Hace aproximadamente un par de meses, mis tres ávidos y entusiastas lectores, aquí, su Charro Negro de confianza, les comentaba con cierto sentimiento de incertidumbre acerca de la llegada de Gerardo Tata Martino a la dirección técnica de la pambolera selección nacional de México. Mencioné los pocos logros concretos que había obtenido a lo largo de su carrera y las razones por las que no me parecía la mejor alternativa, dando al mismo tiempo, el beneficio de la duda a su trabajo, que apenas iba a iniciar.
En ese entonces hice un breve historial de su paso por las selecciones de Argentina y Paraguay, así como por el club español Barcelona, en los que, en todos los casos, no logró titulo alguno. Y no es que yo esté pensando que México tiene el nivel para erigirse como campeón del mundo o por lo menos de Copa América, pero sí me parecía importante que bajo su gestión se trataran de hacer algunas cosas diferentes.
En mi muy particular punto de vista, esta semana se dio el primer paso: salió a dar la cara en conferencia de prensa, exponiendo sus razones para no haber convocado a Carlos Vela y Antonio Briseño. De igual manera puso en su justa dimensión la situación generada con Jesús Tecatito Corona, dando, además, un golpe de autoridad que, en mi percepción, ya era muy necesario en esta selección en la que muchos jugadores se comportan como si estuvieran al nivel de Lionel Messi.
Particularmente me gustaron algunos puntos que puso sobre la mesa en relación con la poca disciplina que se ha manejado al interior del equipo en los años anteriores. No hace falta recordarles que muchos venían cuando les daba la gana, que otros se quejaban constantemente por las críticas de la prensa, vetando incluso a algunos reporteros ante quienes hicieron voto de silencio.
Nunca fueron un secreto las fiestas privadas que organizaban. Tampoco es un secreto la forma en que respondieron cuando se vieron exhibidos, culpando además a los medios por su poca discreción. ¡Tantita madre, carajo!
El caso es que Martino dejó en claro un punto y eso es que a partir de ahora se hará respetar a la selección nacional. Sin autoritarismo, sin mano dura y sin grandes aspavientos. Apelando a la conciencia, al profesionalismo y a la disciplina que implica ser parte de un representativo mexicano.
Y créanme que no soy un mamón cuando les digo que me encantaría ver que nuestros jugadores acudan y porten con orgullo la camiseta que representa al futbol de nuestro país, al menos un poco de la misma forma en que los argentinos acuden a la propia.
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