo menos, que coexisten. El que entraría en la clasificación de conflicto armado interno y el de la retórica, tanto oficial como de la oposición.
Discutir economía, política exterior, deterioro democrático y pulsiones autoritarias al margen de la violencia está llegando a su límite. No por esquemas de control democrático. Nuestra mediocridad aguantaría.
