Esto me acompaña desde las misas en la iglesia de San Ignacio, cuando niño; en algún momento el jesuita decía una oración que terminaba: “… voy considerando, en vuestras cinco llagas, aquello que dijo de vos, oh buen Jesús, el santo profeta David: si han taladrado mis manos y mis pies, se pueden contar todos mis huesos”. Las últimas palabras conservan para mí su misterio como desde el principio, más allá de todo entendimiento; me sorprenden porque sí en cualquier rato o punto de la vida.
Con los años supe de qué se trataba y por qué lo de “el santo profeta David”. Son palabras del salmo 22 (21 en las biblias católicas), el salmo donde desde hace siglos se ha creído ver una anticipación de la muerte de Cristo. La Biblia De Reina/ De Valera da así todo el pasaje: “Porque perros me han rodeado,/ Me ha cercado cuadrilla de malignos:/ Horadaron mis manos y mis pies./ Contar puedo todos mis huesos”. Esto último en la Biblia de Scio: “Horadaron mis manos y mis pies. Contaron todos mis huesos”. La Biblia de Jerusalén me saca de la jugada, respecto a “horadaron”, al dar así el pasaje: “Perros innumerables me rodean,/ una banda de malvados me acorrala/ como para prender mis manos y mis pies./ Puedo contar todos mis huesos”. La Biblia de Amat me devuelve “mi” verbo: “Han taladrado mis manos y mis pies. Han contado mis huesos uno por uno”.
Se dirá que de niño me taladraron tanto con “taladrado” que eso lo explica. El hecho es que mi memoria se niega a dar en dos frases “mis manos y mis pies”, y “mis huesos”; me los trae indivisibles y nunca sin el “si”, el “si” que rige: “si esto, ya esto otro”; el “si” que abre siempre el misterio: “Si han taladrado mis manos y mis pies, se pueden contar todos mis huesos”.
Y pues qué más: ese verbo lo usó López Velarde respecto a otra oración cuando le dice a la Suave Patria: “Sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;/ cincuenta veces es igual el Ave/ taladrada en el hilo del rosario…”. Cómo no preferirlo: “taladrar”, viejo verbo velardeano.