“Nuestra Señora del Juncal” era un galeón de la Carrera de Indias de 669 toneladas. Después de enfrentarse a dos fuertes nortes durante el tornaviaje del puerto de Veracruz hacia La Habana, sus maderos no resistieron el embate de las olas y los fuertes vientos, y naufragaron. Era la noche del 31 de octubre de 1631, época también de ciclones tropicales. Esa noche, tras 17 días de navegación, perdieron la vida tripulantes y pasajeros. El comercio sufrió la pérdida de un costoso cargamento, mientras que el rey de España, Felipe IV, perdía más de un millón en reales y barras de plata.
En esa época, todas las embarcaciones del trayecto transatlántico solamente contaban con una chalupa. Esta se utilizaba para bajar a tierra y verificar la profundidad del agua en alguna zona de riesgo. Con sólo una lancha a bordo, en caso de naufragio, ¿qué o quién debía de salvarse? Se debían poner a salvo a los altos mandos del galeón y funcionarios del rey, para rendir cuentas de las causas del accidente y de la carga ante la Casa de Contratación de Sevilla. Asimismo, se debía resguardar la documentación destinada al rey y, de ser posible, algún bien material. Por tanto, era inadmisible que un puñado de marineros, dos religiosos y tres niños hubieran ganado el lugar en la chalupa salvadora.
Se inundó completamente la bodega y se dañó el casco. Hubo maniobras como arrojar mercancía y piezas pesadas como la artillería y cortar el mástil mayor. Se preparó la chalupa, pero debido a que ya habían cortado el mástil, carecían de un punto de apoyo para elevarla sobre el alcázar y botarla al agua. El marqués de Salinas obsequió a los marineros cadenas de oro, tejos y joyas para animarlos, pero el mar, en confabulación con el azar, dejó la chalupa flotando sobre la cubierta al hundirse el barco y permitió que los más cercanos a ella, medio ahogados, lograran subirse. Con un hacha, uno de ellos cortó los cables que la aseguraban y el impulso de un remolino la arrojó lejos. A bordo quedaron soldados, arcabuceros, marineros, pajes, grumetes y otros empleados, un pasajero, dos religiosos y un pesado tesoro. Se tiraron al mar algunos tejos e intentaron tirar al agua a un religioso. (Cfr. Flor Trejo Rivera, en “Relatos e Historias en México”, Núm. 170)
Por la mañana, un patache salvó a los náufragos y se dirigió al puerto de Campeche. Dios y el azar habían trastocado el orden humano.
Luisa Herrera Casasús