Algo hay en los metales y piedras llamados preciosos que despiertan nuestra fascinación y deseo por ellos, y los consideramos valiosos quizá por el solo hecho de ser deseados por muchas personas.
Aunque cabe decir, que algunos tienen propiedades que los hacen útiles o indispensables en ciertas labores humanas, como el oro o el diamante, que más allá de su “belleza” tienen un papel importante en algunos procesos.
Pero esa fascinación y belleza, obedece a la atracción que de manera natural sentimos por los cristales que brillan, como el zafiro, el rubí o la esmeralda; las piedras que tienen un color o tersura agradable, como la turquesa, el lapislázuli o el ópalo; u otras provenientes de seres vivos como el coral, el ámbar o las perlas.
Todos los cuales utilizamos desde tiempos inmemoriales los humanos, a veces sólo para adornar distintas partes del cuerpo, o bien para significar rangos sociales o distinguir estatus económicos.
Pero este ornamental atavismo de nuestra condición tribal y prehistórica, va aún más allá cuando entra en juego una pequeña glándula de sólo 8 milímetros ubicada en el centro del cerebro entre los dos hemisferios, es la pineal, que es al parecer la que nos hace tener “mente mágica” y así creer que dichos ornamentos tienen propiedades mágicas, o estar relacionados con súper-poderes y deidades.
Así, oro, rubíes, diamantes, zafiros, esmeraldas y muchos otros, han brillado durante siglos, adornando altares, coronas, tronos y cetros de emperadores, reyes y tlatoanis, quienes hábilmente se han acomodado para usufructuar esa superstición e ignorancia en su propio beneficio.
Y hablando de joyas y poderes.
Cuenta una leyenda que en un milagro de la Virgen de Loreto, un buceador cora sobrevivió a un ataque de una gigantesca manta y logró sacar una enorme perla, milagro que quizá dio lugar al decir de: “Las perlas de la virgen”.
Por cierto, milagro o no, a partir de hoy escucharemos a los candidatos a tlatoani, prometer sin reservas: “las perlas de la virgen”, para así usufructuar la mente mágica y la ignorancia del electorado en su propio beneficio.