Política

La mala civilidad

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Entre las flaquezas de nuestra tradición política se encuentra la incapacidad de entender el avance de dinámicas que, una vez desencadenadas, son difíciles de controlar o detener. Mientras más pequeño sea el personaje político, más se atreve a jugar con el futuro. Ahí el éxito de la demagogia.

La calidad política tiene como medida la prudencia. En caso contrario, acciones y proclamas de apariencia ingeniosa o salvadoras, se pronuncian en la embriaguez del poder; exentas de toda reflexión más allá del calor de un templete, rara vez reflexivo. Buscar la elección plebiscitaria de jueces entra en ese universo.

Las campañas más indecentes se visten de una suerte de clericalismo. Pregonan su idea de moral renovadora aunque lo hagan a expensas de lo que prometen refundar. Si el discurso político debía evitar las barbaridades públicas, desde hace tiempo es este discurso el que garantiza exaltarlas sin noción alguna de responsabilidad.

La ausencia de pudor hizo regla cuando la sandez pasó de dar pena a recibir aplausos.

El mínimo cuidado en la retórica política tiene como gran obligación el tiempo y sus efectos en el Estado: la concepción abstracta de aplicaciones prácticas que define la habitabilidad nacional.

Pocas repeticiones son tan peligrosas como la insistencia de la candidata oficialista por nombrar jueces mediante voto popular. Cualquier imprudencia política hace escuela, incluso si queda en dichos.

La discusión sobre el método para la designación de jueces se ha suscrito en buena medida a la arena jurídica. Su raíz es primero filosófica. Se trata de la forma de Estado que se quiere tener.

Toda democracia entendida como un equilibrio de poderes y contrapoderes sólo funciona al intentar preservar el interés general por encima de los particulares, especialmente las identidades partidistas. Ese interés general se define a través del Estado en una apuesta por su trascendencia fuera de los humores temporales de los individuos.

Cuando el argumento se sustenta en la idea de que el pueblo no se equivoca, se exhibe el desconocimiento histórico de los errores y la voracidad hacia el engaño. Los pueblos nos equivocamos constantemente, eso se aprende en libros de texto —sí, ya sé—.

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Maruan Soto Antaki
  • Maruan Soto Antaki
  • Escritor mexicano. Autor de novelas y ensayos. Ha vivido en Nicaragua, España, Libia, Siria y México. Colabora con distintos medios mexicanos e internacionales donde trata temas relacionados con Medio Oriente, cultura, política, filosofía y religión.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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