No podría cerrar el llamado Mes del Amor sin hablar un poco de los amores, porque son plurales y bajo la premisa de que no se trata solo de las parejas.
Hace poco compartí una mesa con un club de lectura, leyendo a Brigitte Vasallo, cuestionando aspectos de la monogamia que trata el tema del libro. Lo que más llamó mi atención es que, en un punto, gran parte de la mesa coincidió en exponer que la pérdida un vínculo de amistad es igual o más doloroso que un vínculo sexoafectivo con una pareja.
Hace años que mantengo una lucha personal por diversificar mis afectos y romper con las limitaciones de mi expresión afectiva. He dejado de llamarle “amor” únicamente a mis parejas, he buscado que mis atenciones y cuidados no se limiten solo a una persona. En mi propia historia también he vivido el distanciamiento paulatino de algunas relaciones de amistad.
Resultó curioso que, en un espacio reflexivo sobre la monogamia y la visión de una estudiosa de ella, el tema que tomara la atención del público fueran los dolores de la pérdida de amistades.
Para las relaciones amicales tenemos menos estudios, menos observaciones y menos atenciones que para las relaciones de pareja; de hecho, no se cuentan aniversarios, no se nombran acuerdos y no se visibilizan los duelos, aunque estén presentes. Entonces merece el esfuerzo empezar a hacerles justicia con el reconocimiento de que, toda vez que una amistad termina o pierde conexión, hay un dolor presente.
Pero también es válido hacer la consciencia ahora mismo de que son relaciones que necesitan cuidarse y darles mantenimiento, que requieren atenciones, el establecimiento de acuerdos, de comunicación asertiva, de tiempo de calidad y de la resolución de conflictos.
Defiendo que las relaciones humanas son dinámicas, que cambian con el tiempo y el contexto y, a veces, también terminan. Incluso ahí, donde la amistad se disuelve, se vale hacerlo bajo las mismas estrategias de cuidados y afectos que seguramente no evitarían el dolor, pero lo harían más llevadero.
