Hay palabras que pronunciadas o escritas hace más de dos mil años, revelan verdades que “nos retratan” a los humanos de ahora y de entonces. Tal es el caso de la “Alegoría de la caverna”, escrita por el filósofo griego Platón (cuyo nombre real era Aristocles), inserto en su texto “La Republica”, tratado filosófico-político del año 380 a.C.
Imaginemos decía Platón, una caverna en donde firmemente encadenados desde su nacimiento a un muro, permanece un grupo de hombres mirando solo la pared del fondo de la caverna, sin poder girar ni sus cuerpos ni sus cabezas. Por detrás del muro al que están atados, otros hombres levantan y mueven por encima de sus cabezas algunos objetos, y más allá, en el pasillo hacia la entrada de la gruta, hay una hoguera que con su luz proyecta sobre la pared del fondo las sombras de esos objetos.
Para los prisioneros, la única realidad o verdad del mundo son esas sombras que son todo lo que ellos pueden ver, plantea Platón, pero ¿qué sucedería en la mente de uno de ellos si se le liberara y se le permitiera ver la hoguera?, seguramente su razonamiento lo haría comprender el cómo y el porqué de las sombras, y su conocimiento del mundo y de la verdad pasaría de ser solo sensorial (por los sentidos) a ser inteligible (por el razonamiento).
Y, continua el pensador, si se llevara al cautivo hacia afuera de la caverna y contemplara los árboles, los ríos, los animales y a otros hombres como él, a la luz del sol su discernimiento descubriría la realidad autentica de las cosas desvelando (aletheia) el velo de las apariencias. Un estado de claridad que nos acerca a la perfección al permitirnos identificar y distinguir el bien y el mal como parte del mundo y de la vida.
La alegoría termina cuando el sabio hace volver al hombre con sus antiguos compañeros de la cueva, éstos se burlan de él e incluso se resisten a ser liberados, llegando tal vez a matarlo, una clara alusión a la sentencia de muerte decretada a su maestro Sócrates en 399 a.C.
lamontfort@yahoo.com.mx