Primero el crecimiento, después el envejecimiento: si a algún cambio social hemos asistido, es al cambio demográfico. En 2016 por primera vez en la historia hubo más mexicanos mayores 60 años que menores de cinco.
La insuficiencia de los fondos para el retiro ha desencadenado de nuevo discusiones sobre la vejez, una de las preguntas clave de nuestro tiempo. Pero aún es un debate parcial y de pasada.
Para fines del año pasado el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social calculaba casi 14 millones de mayores de 60 en México. A la par de una tendencia global impresionante, el envejecimiento seguirá: en 2050 los mexicanos de más de 60 años superarán 21 por ciento de la población. Y en el mundo habrá 2 mil millones de mayores. Por eso la OMS ha declarado ésta la Década del Envejecimiento Saludable, en busca la colaboración de todos los países para mejorar la vida de los adultos mayores y de las comunidades donde viven.
En Hechos y desafíos del envejecimiento en México (2016), el Instituto Nacional de Geriatría lanzó un dardo: “Los mexicanos que hoy cumplen 60 años cuentan aún con una esperanza de vida de 22 años... Sin embargo, de estos 22 años, solo 17.3 transcurren en buen estado de salud, lo que significa que casi cinco años se viven con una o varias enfermedades o con pérdida de funcionalidad y merma de la calidad de vida y del bienestar. Si bien la esperanza de vida es mayor para las mujeres, ellas viven esos años adicionales en peores condiciones de salud y con más discapacidad que los varones”.
La OMS ha formulado cuatro propuestas para dar jovialidad a esta Década del Envejecimiento. En primer lugar, un cambio en nuestra forma de ver a las personas mayores. Hay demasiados prejuicios a revisar, como la idea fija de que las personas mayores no pueden hacer cosas nuevas en el trabajo, o no pueden divertirse, o ya no son atractivas, o deben aceptar la enfermedad.
En segundo lugar, la adopción de hábitos saludables en etapa temprana, lo que supone comprender los procesos de envejecimiento. En tercero, la creación de entornos adaptados a las personas mayores y el reconocimiento de su aportación, para mantenerlas en el seno de la comunidad. Y en cuarto lugar, una atención de salud buena y asequible; para eso, es necesario adecuar los sistemas a las necesidades de las personas mayores y crear esquemas de atención a largo plazo.
Estas ideas se han planteado en México, todas. Sin embargo, estamos estancados. Nuestras ciudades, nuestro transporte, nuestras banquetas, nuestros parques, nuestros centros de trabajo y de aprendizaje, nuestros hospitales, nuestras costumbres y nuestros hábitos alimenticios nada tienen que ver aún con un envejecimiento saludable. Sobre todo, la desigualdad desde el inicio de la vida.
Y no hemos avanzado en el cambio de nuestra idea de la vejez. Aquí sigue siendo cierto lo que concluía Simone de Beauvoir en 1970: “La vejez denuncia el fracaso de toda nuestra civilización”, escribió. “Cuando se ha comprendido la condición de los viejos no es posible conformarse con reclamar una ‘política de la vejez’ más generosa, un aumento de las pensiones, alojamientos sanos, ocios organizados. Todo el sistema está en juego y la reivindicación no puede sino ser radical: cambiar la vida”.
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