Ciencia y Salud

Cerebro y conciencia

  • La ciencia por gusto
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  • Martín Bonfil Olivera

A la memoria de Luis González de Alba, maestro divulgador de la ciencia


A Luis González de Alba lo apasionaba la ciencia, especialmente la física. Durante décadas escribió sobre temas que hallaba fascinantes: relatividad, física cuántica, cosmología. Y tenía el talento de lograr que nos fascinaran a sus lectores.

También le encantaba el estudio del cerebro humano y, en particular, el llamado “problema fuerte de la consciencia”: explicar cómo es que ese kilo y medio de sesos da origen a la mente y al sentido subjetivo del yo; la conciencia. La mente es aquello con lo que pensamos; la conciencia, con lo que nos damos cuenta de que pensamos.

Las respuestas a este problema tienen una larga historia. Una de las más antiguas y simples es el dualismo, que propone que el yo es en realidad un espíritu inmaterial, un “alma”, que anima al cuerpo.

Pero no es satisfactoria. Primero, porque es una explicación sobrenatural: no puede ser puesta a prueba. Segundo, porque realmente no explica nada (¿cómo funciona, de qué está hecho ese espíritu?). Y tercero, porque la influencia de sustancias químicas —drogas, alcohol— y el efecto de las alteraciones cerebrales son evidencia de que el “alma” es producto del cerebro.

El reto es, entonces, explicar de forma natural cómo nuestra sensación de individualidad surge del funcionamiento de esos 86 mil millones de neuronas. Y no se puede caer en un materialismo burdo: decir que la mente es solo átomos.

Las respuestas más actuales vienen de dos bandos. Uno es el de los físicos, que piensan que debe haber algún tipo de fenómeno desconocido subyacente al funcionamiento cerebral que explique cómo surge la conciencia humana. Su principal representante es el famoso físico y matemático Roger Penrose, quien propone en su libro Las sombras de la mente que la proteína tubulina de las neuronas puede presentar transiciones cuánticas que darían origen al yo. Los físicos quieren así encontrar una explicación física para la conciencia.

El otro bando, predeciblemente, es el de los biólogos (en particular neurobiólogos y neurofilósofos). Su explicación es de tipo darwiniano: la mente debe ser producto de la selección natural. Quizá el intento más detallado de cómo podría ser una explicación así sea el del filósofo Daniel Dennett, quien ha desarrollado un modelo que postula que el hardware cerebral es la base material sobre la que se ejecutan múltiples procesos mentales, en numerosísimos niveles, que dan como resultado esa sensación subjetiva de “ser” que llamamos conciencia. Para Dennett el yo sería un fenómeno virtual no muy distinto de las realidades virtuales con las que interactuamos cotidianamente gracias a la tecnología digital.

A González de Alba, con su gusto por la física, la explicación dennetiana le parecía poco convincente y quizá aburrida; le seducía la propuesta de Penrose, más deslumbrante… pero, en mi opinión, innecesaria. ¿Para qué invocar misteriosos fenómenos cuánticos para algo que puede explicarse con evolución y neurología?

Ambas propuestas son buena ciencia. Ambas valen la pena de ser conocidas. Lo importante, y eso es lo que lograba Luis, y lo que seguiremos intentando en este espacio, es compartir la visión del mundo que nos ofrece la ciencia y la intensa fascinación que nos puede producir.

mbonfil@unam.mx

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

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