Marzo se ha convertido en el mes dedicado a la visibilidad de las desigualdades y violencias que vivimos las mujeres; por ello es común que diferentes instituciones y organizaciones busquen la colaboración de mujeres como expertas en los temas.
Valdría la pena dedicar una columna a hablar de cómo el resto del año se omite hablar y trabajar, en dichos espacios, por la reducción de los problemas que denunciamos. Entonces se vuelve primordial aprovechar la atención que el 8M pone de pretexto y sí, todas queremos y necesitamos ser parte de las voces que son escuchadas (porque el resto del año somos ignoradas); pero esto trae a colación un problema que he visto año con año y de eso quiero hablar hoy. No han sido pocas las veces en que he visto a mujeres hablar de temas que no manejan, de causas en las que no han trabajado, de agendas que no conocen y hasta en nombre de poblaciones con las que no tienen contacto. Esto claramente deriva de la instrumentalización de nuestra participación que, a su vez, contribuye a la banalización del posicionamiento político que representa trabajar por los derechos de las mujeres.
La responsabilidad de esto siempre va repartida: desde el abandono y la omisión por el trabajo por los derechos y la equidad, la inadecuada logística de quienes organizan los eventos, la insuficiencia de redes de contactos para buscar expertas y hasta la saturación de eventos del mes. Febrero se presta de antesala para hacer una pausa y evitar caer en la mala praxis. Para ello es menester reconocer el problema que implica instrumentalizar la presencia de las mujeres para validar el trabajo durante el mes. También, promover la participación desde nuestras realidades, sin forzar los temas de los que podemos hablar y dando foco a la diversidad. Marzo no es el único mes en el que se pueden crear espacios para escuchar y reconocer a las mujeres, de hecho, todo el trabajo que se haga será insuficiente si no profundiza en las causas de las desigualdades que requieren un compromiso permanente.