Una enfermedad que ha dejado tantos muertos como una guerra, en un territorio que conoce la violencia y se acostumbró a ella. Este país venía derruido por la desfachatez y el abuso. Hoy, un gobierno embriagado con la elocuencia no se da cuenta de su futilidad y ha optado por enfrentar ambas condiciones con la renuncia a su papel público. Habla mucho de él para esquivarlo. Los saldos son de todos menos suyos. Qué gobernanza es posible cuando se niega el realismo obligado para el administrador.
Ante la emergencia, Palacio Nacional ha prescindido del instrumento más básico para gobernar un país particularmente embestido por la tragedia: asumirla. Economía, educación y seguridad tienen que verse desde una perspectiva de supervivencia sanitaria. Su camino entrelazado se rompe en la vorágine reglamentadora contra las instituciones, provocada por el desinterés en repararlas. En la bipolaridad se ha combinado complacencia y arrogancia. Los gobiernos reduccionistas tienden a promover la modificación de leyes que no resisten contradicciones, mientras se desinteresan por las instituciones. Los gobiernos democráticos las promueven.
Para evitar lo impopular, el presidente espeta que la autoridad somos todos. Quizá la disculpa más frívola de la incompetencia. Su secretario de Salud afirma, indolente, que la enfermedad está controlada. La arrogancia del subsecretario encargado relativiza los parámetros que él mismo estableció. Entre arrebatos responsabiliza a otros de su carencia en asuntos de lenguaje. El autogobierno de las pasiones propicia el fin de las instituciones que las deben de contener. Las desequilibra.
Tanta complacencia en el discurso no equivale a solucionar los objetos del discurso. Adular a los pueblos evita modificar la realidad de su vocación destructiva. La intención purificadora de las sociedades es insumo de los gobiernos renuentes. No se construyen defensas contra los vicios, no se administran los males, se crea la ilusión de la absolución. Ésta se usará para premiar a funcionarios incapaces.
Enseñanza y paráfrasis de Marco Aurelio. Un gobierno vale por las cosas de las que se ocupa, no por lo que dice que vale. Es la obra, no la descripción de la obra.
@_Maruan